Enric Juliana es un periodista que no nos tiene mucha simpatía a los vascos. Es el subdirector delegado en Madrid del periódico La Vanguardia de Barcelona y acaba de escribir un libro bajo este título. Pingüinos se les llamaba en la antigua Yugoslavia al diez por ciento de yugoslavos que se llamaban así y no croatas, serbios, bosnios, montenegrinos, macedonios o kosovares. Juliana destaca que si en lugar de ese diez por ciento hubiera habido un veinticinco por ciento de pingüinos no habría estallado la guerra civil. Juliana es, pues, un pingüino español a pesar de ser él catalán y escribir muy bien.
En su libro, que se lee fácil, Juliana dice que el 11 de marzo de hace dos años tras la masacre de Madrid a la derecha le falló la inteligencia emocional y sobre aquellos polvos que llevaron a los presentes lodos deambula el cronista, que equipara a Zapatero y Suárez en la “pasión por el juego táctico” y “el poder taumatúrgico de determinadas frases”. El laberinto español conduce a insospechadas admiraciones; Felipe González olvida el caso Banca Catalana, alaba a Jordi Pujol y descalifica el federalismo asimétrico de Maragall; el penetrante olor a “café para todos” de la Constitución del 78 lleva a un uniformismo que hora cuestiona el nuevo Estatuto catalán, según opinión de Juliana.
En dos capítulos, Juliana aborda el gran tabú de la España autonómica: el concierto vasco, esa “deuda carlista” que pagó Cánovas en 1878 y única asimetría tolerada por la Constitución de un siglo después. “No deja de ser curioso –apunta- que el nacionalismo catalán nunca se haya quejado del “privilegio vasco”, objetivamente inalcanzable para Cataluña, por mucho que se haya invocado en los debates de la reforma del Estatut...
El cupo vasco no sólo es intocable, sino que parece innombrable, lo cual no deja de ser otra paradoja en un país en cuyas mañanas radiofónicas se discute de todo y se dicta sentencia de todo”.
Enric Juliana observa la realidad española, desde la tradición de Josep Pla o Gaziel. En la pérdida de peso de una Barcelona superada por Madrid nutre las quejas de lo que llama el català emprenyat (“el catalán cabreado), frívolo espécimen que pretende “actuar como si España no existiese” y que se alimenta del freudiano “narcisismo de las pequeñas diferencias” y de la catalanofobia a que aludía Cambó.
En fin un libro interesante desde el punto de vista de un pingüino que escribe bien.
Los pingüinos
Publicado por: Tomás | 10/09/2017 en 10:58 a.m.
Los pingüinos de la antigua Yugoslavia definían a un grupo que evitaba tomar partido en la contienda, bajo una imagen de corrección política y a salvo de posibles represalias. Su aplicación al caso español viene a recordarles el triste final que tuvo su equidistancia, claro ejemplo de progaganda separatista. Enric Juliana no quiere tibios para la causa soberanista, les podía haber llamado "gallinas" pero una persona tan leída como Juliana no sería tan prosaíca
Publicado por: Tomás | 10/09/2017 en 11:11 a.m.
Las figuras retóricas que utiliza Juliana para manifestar su rechazo al concierto económico vasco son múltiples y variadas: ironía,símiles.Su posicionamiento en contra del cupo vasco es claro y notorio : "En un país en el que se discute acaloradamente sobre (casi) todas las cosas, que dos de las regiones más ricas apenas no aporten esfuerzo fiscal a la caja común no es asunto de debate público. Curiosa España. He ahí uno de los grandes logros del Partido Nacionalista Vasco y de la sociedad vasca en su conjunto" .Un logro,jamás reconocido por Juliana, que fue por medios puramente democráticos y que Cataluña rechazó. Democrática España más que curiosa.Ninguna "deuda carlista".
Publicado por: Tomás | 10/09/2017 en 11:54 a.m.