Miércoles 3 de febrero de 2016
El domingo 3 de marzo de 1996 fue el de la sonrisa congelada. Todo estaba preparado en el edificio de la calle Génova 13 de Madrid. Un amplio balcón hecho de mecanotubo iba a servir de plataforma para que saludara el nuevo presidente Aznar a sus fieles, que comenzaban a llenar la calle a partir de las siete de la tarde. El Partido Socialista, según las encuestas, iba a sufrir, tras catorce años de gobierno, una sonora derrota. Los escándalos del GAL, Mariano Rubio, Roldán, Filesa, Ibercorp, Perote, Garzón, Cesid y fondos reservados iban a dar una histórica victoria a la derecha española, que había hecho una campaña a tumba abierta. En la calle comenzaba a sonar aquel infame pareado de “Pujol enano, aprende castellano”. Banderas preconstitucionales empezaban a dejarse ver y el entusiasmo crecía hasta que los primeros resultados indicaban que no se iba a producir ninguna mayoría absoluta. El PSOE resistía y si el PP deseaba gobernar tenía que pactar con los partidos nacionalistas. El sonsonete contra Pujol fue acallado, las banderas fueron arriadas mientras Aznar tragaba saliva y aparecía confuso. Sus fieles escuderos, Álvarez Cascos, Rato, Trillo, Rajoy, Arenas, y su esposa, Ana Botella, ponían cara de circunstancia. Trillo contaba posteriormente que yendo en coche con Rato escucharon una primera valoración de Arzalluz que decía: “parece que el PP ha ganado las elecciones. No tiene mayoría pero a Aznar le toca formar gobierno”. Se miraron y comentaron que aquella verdad de perogrullo dicha por el presidente de un partido nacionalista tenía mucha enjundia y se lo comentaron a Aznar cuando llegaron a la sede del partido. Tras esto salieron al balconzuelo. Álvarez Cascos, por entonces secretario general del PP, saludaba con entusiasmo junto a José María Aznar. Hacía tiempo que había esperado ese momento y como hombre de poder sabía que había que moverse de forma rápida.