El enigma de San Ignacio
Ante un numeroso y distinguido público tuvo lugar el día 29 del pasado la anunciada conferencia en el Laurak Bat de Buenos Aires a cargo del escritor vasco Pedro de Basaldúa sobre el tema "El enigma de San Ignacio".
Presentó al orador el vicepresidente del centro señor Joaquín Gamboa, quien aludió a la personalidad intelectual y literaria del mismo, exponiendo al efecto varios datos biográficos. Dedicado a las tareas culturales y renacentistas vascas desde hace años, Pedro de Basaldúa y su obra son bien conocidos y unánimemente estimado. Hombre de espíritu cultivado y apasionado a la vez por "las cosas de nuestra tierra, su personalidad tiene en los medios vascos un simpático relieve.
Termino el señor Gamboa su breve intervención diciendo que con la conferencia del señor Basaldúa se iniciaba el programa de actos confeccionado por el Laurak Bat con el patrocinio de otras entidades vascas para conmemorar la festividad dé Iñigo de Leyola.
LOS DÍAS DE SAN IGNACIO
Comenzó el señor Basaldua su disertación aludiendo al escritor y renacentista vasco Enrique de Orueta, fallecido no hace mucho, ya que fue él quien en análoga ocasión ocupó la misma tribuna para tratar también de San Ignacio justamente hacía un año. Hizo un cumplido elogio al extinto, y, después, compuso una descripción del cuadro de Europa en los días en que aparece la figura de San Ignacio, días de relajación en la moral, de confusión y desorientación, de luchas entre cristianos e infieles, de pugnas entre los mismos cristianos, con el nacimiento del protestantismo. Naturalmente, es de todo punto necesario situar a San Ignacio en aquel ambiente en que desenvolvió su obra para alcanzar una acabada comprensión de ella. Con haber sido la figura de San Ignacio estudiada y debatida hasta el máximo, hasta ser objeto de las más vivas divergencias, hay en ella un aspecto poco examinado: el de su condición de hijo de un pueblo determinado. A este aspecto dedicó el disertante su labor.
HIJO DE SU PUEBLO
Al estudiar a Ignacio no se puede prescindir de su condición humana. Se llegará a las peculiaridades de su carácter y al nervio de sus obras examinándole como integrante de una raza. Si en cuanto a Santo es exponente de universalidad sin fronteras ni banderas, en cuanto a hombre fue un tipo bien definido, inconfundible en su manera de ser y actuar. El P. Estefanía dice bien que Ignacio no apareció entre los demás hombres aislado y excepcional, sin influencias de su raza, como caído de otro planeta. Como vasco, tiene en lo más hondo de su carácter una gran fuerza de concentración ordenada instintivamente a la acción utilitarista en el aprecio de las cosas en el más noble sentido de la palabra, proverbial firmeza de voluntad, constancia y resuelta adhesión a los ideales y propósitos, una vez abrazados, llegándolos de frente con lógica de hierro hasta la última consecuencia. He aquí dibujado con estas palabras del P. Estefanía, citadas por el orador, el carácter vasco del Santo de Loyola.
TESTIMONIOS DEL TEMPERAMENTO Y PROCEDENCIA IGNACIANOS
Seguidamente describió el señor Basaldúa diversos hechos y circunstancias de la vida de San Ignacio que manifiestan y explican su oriundez y su personalidad de miembro integrante de un grupo étnico y espiritual.
El espíritu de su tierra gravita de una manera constante en la vida de Iñigo. Su castellano —dice el P. Leturia— es poco fluido, empedrado de giros y reminiscencias vascas y, a veces, se hace difícil de entender. Es lógico que así ocurriere. Aprendió la lengua vasca quizá en el caserío Eguibar, en casa de su nodriza María de Garín. Sus primeros años, esos que dejan huellas eternas en el corazón y en ánimo del hombre, los pasó en un pueblo humilde de su tierra vasca. De ese contacto directo con su pueblo habrán de quedar para siempre en el alma del santo determinados valores sustanciales.
Describió luego el señor Basaldúa las andanzas de Iñigo de Loyola, su vida en Arévalo, como paje del Contador Mayor Juan Velázquez, su vida de "joven desgarrado y vano", sus andanzas de capitán de milicias, la herida en la pierna en el sitio de Pamplona, su reclusión en Loyola, en su torre, imposibilitado. A los treinta años, dice el disertante, Ignacio ha encarnado el drama secular de los vascos. La falta de la visión de su pueblo, de su unidad y personalidad, le han llevado a ser símbolo de aquellas luchas y de aquel estado de cosas. Es culpa de varias generaciones, no de un solo hombre, aquella desviación.
Describe también luego a grandes rasgos su crisis religiosa, su resolución de abrazar su causa y sus empresas y proyectos a ese fin encaminados. Va en primer lugar a Aranzazu como peregrino del ideal que ha ganado su alma por entero. Ese santuario fue punto inmemorial de la piedad vasca. Montserrat, santuario visitado a continuación, fue también muy visitado por los vascos, hasta el punto de que las autoridades de Guipúzcoa, que permitieron la postulación para aquella abadía, pidieron que se dedicaran en ella dos sillas especiales para los peregrinos vascos. En cuanto a las visitas a Tierra Santa, eran algo que estaba en las prácticas piadosas de los vascos, según se hace constar en los fueros de algunas ciudades como San Sebastián.
Vemos, pues, que Ignacio, de una manera consciente o bien inconscientemente, sigue el camino que le señala la tradición de su país.
Cuando de regreso a España es perseguido y encarcelado por la inquisición, en un momento dado de esos días, Iñigo dice al inquisidor:
—Soy vasco y en mi patria no puede haber judíos.
Aunque años más tarde nada le impide defender y amparar a los judíos perseguidos en Roma, esa respuesta es un testimonio de su conciencia de hijo de Euzkadi y también de su sentimiento vasco.
SAN IGNACIO Y EL IDIOMA VASCO
Después de aludir a la vida de San Ignacio en París, su labor enderezada ya a la constitución de la Cía. de Jesús, su influencia en la vida de San Francisco y otros episodios salientes, dijo el orador que no se conserva escrito alguno del Santo en idioma vasco. Más ello no impide ver el amor que San Ignacio tuvo a su tierra. Hay una carta suya dirigida a Azpeitia del año en que fue nombrado general de la Orden. En esa carta San Ignacio decía: "Su Divina Majestad sabe bien cuanto y cuantas veces me he puesto en voluntad intensa y deseos muy crecidos si en alguna cosa, aunque mínima, pudiese hacer todo placer y todo servicio espiritual en la su Divina Bondad a todos los naturales de esa misma tierra de donde Dios Nuestro Señor me dio, por la acostumbrada misericordia, mi primer principio y ser natural, sin yo jamás lo merecer ni poderle gratificar".
Y en la misma misiva, dice también: "Parece que el nombre nos queda de ser cristianos, según a la mayor parte de todo el mundo veréis, si con ánimo quieto y santo lo queráis contemplar. Pues sea de nosotros, por amor y espíritu de tal Señor y provecho tan crecido de nuestras ánimas, renovar y refrescar en alguna manera las santas costumbres de nuestros pasados".
Instado por el obispo de Calahorra, San Ignacio envió a Oñate al frente de una expedición, desde Italia, a Miguel de Ochoa, del Roncal, para ejercer la predicación. Juntamente con este grupo de predicadores vascos envió también a Francisco de Borja, el llamado Santo Duque, el cual iba acompañado de un intérprete, que traducía al vasco lo que él decía en castellano. Los editores de las Cartas de San Ignacio afirman que Francisco de Borja aprendió el vascuence lo necesario para enseñar el catecismo a las gentes sencillas.
Es curioso hacer notar que el Obispo de Calahorra, cuya diócesis comprendía entonces Vizcaya y parte de Guipúzcoa, al pedir a San Ignacio predicadores le decía en una carta: ."que puedan predicar en vasco, porque si no es imposible fructificar entre aquella gente".
LOS ENVIADOS DE SAN IGNACIO A TIERRA VASCA
El conferenciante suministró varios interesantes detalles del grupo de misioneros enviados a tierra vasca por San Ignacio. San Francisco de Borja celebró su primera misa en el país vasco en el aposento donde había nacido Iñigo y que estaba ya convertido en capilla. Para su segunda misa se trasladó a Vergara. Acudió tanto público que hubo de hacerlo en un espacioso campo. Allí predicó y dio la comunión. La fiesta, comenzada a las nueve de la mañana, dio fin a las dos de la tarde.
Miguel de Ochoa predicó en muchos pueblos del país: Lequeitio, Marquina, Ermua, Eibar, Roncal, Pamplona y sobre todo en Oñate de cuyo colegio fue Rector. Estando enfermo en Tiboli (Italia) quiso ir a visitarle Ignacio y le envió dos cartas en las que punto por punto le señalaba cuanto a la comida y al descanso se refería por las penitencias y sacrificios que el navarro se había impuesto. Era "un hombre de bien" a juicio de Polanco. Cuanta este mismo Padre, secretario de Ignacio, que desde que Ochoa comenzó sus correrías apostólicas por tierra vasca "por aquellas montañas apenas se oía otra cosa que el canto del Padre Nuestro y otras oraciones".
Juan de Ubilla, natural de Motrico, siendo aún estudiante, acompañó a Ochoa en sus misiones. Fue maestro de novicios del P. Francisco Suárez, el sabio y gran teólogo español.
Con anterioridad a esta campaña apostólica en Euzkadi en 1545 llegaba a Azpeitia Emiliano de Loyola y Aráoz, sobrino de Ignacio. Éste había escrito a su otro sobrino, el mayorazgo Beltrán, una carta en setiembre de 1539. En ella decía: "Aquí he sabido del buen Ingenio de vuestro hermano Emiliano y deseoso de estudiar; holgaría que mucho miresadas y pensasedes en ello, y si mi juicio tiene algún valor, yo no lo enviaría a otra parte que a París, porque más le haréis aprovechar en pocos años que en muchos otros en otra Universidad y después es tierra donde más honestidad y virtud guardan los estudiantes".
Enviado por Ignacio a la casa nativa de ambos para reponer su delicada salud llegó a fines de 1545. Mejoró mucho al principio y porque predicaba muy bien trabajó con exceso, enfermó nuevamente y murió en la casa-torre a fines de marzo de 1547. ''Como un santo, como un ángel", dicen las crónicas. Es este el primer jesuita muerto en tierra vasca, precisamente un familiar de Ignacio y en su propia casa.
LA MUERTE DE SAN IGNACIO
Añadió el orador que en los Ejercicios Espirituales, aspecto cumbre de la obra ignaciana, se advierte el espíritu reflexivo del vasco, concentrado, tenaz y práctico. Hay en ellos valores vascos que el disertante llamó nacionales. En las "Constituciones" se advierten la jerarquía y la democracia, fundidas amigablemente, nervio entroncado en la organización y modalidad legislativa de su país.
En las horas definitivas de Ignacio, ya en las puertas de la muerte, resurge en su alma el recuerdo de su niñez, de los valles de la bella Guipúzcoa, del rincón añorado que besa el Urola. Cuenta González Gamarra, compañero, confidente y biógrafo de Ignacio, que "la fiesta que a veces le hacíamos era darle cuatro castañas asadas, que por ser fruto de su tierra y con que él se criara, parecía que se holgaba con ellas".
Con bellas y sobrias palabras el señor Basaldúa refirió el momento de la muerte de San Ignacio, dando con ello por terminada su interesante exposición, que fue aplaudida por el público muy merecida y calurosamente.
Buenos Aires, 10 de Agosto de 1944
Euzko Deya
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