Los Europeos hemos necesitado de 50 años para poder construir un espacio común de paz, prosperidad y de cohesión social. 50 años durante los cuales los Estados, antaño adversarios y algunos no hace mucho tiempo invadidos, han logrado unirse sin oposición y libremente en su diversidad. 50 años, a lo largo de los cuales, jamás, estos pueblos europeos se habrán conocido mejor y reencontrado, tras siglos de guerras y de generaciones de odio. Sin embargo, hoy, los Europeos se interrogan sobre esta herencia cincuentenaria. En este mundo, ciertamente lleno de oportunidades pero no falto de amenazas, nos preguntamos, ¿es la Unión Europea eficaz para promover sus intereses y proteger a sus ciudadanos?
A pesar de ello, Europa se concreta. Más de la mitad de los ciudadanos europeos comparten la misma moneda. La libre circulación de personas y el Euro son ya la base de la integración europea. Los mayores recuerdan aún lo fastidioso que era el cambio de divisas y el control en las aduanas mientras que actualmente muchos de ellos gozan de una jubilación facilitada por otro Estado europeo. Los más jóvenes son los mayores viajeros a través de Europa donde son cada vez más los que se lanzan a la vida en distintos países, tanto como los que, desde hace 20 años, gracias al Erasmus, cada vez más jóvenes decide estudiar en otro país de la Unión donde los derechos fundamentales son protegidos plenamente como en sus países de origen.
Pero este logro es incompleto: debemos lograr una integración que permita a Europa responder a las nuevas necesidades de sus ciudadanos. La moneda única, a pesar de su éxito incuestionable, revela una ausencia de gobernanza económica y social. Los modelos de sociedad europea están bajo una presión por parte de la competencia internacional cada vez más imponente. Europa se muestra activa en todos los sectores e incluso en algunos es líder mundial, sin embargo su innovación se queda sin fuerzas, sectores enteros de su industria desaparecen sin que nuevos productos o nuevas tecnologías tomen el relevo. Su dependencia aumenta, y no únicamente en la investigación y desarrollo. Sus necesidades energéticas la ubican en una situación delicada en la escena mundial donde los Estados miembros proceden con criterios diferentes y muy raramente logran hacer coincidir los intereses nacionales con el interés colectivo europeo. La Unión, que durante 15 años ha tratado de dotarse de un cuerpo diplomático y de una armada común, es sin embargo un “enano” político. Lo que es aun más paradójico, es que el resto del mundo se muestra muchos más seguro de las capacidades de actuación de la Unión en el mundo, mientras que lo europeos parecen estar embargados por la duda o la tristeza.
Los ciudadanos europeos tienen una consciencia confusa de que esta ambición cercenada por Europa tendrá unas funestas consecuencias para su propio futuro y el de sus hijos. Ellos aspiran a una Europa unida y fuerte, capaz de responder a los grandes desafíos globales que son la política macroeconómica, el desarrollo sostenible, la seguridad de aprovisionamiento energético, la investigación, la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado. La ciudadanía europea no desea que la Unión Europea regente todas las organizaciones económicas y sociales, la ciudadanía desea que defienda su economía social de mercado en el recinto internacional. La ciudadanía europea no desea que la Unión Europea se inmiscuya en sus vidas cotidianas, desea que influya realmente en la resolución de grandes conflictos mundiales y no únicamente como socio capitalista. En resumen, la ciudadanía europea desea una Europa respetada en el ámbito internacional y respetuosa con sus naciones y capaz de defender y promover sus valores comunes.
Al mismo tiempo, el fallo de no haber respondido a esta expectativa ha tenido como consecuencia que dos Estados fundadores, firmantes del Tratado de Roma, hayan rechazo de plano el proyecto de Tratado constitucional. Han querido una Europa sin proyecto, sin fronteras y sin influencia; no han reconocido que precisamente esto era un modo de responder a ese vacío europeo que se les había propuesto por las nuevas Instituciones, para una nueva Europa. Esta nueva situación institucional es más necesaria que nunca y la hora de la elección se avecina. Concretamente, en el marco de una arquitectura institucional renovada y reforzada, debemos introducir más flexibilidad. De ahora en adelante el Eurogrupo debe dar ejemplo de una cooperación ejemplar. Tomando como referencia el Euro, ejemplo de integración europea, debe guiar el paso de todos, a un ritmo constante, hacía una Unión sin interrupción con una unión mayor entre los pueblos y los Estados.
La Unión debe retomar y finalizar el proceso constitucional antes de cualquier nueva adhesión. Si la Unión debe ampliarse sin reforma constitucional, el riesgo de una parálisis y de un repliegue nacionalista sería demasiado grande y esta reforma debe ser finalizada bastante antes de junio del 2009, para permitir a los electores europeos poder pronunciarse y poder dar signos de apoyo y apertura a todos los países que aspiran a la adhesión.
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