El pasado lunes tres de marzo se presentó el libro Juan ajuriaguerra en el corazon, libro que compendia 76 testimonios sobre la personalidad de éste indudable referente del nacionalismo vasco cuyo treinta aniversario de su fallecimiento se conmemora el próximo mes de agosto.
Son 76 testimonios recogidos cuando falleció y enriquecidos en la actualidad. Están todos los Lehendakaris, burukides, parlamentarios, colaboradores de Ajuriaguerra y gentes que tuvieron la oportunidad de conocerle. Todo esto está enriquecido con fotografías y caricaturas inéditas.
El libro lo pueden adquirir en la librería KIRIKIÑO de Bilbao y en la sede de Sabin Etxea. Nosotros, cada día, vamos a reproducir una de las colaboraciones del libro. Esta es la número veintiocho: MITXEL UNZUETA
AJURIAGUERRA HA DICHO….. Mitxel Unzueta Ex Portavoz en el Senado Vamos a necesitar tiempo para darnos cuenta cabal del milagro nacido de tu viaje al más allá, de tu ida a los valles y altas montañas, a las nieblas luminosas de Jaungoikoa. El largo peregrinaje vasco por la historia ha estado en los últimos tiempos hundido en la larga noche del reino de las tinieblas. La dura prueba hacía pensar a algunos que ya nunca más volvería a producirse la luz. Pero no ha sido así. Ayer, en la noche de ayer, se hizo la luz, brotó en torno a ti. En tu vida fuiste el rescoldo de la brasa de las ilusiones y esperanzas de tu viejo pueblo; fuiste la chispa de sus ilusiones. Ayer, al abrirse la tierra para recibirte, Euskalherria se iluminó. Tu sacrificio no había sido estéril. Tu pueblo, que era tu hijo, estaba en torno a ti. En la noche de ayer pasó algo más que la simple reunión de unos amigos para despedir a un ser querido. En el tibio ambiente que nos envolvió el alma del pueblo vasco; el sentido de la vida y de la muerte, de lo individual y lo colectivo, de la alegría y el llanto, de lo perecedero y lo eterno, de los ritos funerarios y la fiesta, del canto y de la danza, del respeto y la libertad y de otras muchas cosas más. Entendiendo lo que pasó ayer, comprenderemos muchas cosas de nosotros mismos; de nuestro subconsciente colectivo. Tu Gau Illa, Juan de Ajuriagerra y Otxandiano, fue como el de un patriarca vasco; como el de Aitor. Tu fuiste todo un patriarca de nuestro pueblo. Luchaste como el primero, sin más ambición que la de defender la identidad de tu pueblo. Cuando las cosas fueron mal, tú diste un paso al frente para proteger la vida de tus gudaris. Cuando estuviste en manos de quienes no te querían, éstos, sin saberlo, presintieron que eras ya un patriarca y te respetaron la vida. Cuando no había luz de libertad, tú guiaste a tu pueblo. Tus avisos, más que tu voz, orientaron a aquél "Ajuriagerra ha dicho..". Uniste la energía con la bondad, los ideales sin límite con tu sentido de lo posible, de la realidad. Olvidaste y enseñaste a olvidar agravios. Impulsaste páginas fecundas de historia vasca y, como los demás patriarcas que te precedieron, no las escribiste. Así, sin tú quererlo, fuiste ungido en el espíritu de Aitor. Lo que todos sentíamos individualmente, lo sancionó ayer el pueblo. Juan de Ajuriagerra, ya eres parte de la mitología de Euskalherria; estás en la conciencia colectiva de tu pueblo. Fue esta alma colectiva la que ayer, en torno a ti, inundó la tierra madre. Ama Lurra. Por eso, tantas cosas que en apariencia pudieran estimarse extrañas, para nosotros tuvieron una coherencia cósmica. La mística y el rito se unieron en el misterio de la noche; la noche del plenilunio y el irrintzi. En tu Gau iII, tu gente lloró, cantó y aplaudió; todo a la vez. Bailó vieja danza ante tus despojos humanos; los sacerdotes rezaron por ti y los bertsolaris, en la más vieja lengua de la tierra, y con el mismo ritmo y tono que durante siglos entonaron las proezas de sus héroes, cantaron las tuyas. Todo sucedió como siempre; yo no sé cómo, pero todo ello siempre está dentro de nosotros. Por eso quienes no entendían el euskera, lo comprendieron todo. Entre estandartes, viejos himnos y manos de agur, fuiste al seno de la madre Euskalherria, en brazos de hijos de tus gudaris. Otros de éstos pusieron orden en tu noche de la muerte; a cada uno señalaron donde debían terminar sus emociones, sus libertades y dónde empezaban las de los demás. Todos lo aceptaron así porque, como tú, participaban del sentido de la autoridad natural; eran los apoyos del pueblo. Con antorchas y flores llegaste al camposanto de Ibarrecolanda, en las laderas de uno de nuestros montes. Te cubrieron con tierra de la madre Euskalherria, Navarra. Como último presente la trajo tu amigo Irujo, caudillo vasco del Pirineo. Cuando fueron tapando tus restos, los ojos de todos quedaron en el infinito; los espíritus, sintiendo el misterio de lo eterno y la esperanza del futuro. Los mismos rostros y expresiones de los vascos que esperaron a Carlomagno y Rolando en Ibañeta, en Orreaga; el presente duro y el deseo de paz para mañana. Como tu vida, Juan. Gero arte, Juan.
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