Al calor de la tribuna Galeuscat, www.tribunagaleuscat.org se empiezan a organizar actos culturales que concitan la atención. Eso fue lo que se hizo el miércoles 5 de julio en la librería Blanquerna de Madrid, donde se presentó el libro que lleva por título el del artículo.,
Lo presentaron Juan Mari Atutxa, presidente de la Fundación Sabino Arana y de la Tribuna Galeuscat, Enric Juliana, periodista y subdirector de la Vanguardia y Josep M. Colomer, autor del libro y profesor de Investigación en ciencia política del CSIC.
En el mundo contemporáneo, a los estados soberanos les sucede lo que a la clase media bajo el neoliberalismo: se desangran entre las pequeñas naciones y los grandes imperios. Entre la voracidad de lo grande y la defensa a ultranza de lo pequeño. Por eso, no es difícil percibir la justicia en la nación pequeña y la felonía en el gran imperio. A menudo se simpatiza con los pequeños estados, pues casi todos acreditan alguna agresión, una supresión territorial o lingüística, política o económica, que llevan a tomar partido por David frente a Goliat.
"Grandes imperios, pequeñas naciones", del profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de la Universitat Pompeu Fabra Josep María Colomer (Barcelona, 1953), se hace eco de estos asuntos que hoy abarcan la lengua y la identidad, lo local y lo cosmopolita, la pureza y la mezcla. No es difícil escuchar a algunos políticos repetir a Stalin cuando hablan de las naciones y a Lenin cuando hablan de los imperios. En este sentido, el libro, que ha sido galardonado con el Premio Ramon Trias Fargas, tiene el mérito de organizar el debate. Para conseguir este equilibrio, Colomer fijo sus reflexiones en tres estadios bien diferenciados: imperios, estados soberanos y pequeñas naciones.
Solo que aquí el lector no se enfrenta a contraposiciones absolutas, sino a relaciones complementarias que sin duda suscitarán la polémica en todas las direcciones. Como su conclusión de que solamente a través de la estructura democrática de los grandes imperios serán viables las pequeñas naciones, entendidas estas en una complejidad que desborda el estado o incluso la soberanía. Para el autor barcelonés, una pequeña nación admite a Irlanda. Letonia, Estonia, Lituania y Eslovenia, pero también a entidades que no son estados, como Catalunya, Baviera, Escocia, Flandes y Piamonte, y "centenares de otros países, con diversos estatutos oficiales en otras partes del mundo, desde Cachemira a Palestina o Québec".
Su libro todavía tiene tiempo de navegar por el oasis catalán, el intervencionismo español y el conflicto en Euzkadi, así como preguntarse por algo todavía más importante: ¿qué hacer después de la soberanía? Colomer confirma asimismo que los estados pequeños son proporcionalmente más democráticos que los grandes. Y avanza la tesis de la Unión Europea como un imperio, en cuyo interior naciones como Euzkadi y Catalunya tendrían más opciones de soberanía.
La intención explícita de utilizar un lenguaje claro que ayude al debate le juega, sin embargo, una mala pasada al autor, que lo lleva a construir un manual donde la sencillez a menudo roza la simpleza, donde se espera demasiado de un mundo al que se le presupone una alta capacidad de consenso y en el que una magnitud como la ciudad, en la que se condensan y se diluyen todas las inestabilidades, se ve desdibujada.
Asuntos como la demografía o la calificación sobre de qué tipo de naciones se habla perturban las conclusiones de esta obra necesaria. Y dejan espacio para subir un peldaño en una polémica en la que, más importante que los millones de personas que hablan una lengua es su capacidad de hacerse entender, más importante que la fortaleza de un estado es su posibilidad de que sea más habitable.
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