Dicen que la institución más valorada en el estado es la monarquía. Lo afirman quienes saben que alrededor de ella lo único que existe es un círculo de silencio que solo se rompe para las loas de cortesanos y medios de comunicación. Nada parecido con lo que ocurre en Gran Bretaña donde les zurran la badana de lo lindo. Por eso podemos seguir diciendo que la institución más valorada sigue siendo la siesta.
También podemos decir que si la monarquía española está ahí tan rozagante y tan llena de hijos y nietos es porque el partido socialista de forma acrítica la apoya en todas sus manifestaciones, va a todos sus saraos y trata de enaltecer no sólo la figura del rey sino hasta de Leticia Ortiz, la hija aventajada de aquel manipulador televisivo de la era Aznar, apellidado Urdaci.
El Partido Socialista, en su programa electoral, prometió cuatro reformas constitucionales: modificar el senado para convertirlo en cámara territorial, incluir las 17 comunidades autónomas con su denominación, añadir alguna referencia a la Constitución europea y cambiar el artículo 57.1 para eliminar la preeminencia del varón sobre la mujer en la sucesión monárquica. El pasado mes de diciembre, el presidente José Luís Rodríguez Zapatero añadió otra posible modificación a la lista; eliminar la referencia “minusválidos” para sustituirla por la de “discapacitados”.
Parecía por tanto que la discriminación sexista de la Carta Magna desaparecería y, aunque el primer hijo de los Príncipes de Asturias fuese niña, seguiría el orden sucesorio natural a la Corona. Pero a día de hoy y viendo el panorama, habría resultado mucho más sencillo que su primer vástago hubiese sido varón.
La Familia Real ya ha dado por hecho que la Infanta Leonor será, si no desaparece la monarquía constitucional, Reina de España. Y Reina será, pero siempre y cuando no tenga un hermano varón: Zapatero ya ha dicho que, o se hacen en bloque, o no habrá reformas constitucionales por separado.
Joaquín Bardavio a quien conocí trabajando éste en un libro sobre los servicios de información españoles es quien ha señalado el dato de que la monarquía pierde respaldo.
Las encuestas realizadas en 2005 han dado un sonoro golpe de atención a la Jefatura del Estado: uno de cada cuatro ciudadanos se inclina por la República.
No se prevé para 2006 ningún evento que, en principio, pueda incrementar especialmente la aceptación de la Monarquía y tampoco hay indicios apreciables de que pueda deteriorarse la Institución más allá de la progresiva incorporación de jóvenes generaciones a la mayoría de edad. Las encuestas realizadas este año hayan dado un sonoro golpe de atención a la Jefatura del estado. Tanto el CIS como “El Mundo” han avisado de que, aproximadamente uno de cada cuatro encuestados se inclinan por la República, cuando hace cinco años era uno de cada cinco. Lo que significa un deslizamiento aumentativo, aparentemente generacional, de recazo al sistema hereditario.
Sin embargo la encuesta más “peligrosa para el sistema monárquico, es la realizada este último mes de noviembre –el día 22- por el diario digital “El Confidencial” a la que respondieron 7.033 personas. Una muestra a tener en cuenta. La pregunta fue: “¿cree que la Monarquía en España es todavía un sistema válido?”. El resultado es obviamente inquietante para la Casa Real: 54% contestan si y 46% no, lo que no contradice el de las dos encuestas antes mencionadas, sino que lo complementa y matiza de manera muy significativa. Por que las encuestas del CIS y “El Mundo”, como la mayoría de estos trabajos, se hacen sobre población indiscriminada. Sin embargo “El Confidencial” tiene unos lectores mayormente ilustrados, de formación universitaria y de alguna manera marcadores de opinión en diversos escalones sociales. Aquí difícilmente están las nuevas promociones juveniles o esa masa de manifestación jubilosa y consumidora de material rosa de la que no se sabe si la curiosidad supone siquiera indicio de opinión.
Súmese a esos datos la poca simpatía que la Institución, no D. Juan Carlos, tiene en el presidente del Gobierno, según expertos conocedores y analistas, y el resultado no es tranquilizador a futuro más allá de la vida de don Juan Carlos. No es que el señor Zapatero se lleve mal con el Rey, como podría decirse “grosso modo” de Aznar. Pero una cosa son los modales -¡ah, el talante!- y otra muy distinta las actuaciones u omisiones desconocidas por la más abrumadora mayoría de los ciudadanos. En cualquier caso existe una inercia, un “no meterse en líos”, que de momento y quizá por unos años o por muchos, funcione. Pero los comprometidos con la Causa tendrán que estudiar cómo repuntar. En todo caso, 2006, en este aspecto, no se presenta complicado. El problema parece que va más lejos, pero no mucho más. Hasta que la gente se de cuenta que está apoyando un anacronismo poco útil y antidemocrático. Y entonces no habrá partido socialista que lo apoye.