En 1956, desapareció en Nueva York, Jesús de Galindez. Cincuenta años después conviene recordar a este vasco insigne trayendo algunos de sus pensamientos.
Quienes leyeran con atención sus artículos aparecidos en las revistas del exilio encontrarán en su sacrificio la aplicación de su propia doctrina. Hizo conducta de sus principios al precio de su martirio y de su muerte. Dijo así:
“Somos vascos. Es la primera línea de nuestro catecismo nacional. Somos vascos. Y al serlo, somos humanos también. Somos parte de una humanidad que tiene problemas comunes y gemelos. Algunos se extrañan que pueda compartir los problemas del portorriqueño en Nueva York, que ataque dictaduras hispano-americanas, que comparta la dirección de la Liga Internacional de los Derechos Humanos, que me emocione al oír el canto patriótico de un charro mexicano o un tambor negroide del Caribe. Y lo siento porque soy vasco. Porque en la bandera de Puerto Rico veo la ikurriña de Euzkadi, que un día ondeará, como hoy ondea ya la suya. Porque mi pueblo está también oprimido por una dictadura y al denunciar a un dictador estoy manteniendo en alto la dignidad de nuestros principios. Porque el patriotismo no es privilegio de nadie, sino deber de todos. Porque la humanidad está compuesta de muchos pueblos como el nuestro. Somos vascos... Libertad para nuestro pueblo, libertad para cada uno de nosotros. Y porque queremos ser nosotros y libres, respeto también la libertad de los demás. Libertad y tolerancia...”
Así escribía en EUZKO-DEYA, número 183, de septiembre de 1955.
“Fresnedo (el capitán Fidel Fresnedo, comandante de la expedición de Cayo Confites contra Trujillo) no era un político... Fue uno de tantos vascos que en 1936 lucharon por la libertad de su patria, y después se desparramaron con la rosa de los vientos... No sé por qué hay muertos que siguen viviendo... Ya ni siquiera sé si yo también estoy muerto.
Y vivo en un mundo fantasmagórico de sueños sin realizar...”
Son sus propias palabras, escritas en EUZKO-DEYA, número 178, de abril de 1955.
“Un refugiado español... me ha calificado de “insensato”, porque sigo defendiendo los mismos principios por los que luché hace años en las montañas del Pirineo... Mientras mi patria Euzkadi siga ocupada y sojuzgada, seguiré luchando contra el invasor. Mientras no haya libertad, seguiré pidiéndola a gritos. Dios me dé fuerzas para seguir siendo “insensato” hasta el día de mi muerte”.
Así era la realidad, prevista por Galindez en EUZKO-DEYA, número 188, de febrero de 1956.
“Mi Euzkalerria, mi tierra,
mi patria, mi pueblo vasco;
en sus bosques y en sus ríos,
en sus valles y montañas
le juré amor cuando niño
en días de opresión...
A solas con mi ilusión
sabiendo no volvería...
Su voz seguía clamando,
clamando en la lejanía,
más allá del horizonte,
hacia la mar, hacia otra vida.
Y embarqué oyendo esa voz...
...algún día volverás,
volverás... y en la colina
te espera, bajo el roble,
tu novia, tu Euzkalerria...
Y volveré... volveré...
o me llevarán ya muerto
a refugiarme en la tierra,
la tierra de mis abuelos...
... la llevo en el corazón
guardada y me enorgullezco
en describirla cuando alguien
pregunta de dónde vengo...
Cuando muera, conducirme
a aquel monte de mi pueblo
bajo un roble solitario
entre nubes y recuerdos,
donde pueda amarla siempre
fundido en su mismo seno,
en mi tierra vasca, madre,
novia, lo único que tengo.
Llevadme, llevadme allí
si caminando aún, muero,
a la colina empinada,
bajo el roble de mis sueños”.
Son estas algunas estrofas tomadas de un romance publicado por EUZKO-DEYA, número 173, en noviembre de 1954. Lo que él previno aconteció. Murió, como los árboles, de pie, en la lucha por la libertad.
Comentarios