El miércoles 7 de octubre de 1998, en plena tregua de ETA, la portavoz de IU en el Congreso presentó una iniciativa sobre el proceso de paz abierto hacía un mes y en el que, entre otras cuestiones, se hablaba del acercamiento de los presos vascos.
Voy a ir reproduciendo lo que fueron diciendo en aquel debate portavoces significativos. Conviene recordar estas cosas frente a lo que hoy tenemos encima de la mesa.
A continuación reproduzco la intervención de Josep Piqué, que en aquel momento era Ministro de Industria, pero actuaba en aquel pleno como portavoz del gobierno de José María Aznar, ya que también lo era.
Dijo así:
El señor MINISTRO DE INDUSTRIA Y ENERGÍA Y PORTAVOZ DEL GOBIERNO (Piqué i Camps): Muchas gracias, señor presidente.
Lo primero que quiero hacer, con toda franqueza y con toda sinceridad, es agradecer a S.S., y por extensión al Grupo Parlamentario Federal de Izquierda Unida, su iniciativa de trasladar al Parlamento, una vez más, una cuestión de tanta trascendencia para el conjunto de España como es la nueva situación política derivada de la suspensión de actividades por parte de ETA. Me parece que es indiscutible que el Parlamento, máximo órgano de representación de la voluntad popular, tiene un papel esencial que jugar en la consecución de este gran objetivo que es
la paz. Por
tanto, creo que hay que agradecerle la iniciativa y, además, lo que ha dicho.
Con independencia de que podamos tener algunas discrepancias, que intentaré aclarar, respecto a los tiempos y a los procedimientos, creo que hay una gran coincidencia de fondo respecto a dar cumplimiento efectivo a la gran ansia de paz que tiene nuestro pueblo.
Lo cierto es que la suspensión de actividades por parte de ETA —tengo que decirle que a mí no me gusta llamarle tregua, que tiene otra consideración—, que efectivamente es unilateral y no está definida en el tiempo, ha abierto el camino hacia un nuevo escenario
en la política española, por supuesto en la sociedad vasca pero también en el conjunto de España. Creo que a ninguno se nos escapa que estamos hablando de un camino largo, de un camino difícil, de un camino complicado, pero si lo vamos haciendo bien, si lo vamos afrontando con seriedad y con rigor, sin precipitaciones, puede permitir la normalización definitiva de la convivencia democrática en nuestro país, superar ese problema que todavía nos queda por resolver cuando hemos resuelto ya la mayoría de ellos a partir de la transición democrática y, por tanto, conseguir que la libertad en el País Vasco sea claramente un valor y una realidad indiscutible y no algo por lo que ha habido que luchar hasta ahora mismo de forma permanente, incluso pagando con la vida.
Estamos abriendo una esperanza generalizada de paz y, por tanto, estamos hablando de un gran objetivo de todos nosotros. Un objetivo que ha estado siempre ahí tras muchos años de violencia, de extorsión, de amenazas, de secuestros, pero que por primera vez parece alcanzable. Por tanto, creo que no es ninguna exageración decir que estamos ante una oportunidad histórica, y desde el principio el presidente del Gobierno, el Gobierno en su conjunto con el presidente a su cabeza, así lo ha manifestado y así lo está afrontando. Por ello las primeras palabras del presidente en
la llamada Declaración
de Lima del pasado día 17 de septiembre hacían referencia a su ilusión por que el anuncio de la tregua se correspondiera con
la realidad. Utilizaba
incluso una expresión que me gustaría ahora recordar.
Decía: Nada me alegraría más que esto, efectivamente, pudiera ser el punto de partida para iniciar un auténtico proceso de paz y, por tanto, fuera el inicio para que ese proceso de paz se inicie con el abandono definitivo de la violencia, porque eso significaría —decía él— que la sociedad vasca y el conjunto de la sociedad española verían cumplido un afán de paz y de convivencia por el que llevamos muchos años luchando.
Desde el principio, por tanto, creo que el Gobierno ha sido consciente de la oportunidad que se abría, se ha hecho eco de esa oportunidad y se ha puesto al frente de ese clamor por la paz y de la esperanza que compartimos el conjunto de los españoles. Desde el principio también el Gobierno ha manifestado su convicción de que para alcanzar la paz, por tanto para recorrer ese camino desde una situación de anormalidad desde el punto de vista de la convivencia democrática, era imprescindible la acción concertada con todas las fuerzas democráticas, sin protagonismos, pidiendo por tanto que nadie tenga la tentación de buscar réditos políticos a esa situación, sin protagonismos. De esta forma, a lo largo de las últimas semanas el presidente del Gobierno, como todo el mundo sabe, ha mantenido encuentros con los líderes de los diversos partidos al objeto de analizar la situación y establecer un diálogo al que necesariamente hay que dar continuidad. Y en estos encuentros el presidente del Gobierno ha expuesto las bases iniciales sobre las que impulsar una nueva dinámica que acabe consolidando un real y auténtico proceso de paz. Lo dijo el presidente del Gobierno el viernes pasado en su declaración y usted lo recordaba.
Las bases, fundamentalmente tres, eran las siguientes. Por una parte, que la consolidación de la paz es un objetivo prioritario que hay que separar en todo caso de iniciativas o procesos políticos de otra naturaleza; hay que separar el debate sobre la paz y el objetivo prioritario de conseguirla de otros debates políticos que tienen otros ámbitos y que conviene no confundir. En ese contexto decía también el presidente que la paz no puede estar sujeta a contrapartidas políticas ni debe ser un pretexto para alcanzar condiciones de ventaja.
Ahora, insisto, no hay otro esfuerzo más importante para el conjunto de los demócratas que el que requiere el afianzamiento de la paz sin precio. Las iniciativas de pacificación y normalización del País Vasco en concreto, pero del conjunto de la sociedad española, cualquiera que sea el ámbito en que se planteen, exigen —y este es otro principio fundamental— la participación efectiva de todos, sin exclusiones, sin distinciones, y por lo tanto acepto en toda su plenitud su petición de que no caigamos en planteamientos frentistas. Todos hacemos falta, entre otras cosas porque tenemos un marco, al que después me referiré, en el que todos cabemos. Usted decía que no estamos en un lado ni en el otro. Depende, pero si me permite la acepción, yo creo que sin ninguna duda todos los que estamos aquí estamos en el lado de
la paz. Me
parece, por tanto, que a pesar de que apenas han transcurrido tres semanas, la aceleración de los acontecimientos puede llevarnos a alguna confusión, pero estamos hablando de tres semanas, que en tiempo político es un plazo muy corto. Creo que a pesar de haber transcurrido tan poco tiempo hemos avanzado de forma sustancial.
Ha habido un avance positivo, una evolución positiva. Se ha ido consiguiendo un consenso básico entre todas las fuerzas democráticas y se han ido consiguiendo unos acuerdos de principio que son cimientos indispensables sobre los que asentar el edificio de la paz que vamos a construir. Y aunque hemos avanzado de forma notable, y lo acabo de decir, hay que recordar también a la sociedad española, porque lo peor que podríamos hacer ahora es alimentar expectativas antes de tiempo, que estamos justo en el inicio de un proceso que va a exigir mucho esfuerzo, mucho tesón, mucha tenacidad, mucha sangre fría por parte de todos.
Porque si lo que queremos es construir una paz sólida, una paz para todos, una paz definitiva, hace falta que la vayamos fundamentando con toda solidez a lo largo del proceso y que no demos pasos en falso. Desde nuestro punto de vista, desde el punto de vista del Gobierno y creo que puedo afirmar que desde el punto de vista de las fuerzas democráticas, esta paz debe tener cabida dentro del marco constitucional con que nos dotamos a partir del año 1978. La paz cabe en
la Constitución. Y
ese consenso que conseguimos en 1978 entre todos y que tenía dos bases, la primera, que el conjunto de los españoles decidimos olvidar el rencor del pasado y decidimos dejar de echarnos en cara cosas derivadas del pasado, tenía otra cara de la moneda, tenía otro complemento, y es que era un consenso basado en la conveniencia de que todos estuviéramos dentro, sin ningún tipo de exclusión. A mí me parece que ese principio que dio origen al marco constitucional sigue estando absolutamente vigente después de 20 años de promulgación de la Constitución, que ha demostrado que es un instrumento suficientemente flexible para dar cabida a las legítimas aspiraciones de los distintos pueblos de España y, desde luego, para dar una gran capacidad de autogobierno al pueblo vasco.
Quisiera decir también otra cosa que usted ha mencionado de pasada pero que me parece que es muy importante para que este proceso se consolide, y es lo siguiente. Ese camino hacia la paz que debemos consolidar, que debemos reforzar y que debemos hacer que no tenga vuelta atrás, exige también un reconocimiento y una reparación hacia las víctimas de ETA y sus familiares. He dicho en algún momento, y lo voy a repetir ahora en sede parlamentaria con toda la solemnidad que requiere el tema, que las víctimas son más importantes que los presos. No podemos ni debemos perder la memoria y, desde luego, no podemos olvidar que son precisamente las víctimas y sus familias los que más han sufrido y, por tanto, los que están más legitimados —más que nadie— para hablar de paz. Y lo están no desde el rencor, sino desde la fuerza moral que supone haber visto vidas segadas y enormes barbaries.
Ahora saben, deben saber, debemos asegurarles que ese sufrimiento no ha sido en vano y que precisamente esa capacidad de aguantar el sufrimiento y de no ceder ante el chantaje terrorista está en la base y es la primera piedra del nuevo proceso de paz que atisbamos en el horizonte. Y como es natural, en ese camino, lo peor que podríamos hacer es confundir esperanza, ilusión y ansias de paz con candidez, ingenuidad o inocencia. Tras 30 años de actividad terrorista —20 años de actividad terrorista desde la vigencia de la Constitución— me parece indiscutible que no debemos conceder a ETA el beneficio de
la duda. Si
la voluntad de paz es real, ETA nos lo debe demostrar con hechos, no sólo con palabras. Una tregua, una suspensión de actividades no es paz. La paz exige ir más allá. Afecta a ámbitos mucho más profundos y, por tanto, precisa de acciones más concretas para que pueda ser creíble y efectiva. La paz exige una actitud inequívoca que pasa en todo caso por la convicción que tengamos los demócratas de que la voluntad de abandonar la violencia es absolutamente sincera y definitiva y que supone, además, aceptar irreversiblemente, sin ningún tipo de reserva mental, las vías y los procedimientos estrictamente democráticos.
El Gobierno ha dicho desde el principio y debe repetir hoy aquí que es a ETA a quien corresponde la carga de
la prueba. Es
a ETA y no a los demócratas a quien corresponde demostrar su clara voluntad de paz, porque a los demás, a los demócratas, nos asiste la razón y nos asiste la legitimidad de muchos años de lucha por las libertades y por el fortalecimiento de la democracia y, por tanto, nosotros no tenemos nada que demostrar.
Y sólo desde esta legitimidad —déjenme que enfatice ahora lo que voy a decir— y desde las profundas convicciones en las que se basa esa legitimidad, podemos hablar de generosidad; sólo desde esa perspectiva. Ya el presidente del Gobierno, en su declaración del pasado viernes, se refirió de forma muy clara y muy explícita a su disposición a incorporar una nueva orientación de la política penitenciaria consensuada —cosa que usted ha reclamado y que nosotros, desde luego, compartimos—, dinámica y flexible. Y decía a continuación que debía ser una modificación de la política penitenciaria que acompañe los avances que se vayan produciendo en el aseguramiento de
la paz. Y
ese es el sentido que debemos dar a la palabra generosidad. Por tanto, somos conscientes de lo que nos estamos jugando.
Claro que estamos dispuestos a utilizar la generosidad; claro que estamos dispuestos y es absolutamente imprescindible que actuemos con altura de miras, pero con unos límites: que sea algo que acompañe al proceso de paz y que simultáneamente respete lo que me parece absolutamente imprescindible: la ley y el Estado de derecho. Quisiera recordar algo que también hemos dicho en algún momento. El Estado español no tiene rehenes, no hay nada que canjear. No estamos ante una situación que permita hablar en términos de intercambio; estamos ante una serie de personas que han sido condenadas por sentencias de tribunales de justicia a partir de procesos hechos con todas las garantías. Cualquier aproximación a esta situación debe hacerse desde el respeto a la ley, desde el respeto al Estado de derecho, desde el respeto a las víctimas y desde el respeto a las instituciones y en particular al Poder Judicial. Ese es el marco en el que nos podemos mover. A partir de ahí hay que hacer todo lo que se pueda para asegurar el proceso de paz, pero desde luego con esos límites estrictos.
Quisiera terminar, señor presidente, con la reiteración de una convicción: qué es lo que ha hecho posible esta nueva situación. Me parece que todos podemos estar de acuerdo en que la afirmación cívica, la afirmación democrática de la sociedad española en su conjunto, y desde luego también de la sociedad vasca, contra la violencia, la fortaleza del Estado de derecho como garantía de nuestras libertades y nuestro marco jurídico constitucional han sido referencias constantes de la búsqueda de la paz y, desde nuestro punto de vista, siguen plenamente vigentes. Desde la fuerza que nos debe dar una actuación conjunta de todas las fuerzas democráticas presentes en esta Cámara, el Gobierno quiere reiterar su decidida voluntad para explorar todas las vías posibles que nos permitan obtener una paz para siempre. Muchísimas gracias. (Aplausos.)
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