En el siglo XVIII, las ideas de un personaje, tan inquieto, fantástico y neurótico, como Rousseau, pero dotado de excelsa imaginación y estilo mágico, revuelven las ideas de medio mundo y desembocan con su novelesco Contrato Social en la Revolución Francesa, que proclamando la libertad Universal, ahoga en sangre las manifestaciones contrarias a sus principios dogmáticos.
En nuestros días, la obra de Carlos Max, con su estilo plúmbeo, pero preñado de trágicas verdades sobre la explotación del trabajador de su época, crea, también, a sangre y fuego ese formidable despotismo burocrático militar, que con el señuelo de la dictadura de los oprimidos, es decir del proletariado, y la libertad de los pueblos, ha convertido al indolente esclavo en máquina forzada y eficiente de trabajo, y amenaza colocar sus garras sobre el mundo entero. En el año de 1794, la Corte de España de Carlos IV, había declarado la guerra a la Convención francesa, después de la muerte de Luís XVI y un ejército francés al mando del General Moncey invadía Gipuzkoa, mientras el general español Ricardos, invadía el Rosellón francés. Por esa época, la clase intelectual vasca, sobre todo en Gipuzkoa, leía a los Enciclopedistas franceses, y parte de los estudiantes que, antes iban a Salamanca, frecuentaban las universidades de Francia. Sobre todo lo de Toulouse. No es, pues, de extrañar, que la Revolución Francesa tuviera sus partidarios, y que al llegar el General Moncey a Gipuzkoa y el general Merlín a Bizkaia, trataran de convencer a sus habitantes que, al mismo tiempo que la patata, poco antes importada de América, era el mejor de los tubérculos, tan propicio a la dieta familiar, la Convención francesa daría a los vascos, todos, una felicidad nunca soñada. Total: que la famosa Junta de Getaria acordó suspender las hostilidades y aun unir sus destinos a los de la Convención francesa. Uno piensa en lo extraño de tal determinación, teniendo en cuenta que, el Gobierno francés, para acabar con las libertades del país vasco francés, enviaba a la guillotina al brillante grupo de diputados girondinos, con Mme. Rollan a la cabeza, los últimos representantes del federalismo de Francia. La actitud opresora de los Comisarios Convencionalistas Pinet y Cavagnac, que terminaron llevando prisioneros a Bayona a los diputados de Getaria, convenció a todos, que, el lobo se vestía con la piel de la oveja, y la nueva junta de Mondragón reaprobó los acuerdos de la Junta de Getaria y aún pidió a Carlos IV que castigara a los implicados en la Junta de Getaria. A mi modo de ver, puede señalarse a los Diputados y junteros de la Junta de Getaria, como los primeros Republicanos, verdaderamente republicanos vascos y su actitud no puede considerarse como muy acertada. De uno de los líderes Echabe, se ha dicho que amaba a la Convención francesa por republicana y antirreligiosa y odiaba a España por monárquica y católica. Luego se retractó, no sabemos si por convicción, o por temor a las represalias. ***** Si se dice que los vascos han sido siempre Republicanos, yo diría que tener una dinastía propia indígena, conectada después con Casas reales Francesas, como en Nabarra, o un Señor de Bizkaia, o un Rey como Álaba y Gipuzkoa, que se reservaba la moneda, parte de la alta justicia, con su representación a través del Corregidor, aún cuando las Juntas pudieran destituirlo, desde luego, llegado el caso, no encaja del todo con el título de republicanos ni con los principios del derecho Político que digamos. Lo que si pudiera decirse, sobre todo respecto de los tres pequeños estados a saber Bizkaia, Gipuzkoa y Álaba, es que el régimen significaba una especie de Monarquía Constitucional en la que el soberano, en buena parte, reina, pero no Gobierna. Pero, por otra parte, la intervención de algunos monarcas, como Enrique III, que desterró a buen número de banderizos, sin duda, a petición y con consentimiento de la Diputación vizcaína o de Isabel la Católica, que mandó derribar una buena parte de los torreones de las Casas fuertes de Bizkaia, y Gipuzkoa para acabar con las odiosas luchas de oñacinos y gamboinos que venían asolando al país durante más de dos siglos, no revela tampoco que los Reyes fueran una especie de espantapájaros o una Institución puramente decorativa, sino que tenían ciertos poderes, basados más bien en la costumbre a base de violar las libertades Constitucionales. Y es de creer que estas intervenciones se hicieron con el beneplácito de la mayor parte del pueblo, que vio con ello la manera de acabar con los horrores, que, en parte, nos cuenta el vizcaíno Lope García de Salazar en su obra de "Las Buenas Andanzas e Fortunas", escrita mientras los banderizos contrarios, entre los cuales se encontraba alguno de sus hijos, lo tenían sitiado en su torre de Muñatones en Somorrostro. Nuestros antepasados, hombres prudentes y de gran sentido político práctico, comprendieron la necesidad de buscar la sombra de un poder militar fuerte, en tiempos tan agitados de invasiones y conquistas y la geografía y el ambiente de cruzada contra los árabes, que hacía entrar en España al mismo tiempo, que las monjas cisternienses, a enjambres de caballeros franceses, señalaban sin dudar el camino. Recuérdese que el peligro de nuevas conquistas mahometanas permaneció durante siglos. En el siglo X y XI, Almanzor estuvo a punto de conquistar España. Destruyó Santiago de Compostela, se apoderó de Barcelona y asoló La Rioja, entrando en territorio de Álaba y Nabarra. La invasión de los almohades en el siglo XIII, llenó de consternación a Europa entera. El Papa Inocencio III hizo un llamamiento a la Cristiandad, y miles de voluntarios de Francia, Borgoña, Flandes y Alemania se presentaron en Toledo para luchar por los ejércitos cristianos. La batalla de Las Navas de Tolosa iba a decidir, una vez más, el destino peninsular y se mantuvo indecisa, parte del día, hasta el punto de que el rey Alfonso VIII lanzara aquella frase "Arzobispo, vos e yo, aquí muramos". Se puede suponer, que situadas Vitoria y Pamplona a diez jornadas de la bárbara caballería africana, la derrota hubiera significado un capital peligro para los vascos todos. Esta batalla se dio en 1212. Unos años antes de 1200 las Juntas de Gipuzkoa había reconocido la soberanía personal del rey Alfonso VIII, el de Las Navas. Esta conducta de nuestros antepasados los libró, seguramente, de sufrir, las guerras y las invasiones que soportan otros países europeos, como Borgoña, Flandes, los pueblos del Rhin, Italia, Polonia, Hungría, es decir, los pueblos situados como el Vasco, en las grandes zonas de influencia europea. Y así se examina la historia de nuestro pueblo, después de la unión de soberanía personal con castilla, se ve que, fuera del paso del príncipe negro, heredero de la Corona de Inglaterra y aliado de Pedro el Cruel, con su pequeña batalla de Englishmendi, no lejos de Vitoria, o de la breve intervención francesa o de las luchas contra los ejércitos de Napoleón, y, por lo que respecta a Nabarra, de la breve lucha promovida por la dinastía despojada de los Albrit, no hubo invasiones ni luchas interiores, terminada la de los banderizos y el pueblo Vasco, como dice Mañé y Flaquer, en su interesante obra: "El País de los Fueros", que va para el siglo de su publicación, y constituye un verdadero homenaje al pueblo Vasco, fue uno de los más felices de la tierra.
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