Abotargado por el tono plúmbeo de su sucesor, el clima político en el Reino Unido despierta del letargo apenas resuena el nombre de Tony Blair. A finales de marzo lo hizo a rebufo del nuevo libro de Jonathan Powell, fontanero mayor del ex primer ministro y hombre clave entre las bambalinas del proceso de paz en Irlanda del Norte.
Al cumplirse el décimo aniversario de los Acuerdos de Viernes Santo, Powell le saca rédito ahora a su tarea de entonces en el libro de memorias Great Hatred, Little Room, algo así como “Mucho odio y poco espacio”. La obra enseguida ha arrojado a la prensa un puñado de titulares. El más jugoso indica que Blair intentó hasta en cuatro ocasiones reunirse con la cúpula encapuchada del IRA mientras todavía estaba en Downing Street. Se lo había sugerido el entonces presidente de EEUU Bill Clinton. Y el objetivo era terminar de deshacer el nudo gordiano en que se convirtió el desarme de la banda, que estuvo a punto de descarrilar todo el proceso. .
Powell recuerda cómo Blair se lo propuso varias veces al líder republicano Gerry Adams, y cómo éste siempre le quitaba la idea de la cabeza, diciendo que no había llegado el momento y que era mejor hacerlo más tarde. La idea no era sino una muestra más de la audacia y de la vanidad del entonces premier, que confiaba en que sus extraordinarias dotes de persuasión podrían ablandar a los terroristas del IRA.
El encuentro nunca se produjo y, por tanto, no se sabrá jamás si habría acelerado o no el proceso de paz. Powell expone en el libro su propia tesis, no muy favorable a Blair: “Como Adams me explicó cuando las negociaciones habían terminado sólo él y (Martin) McGuinness podían persuadir a los líderes del IRA. Un encuentro directo de Blair habría minado la confianza más de lo que la hubiera construido. La división teórica entre el IRA y el Sinn Fein le venía bien además a los republicanos. Como dijo Mo Mowlam (ex ministra para el Ulster), les daba tiempo para pensar”.
He aquí una de las paradojas del proceso norirlandés. En realidad, Blair sí se sentó a negociar con terroristas del IRA. La delegación con la que Adams acudió al histórico encuentro del 11 de diciembre de 1997 en Downing Steeet incluía emboscados a un puñado de ellos. El libro de Powell hace un relato muy vivo de la reunión, verdadero Rubicón del proceso del Ulster.
Encuentro con terroristas
El asesor recuerda cómo fueron muchos en el equipo de Blair –entre ellos, él mismo- los que se negaron a estrechar las manos de sus interlocutores y como el encuentro se desarrolló en un tono mesurado y frío. Adams fue el primero en hablar. Le dio las gracias a Blair por correr el riesgo de organizar el encuentro y preguntó qué podían esperan de él. El primer ministro subrayó que nunca iba a abogar por una Irlanda unida, pero que desde luego sí quería crear una situación para Irlanda del Norte que fuera justa.
Fue entonces cuando Blair le preguntó con franqueza a Adams si podía vender a los suyos que no había posibilidad de una Irlanda unida. El líder del Sinn Fein dijo que la cuestión era más bien cómo podía él hacer que la gente tragara. Y que sólo podía lograrlo si podía ofrecerles una vía alternativa para el futuro. Blair miró a Adams a los ojos y le preguntó si el Sinn Fein estaba comprometido con el proceso de paz y Adams respondió que sí.
En cierto modo, éste fue el principio del fin de la violencia en el Ulster. Construido ese hilo de confianza entre Adams y el primer ministro, se fueron tejiendo puentes que desembocaron en una paz frágil pero duradera. Por el libro de Powell se ha sabido además que, en ocasiones, Blair decía una cosa en público y otra en privado. Por ejemplo, en lo referente a sus ofertas al IRA. A la prensa comentaba que había ofrecido a los terroristas empezar a soltar presos en el plazo de dos años. En privado, sin embargo, a Adams le había prometido reducir el impasse a menos de 12 meses.
Por la obra se cuelan las tensiones que la estrategia de Blair provocó en algunos sectores del Ejército. El comandante en Irlanda del Norte, por ejemplo, se negó en redondo a retirar las torres vigía del condado republicano de South Armagh. Amenazó incluso con dimitir, pero la sangre nunca llegó al río.
El talento político de Blair se revela en sus manejos de tahúr con los comunicados del IRA. Algunos de ellos se redactaron en su residencia de verano de Chequers y se remitieron después a sus firmantes, por si tenían algo que añadir.
El libro de Powell es un pozo inagotable de anécdotas. El fontanero de Downing Street cuenta sus viajes relámpago por el Ulster, a los que acudía de incógnito y sin protección. Aterrizaba en el aeropuerto de Belfast y esperaba a que se presentaran los emisarios del IRA, que le llevaban por carreteras secundarias a plácidas casas de campo donde discutir con Martin McGuinness detalles de la negociación. Un día el republicano vio que Powell tenía el reloj estropeado y se empeñó en quitárselo de la muñeca y mandarlo a arreglar a un amigo relojero. Demasiado para el MI5, que a su vuelta lo desmontó en busca de micrófonos.
Nada que ver con la voluntad política de ETA de acabar ni con la sumisión de HB – ANV.
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