Diego López Garrido es el nuevo Secretario de Estado de relaciones con la Unión Europea. Dos días antes de su comparecencia, el domingo, habían aparecido declaraciones suyas en El País, su diario de cabecera. Y vino a la Comisión como quien venía a tomar el amaiketako.
Por eso a este señor, que le conozco de cuando era de IU le afee el hecho porque además es un jacobino y un madridista acérrimo.
Fue el martes 17 de junio y como tuve que salir a atender a la delegación chilena, no consta su respuesta.
El trámite fue así:
El señor PRESIDENTE: Tiene la palabra, en nombre del Grupo Vasco, don Iñaki Mirena Anasagasti.
El señor ANASAGASTI OLABEAGA: Bienvenido a su casa, don Diego López Garrido. Le conocí a usted como letrado de esta Comisión. Por eso no me ha llamado la atención que usted haya saludado a todos, quizás no a los taquígrafos y estenotipistas, pero sí al letrado, por lo que el señor Delgado tiene un futuro esplendoroso por delante y usted seguramente volverá a esta Comisión algún día. Por tanto, bienvenido.
Descortesía
Le he hecho este apunte porque, habiendo vivido usted tan intensamente en esta casa tantos avatares, me ha llamado la atención que, si las elecciones fueron el 9 de marzo y usted fue designado el 14 de abril, estemos celebrando dos meses después de su nombramiento esta comparecencia. Yo sé que la máquina de las Cortes Generales es lenta y ha tardado en constituirse esta Comisión, pero usted podía haber tenido también algún tipo de iniciativa parlamentaria o incluso dentro de la propia Secretaría de Estado. Si algo le puedo reprochar, y se lo voy a reprochar, señor secretario de Estado, es que usted concediera este domingo, dos días antes de la Comisión, una entrevista a un diario -a un diario solo- donde contestó muchas de las preguntas que aquí se están formulando. Usted es libre de tener la relación que crea conveniente con los medios de comunicación, pero estéticamente no es muy presentable que, teniendo usted una comparecencia un martes, un domingo aparezca a página completa esa información. Lo entiendo después de la comparecencia, pero no antes. Permítame esa observación, porque cuando usted dice: aquí estoy, señores diputados y senadores, para lo que ustedes quieran; yo le respondo: aquí estamos, señor secretario de Estado, para lo que usted quiera, porque este es un camino de ida y vuelta.
Defensa solo del castellano
Una de las cosas que se achaca a la Constitución europea es que es una constitución hecha por funcionarios, por políticos, con mucho secretismo y con un criterio elitista, y el ciudadano lógicamente se va separando poco a poco de una constitución que es importantísima y pero que, como ha dicho la portavoz del Partido Popular, necesita sobre todo alma. En estos meses yo solamente he recibido del Ministerio de Asuntos Exteriores, de la Dirección General de la Oficina de Información Diplomática, una referencia a su persona, cuando dice que el secretario de Estado para la Unión Europea, Diego López Garrido, exige el idioma español para una futura patente comunitaria. Esa es toda la información que yo he recibido en dos meses. Me parece muy bien, estoy totalmente de acuerdo con su entusiasta defensa, pero me gustaría que esa misma defensa tan aguerrida la tuviera con los idiomas cooficiales. No critico que usted defienda el español o el castellano, pero hágalo también con los idiomas cooficiales, que están en una situación bastante precaria a la hora de su utilización o de su presentación en los niveles europeos.
Tengo que recordarle que en estos dos meses se ha celebrado el 60º aniversario de la Conferencia de La Haya, donde se dió el primer paso y se creó el Movimiento Europeo. Posiblemente sean actos retóricos, pero nos vuelven a los orígenes y no está nada mal recordarlos, porque se está haciendo una Unión Europea alejada de sus principios; algunos la consideran, como en Irlanda, militar, y sobre todo un mercado económico más que otra cosa, es decir, algo sin alma. Yo creo que se desaprovechó una magnífica oportunidad el mes pasado para haberlo celebrado como Dios manda, o como a Winston Churchill o a los padres de la Unión Europea les hubiera gustado, y que usted, teniendo la responsabilidad de la Secretaría de Estado para la Unión Europea, podía haber hecho un poco más.
Moratinos dijo SI
La semana pasada compareció el ministro Moratinos en la Comisión de Asuntos Exteriores, y consta en el "Diario de Sesiones" -me imagino que le habrán informado- que el ministro Moratinos dijo que yo era bastante catastrofista en relación con el referéndum irlandés porque todo apuntaba a que iba a prosperar el no. Sin embargo, el ministro dijo que iba a vencer el sí, y lo dijo enfáticamente. Curiosamente, porque tenemos unos medios de comunicación públicos que no hacen seguimiento de casi nada, salvo de la bronca, no se ha seguido de cerca todo ese tipo de cosas, pero al ministro Moratinos, que es una gran persona, no se le puede poner ninguna medalla por su pituitaria respecto al tema irlandés. A usted le he visto muy sólido y muy seguro en esas declaraciones del domingo, pero nos habría gustado que nos hubieran explicado si el problema es de Irlanda o de la Unión Europea, o de ambos, porque las cosas no son responsabilidad solamente de una de las partes.
Crisis o desaceleración democrática
Me gustaría, señor secretario de Estado, que nos dijera si hay crisis en Europa o simplemente es una desaceleración política transitoria y cómo se va a solventar esta situación, sobre todo porque el presidente Sarkozy dice que es un incidente. Europa fue concebida para proteger, pero ahora inquieta a mucha gente, y además se dice que hay otra forma de hacer Europa. Nos gustaría saber de qué forma se hace esa Europa. Ocho países no lo han refrendado todavía. Tenemos en el Reino Unido dos jueces a punto de dictaminar si se tiene que hacer o no un referéndum en Gran Bretaña. Tenemos a la República Checa, cuyo presidente, Václav Klaus, dice que no es posible seguir con la ratificación, y que el NO es una victoria de la libertad y de la razón sobre los proyectos elitistas, artificiales y burocráticos. En Polonia el Parlamento ha dicho que sí, pero el presidente Kaczynski, que no es precisamente un europeísta enfervorizado, parece que no está muy entusiasmado con firmar. La noticia de hoy es que la canciller alemana, Angela Merkel, dice que no está de acuerdo con una Europa a dos velocidades. Por eso la pregunta, sobre todo cuando ayer vimos al presidente del Gobierno, señor Rodríguez Zapatero, hablar de ningún paso atrás, es cómo se puede solventar esta situación. Ya sé que usted no tiene la bola de cristal.
Opacidad y dos velocidades
Somos conscientes de que desde el año 2000 se han registrado nueve consultas, se han ganado tres y se han perdido seis, y acaba de decir que esto afecta a la vida cotidiana del ciudadano europeo normal. Sin embargo, el ciudadano europeo normal no tiene esa sensación, porque se le ha puesto encima de la mesa opinar sobre un complejo de tratados de 27 estados, porque hay una cierta aversión a la Unión Europea por distintos motivos, fundamentalmente por su opacidad y por falta de transparencia y por esa extensión de las llamadas puertas giratorias donde entra uno de funcionario y acaba miembro de un lobby de alguna empresa con intereses en Bruselas. Porque también en los gobiernos suelen vender en casa lo bueno de lo conseguido y lo mala que es Bruselas. Porque lo doméstico prima fundamentalmente y, porque, últimamente, nos vienen inputs que son absolutamente impresentables. Hoy es el asunto de los móviles, pero la semana pasada fue la semana de 65 horas. No se hacen públicos los informes de sus auditorias. Usted está muy entusiasmado pero hay cosas que no funcionan. Señor secretario de Estado, al parecer, son partidarios de que continúe el proceso de ratificación y que no importa que sea a 27; puede ser a 26, a 25, ó a 24, pero que siga. Que no es obligatorio que todos los estados vayan a la misma velocidad y que si los países que han ratificado o van a ratificar el Tratado de Lisboa tienen suficiente coraje,pueden ofrecer a los rezagados la negociación de un acuerdo multilateral como seguir adelante con lo que se ha decidido, porque ni jurídica ni políticamente es imposible. Y porque hay siempre una sospecha, si esto no prospera y el Tratado de Lisboa no se pone en funcionamiento, Alemania y Francia van a volver a su eje de grandes constructores de la Unión Europea. Por tanto, estamos en una crisis que se puede solventar, porque todo se solventa y, al final, siempre se encuentra una fórmula para sacar de su atasco a la Unión Europea, pero estamos en un momento bajo, a pesar de lo que se pueda decir y a pesar de sus declaraciones el pasado domingo.
Kosovo y las Olimpiadas en China
Termino, señor presidente, haciendo alusión a dos temas, uno que ya ha expuesto el portavoz del Grupo Parlamentario Catalán sobre el tema de Kosovo. Ayer mismo nació como Estado. Ha sido reconocido por 43 países, entre ellos Estados Unidos, pero no por España, que se comprometió a aportar 15 agentes y luego se echó atrás. Se van a entrenar a 600 soldados. España podría entrar en la formación de un cuerpo de seguridad de 2.500 agentes, que será el embrión de un futuro ejército, y sin embargo, el Gobierno español no está por la labor de hacer ningún movimiento. Finalmente, uno de los énfasis más importantes que tuvo en su intervención el presidente del Gobierno, fue decir que se va a liderar internacionalmente que se promueva la abolición de la pena de muerte en todo el mundo. China es un país que aplica la pena de muerte y este verano, en agosto, va a celebrar unos juegos olímpicos. Pregunto si se va a adoptar algún tipo de iniciativa en relación con este gran país que tanta importancia tiene.
El periodista Carrascal despotrica en contra del nacionalismo vasco y eleva a las alturas el idem. español.
Con estos se entiende muy bien Anasagasti.
¿Qué hacemos con los nacionalistas?
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
Ala postre, el problema del PP es el de España: ¿cómo tratar con los nacionalistas? Hay quién dice que el único trato es darles los «Buenos días». Hay quien sostiene que no queda más remedio que la negociación. En el Congreso de Valencia se ha impuesto, como en otras cosas, una postura intermedia: dialogar con ellos.
Es lo más lejos que podemos ir. Dialogar, no negociar. Negociar significa dar algo para obtener algo a cambio. Pero los nacionalistas sólo toman, no dan. Y cuanto más se les da, más piden. Para ellos, negociar es una ristra interminable de demandas y quejas. Sin agradecer lo más mínimo lo que se les da. Al revés, lo toman como la confirmación de sus derechos, dando pábulo a nuevas reivindicaciones, inventadas la mayoría. Negociar con ellos, en suma, tiene el mismo sentido que negociar con una pared que avanza hacia nosotros. Sólo conciben el pacto como reconocimiento de su postura. Su postura es que no son españoles, que deben, por tanto, separarse de España. Díganme cómo se puede negociar y, aún menos, pactar con gente así.
Y no sólo por respeto a España, sino por respeto a los derechos humanos. Como se ha demostrado hasta la saciedad, los nacionalistas no sólo no respetan a la nación española. Tampoco respetan a aquellos «compatriotas» que no aceptan sus tesis. Los consideran traidores, y, caso de imponerse, lo primero que harían con ellos sería expulsarlos o algo peor. Y eso no puede permitirlo un Estado de Derecho como el nuestro.
Al fondo está la naturaleza misma del nacionalismo étnico o cultural. No se trata de una opción política. Estamos ante un sucedáneo de religión pagana, en la que la nación ha sustituido a Dios. Lo que justifica todo, desde la mentira a la violencia. Escuchen a Ibarretxe ante la cama de Ramón Recalde, víctima de un atentado: «En Euskadi se vive muy bien». Y lo peor es que, muy posiblemente, está convencido de ello.
Lo que se esconde detrás de este tipo de nacionalismo es un déficit de personalidad. Son individuos incapaces de sostenerse por sí solos, que necesitan apoyarse en el colectivo nacional para compensar su insignificancia. Sólo así sienten que son algo, alguien, aunque sea sólo la célula de un todo. Si se esfumara ese soporte, desaparecerían. De ahí que luchen desesperadamente para mantenerlo, sin pararse en cualquier tipo de consideraciones, lógicas o morales. Son cruzados de la causa, fanáticos del colectivo.
Pero el mundo no va por ahí. Va justo en sentido contrario. La humanidad avanza hacia el individualismo. Las personas cuentan cada vez más, adquieren un creciente protagonismo. El individuo es el mañana. El colectivo, el ayer, pero quien ha diluido su personalidad en él hará cuanto esté en su mano para mantenerlo, incluido todo tipo de aberraciones.
Con gente así no se va a ninguna parte, a no ser que se esté dispuesto a ir adonde ellos quieren. Y eso, de ninguna manera. Ya hemos tenido colectivismo de sobra.
Publicado por: Curro Alvarez. | 06/24/2008 en 02:30 a.m.
Anasagasti, una de las mayores majaderías que por aquí se han visto escritas es cuando usted escribre sobre López Garrido:
--"le afee el hecho porque además es un jacobino y un madridista acérrimo".--
Claro, yo que soy bético, seguro que me mandaría a la hoguera si pudiera. En fin, sus "chorradas" son dignas de admiración, no exentas de preocupación.
Si los dos tenemos el mismo concepto de lo que representa ser "jacobino", no hace falta mirar tan lejos; veo muchos, pero muchos jacobinos en su entorno íntimo.
En algo estamos de acuerdo y espero no sirva de precedente. Ma cae fatal López Garrido.
Publicado por: Iñigo.Treviño | 06/24/2008 en 10:32 a.m.