El 21 de diciembre de 1973 tocaba yo la puerta de la casa de Telesforo de Monzón en Donibane Lohitzun. La cita la había concertado el bergarés Jokin Inza y tenía por objeto contestar en persona a la carta que hacía solo un mes Monzón nos había enviado a Caracas a la vez que llevarle el saludo cordial de su amigo el ex Consejero socialista Santiago Aznar que residía en la capital de Venezuela y con quien Monzón había trabajado estrechamente así como comentarle que mi aita había sido el jefe del Negociado de Pasaportes, los Igarobides, en el departamento que él dirigió antes de ir al Gorbea como gudari. Pero también preguntarle por una serie de cuestiones que se suscitaban en las reuniones que organizábamos en el Centro Vasco de Caracas repleto de protagonistas de la guerra y el exilio vasco consecuencia de la guerra del 36.
Tras ser recibido, lógicamente, le traté de usted. Y no solo por la edad que nos separaba sino por el respeto que me merecía su trayectoria y conocida personalidad. Pero Monzón, que en el año 73 presidía “Anai Artea” y había participado en la resolución del secuestro del cónsul alemán Eugene Bheil me interrumpió para solicitarme:
“No me trates de usted. Llámame Telesforo y tutéame”.
Le dije que si, pero le traté de usted. No me parecía correcto ni me salía otro trato hacia una personalidad tan representativa y llamativa. Eran días en lo que enunciaba su planteamiento de ser puente entre generaciones, entre los “gudaris de hoy y los gudaris de ayer”. Por otra parte el nombre de Telesforo me parecía de tal empaque que no se podía rebajar así como así en un pis pas.
Vivencias aparte lo que hemos conocido a Monzón lo hemos hecho cuando él frisaba los setenta años pero, Monzón, como Leizaola, Aguirre o Irujo, también fueron jóvenes hasta el punto que fue Consejero del Departamento de Gobernación del Gobierno Vasco con tan solo treinta y dos años, en plena guerra. Monzón por tanto era un pozo sin fondo de vivencias y de protagonismos de la reciente historia vasca.
De ahí el libro que se va a editar en breve, cuyos componentes han estado durmiendo en una carpeta otros treinta años y han despertado al comentario de la editorial cuando nos dijo que cualquier aporte histórico que podamos ofrecer para entender la actual realidad vasca sería bienvenido. Por tanto nada mejor que hablar de una personalidad tan extraordinaria como la de Monzón que siendo jelkide se declaraba, al final de su vida, defensor del etismo, como él lo denominaba.
Quizás el valor de este próximo libro sea declarar el deslumbramiento que le causó a un joven veinteañero hablar con un protagonista de la historia vasca de aquella envergadura y preguntarle por lo que había hecho aquellos años. Merece asimismo ser destacada toda la aportación que hace Monzón al conocimiento de sus gestiones en la Sociedad de Naciones de Ginebra en 1937 para que en Santoña no fusilaran a los gudaris vascos, o el documento excepcional que me facilitó de una larga carta del lehendakari Aguirre escrita en 1945 en la que éste narraba la crisis con el partido socialista y denunciaba las maniobras anti-vascas de Indalecio Prieto para con Nabarra y el propio Gobierno Vasco, así como sus impresiones y relatos personales. Una colección de fotos inéditas, que ha valido la pena recopilar, creo le da valor a la publicación.
Termina el libro con un debate sensacional y desconocido.
Monzón me pidió reiteradamente que, cuando se dieran las circunstancias, fuera al Congreso de los Diputados y me hiciera con el Diario de Sesiones en el que quedaba reflejada la sesión en la que Calvo Sotelo solicitó fueran ilegalizados como partido y que tanto él como Aguirre, Irujo y Picabea contrargumentaron al dirigente de la derecha española. La lectura hoy de semejante debate nos ilustra que el léxico y los argumentos de quienes no conciben más Patria que la española siguen tan vigentes como en aquellos años en los que se luchaba por obtener tan solo, el primer estatuto de autonomía. Publicar este documento de tanta actualidad es a la vez rendir un homenaje a aquella generación que luchó eficazmente contra los enemigos del concepto nacional vasco, y por ello la mayoría fueron enterrados en el exilio.
Pasa el tiempo y los recuerdos se borran, aunque las reivindicaciones sigan siendo las mismas. Este libro será buena prueba de ello.
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