He llegado hoy martes 27 de febrero de Dakar. Me han dicho que era el primer avión que aterrizaba en Barajas a las cinco de la mañana. El caso es que tras cinco días fuera vuelvo a encontrarme con el mismo rollo a cargo de Otegi y Barrena. Y, sin embargo, un rollo bonito hubiera sido seguir las elecciones en Senegal, porque, entre otras cosas, lo que allí ocurre también nos afecta.
Sobre todo por la inmigración, vía cayuco, de senegaleses. De momento, está parada, pero puede reactivarse en primavera. Nadie puede ponerle campos al mar, aunque allí hay un helicóptero y una patrulla de la guardia civil. Los interceptan, los dejan en tierra y, ahora, la Cooperación trata de afincarlos en su propio país. Es lo mas humano, lógico y sensato, mientras el ministro Caldera viaja cada mes y ofrece setecientos contratos de trabajo. En la pesca y la agricultura.
Estuve en Dakar el fin de semana con una delegación del Senado. Íbamos, entre otros muchos, como observadores a las elecciones presidenciales y para ver el resultado de una pelea entre quince candidatos, aunque la figura del presidente Wade lo inundaba todo. El problema es que este señor tiene 83 años y pocos le dan muchos años en una presidencia que debe durar otros siete.
El domingo la jornada fue magnífica. Visitamos siete colegios electorales. La gente estaba muy tranquila y eso que a cada votante le costaba llegar a las urnas unas cinco horas. Pero la participación, la alegría de la gente, y todo el ritual que conlleva una elección, se llevaba con tranquilidad y casi con entusiasmo.
Aquello nos impresionó favorablemente como muestra de una cultura cívica que desconocíamos.
Mucha gente joven, muchas mujeres con sus limpios y vistosos trajes, la policía sin molestar, los colegios bien surtidos de papeletas. En fin, todo bien.
Nos atendió el embajador Fernando Morán, hijo del ex ministro Moran. Estuvo pendiente de todo, con su equipo, y pudimos llevarnos una impresión del país, un país que trata de labrarse su futuro y romper la barrera de los 56 años de expectativa de vida de cada senegalés. Un país con cabras en las calles y en el que la ciudad de Dakar conviven lo mejor de occidente y lo más atrasado de África. Un país de gente alta y guapa.
Un país parecido a la España de los cincuenta. Me comentaba un senador por Salamanca que había sido concejal en su ciudad en 1979 que cuando llegaron al ayuntamiento había ochenta calles sin asfaltar. Y es el que el franquismo no hacía nada bueno, pues esa es la Dakar actual.
Y ganó Wade. El actual presidente. Dicen que es el mejor para la cooperación, la inmigración y el progreso del país. Un país también teóricamente laico pero con un Islam presente en cada esquina. En fin, una experiencia interesante.
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