El escritor argentino Ernesto Sábato escribió en su libro "España en los diarios de mi vejez" (Seix Barral 2004) una conmovida semblanza de lo vasco que reproducimos a continuación.
A la tarde, después de una siesta que dado el tamaño y la grandiosidad del hotel Real, he de llamar principesca, fui a inaugurar la Feria del Libro de Santander.
La conferencia la di ante un público muy cálido.
En este largo trayecto por España hubiese querido llegarme hasta el País Vasco.
Ellos son un pueblo cuyas raíces se hunden en la prehistoria, un pueblo que ha sido y sigue siendo causa de perplejidad y admiración entre los etnólogos, antropólogos y lingüistas. Desde chico fui dado a la ensoñación como es frecuente en los niños solitarios e introvertidos, los libros fueron mi refugio. Me acuerdo absorto ante los mapas históricos en que leía inscripciones como Illyria, Ibernia, Cantabria, y debe de haber sido en esos atlas cuando por primera vez leí la palabra “vascones”. ¿Quiénes eran? Cierro los ojos y me parece ver aún los que conocí en mi pueblo de campo, con sus alpargatas bordadas, su gran vientre sobresaliendo por sobre su faja, su nariz larga, casi aguileña, su fuerte y adelantado mentón. También acuden a mi memoria apellidos de aquel tiempo brumoso, como Hegoburu, Barandiarán, Urdinola, o recientes y queridos como el del amigo Carmelo Angulo Barturen.
Pero ya de grande mi simpatía por el pueblo vasco reconoce otros fundamentos, y muy en especial su milenaria lucha por la libertad. La raza vasca es tan singular en el tiempo que no se le reconocen ascendientes ni descendientes o afines étnicos. Que este pueblo haya sido capaz de mantenerse tan puro a lo largo de siete mil años habla del indomable espíritu que le es propio. Enclavado en la pequeña región en que los Pirineos descienden hacia el Cantábrico, pasaje obligado de invasores feroces de toda laya, supo mantenerse libre, fue capaz de conservar sus costumbres, sus instituciones muy democráticas y su lengua ancestral, ¿cómo no admirar a un pueblo que recuerda a esos robles de sus montañas, resistentes a las peores tempestades?
Por esa garganta pasaron una y otra vez pueblos guerreros que invadieron la península y lograron dominarla en buena parte; otros, como los fenicios, griegos y musulmanes llegaron por el sur, a través del Mediterráneo; pero ni éstos ni aquéllos dominaron al país de los vascones, único en el territorio hispánico que no fue romanizado en ninguna de sus formas. Cuando en la Guernica legendaria se constituyó su primer gobierno de nuestro tiempo, a la sombra del Árbol, al caer de la tarde, y a escasísima distancia del frente, el primer Lendakari prestó el juramento de sus antepasados: “Jaungoikoaren aurrean apalik, euzko-lur gañian zutunik, asabearen gomutaz, Gernikako Zuaizpian, nere Aginduba ondo betetzia zin dagit”.
¿Existe la casualidad? ¿Cómo influye la geografía en el desarrollo o en el devenir de los pueblos?
¿Es casual que seres llegados desde España, Portugal o Reino Unido fueran unos de los primeros (segundos o terceros, da igual) en tocar tierras americanas?
¿Es casual que los romanos no llegaran a zonas bien resguardadas por las montañas? ¿Es factible sentirse orgulloso por lo que hicieron antepasados que no conocimos?¿Y, entonces... cómo llegó la religión católica? ¿Por qué no seguir las viejas tradiciones y sí el catolicismo?
Las historias y los misterios son bonitos; la política (el idealismo)basado en el romanticismo o en la nostalgia son bien peligrosos...
Tanto lo digo por Hitler, como por Franco, como por Musolini, como por aquellos comunistas que imponían la música popular; o éstos otros que adulan al Cid Campeador. El amor al terruño se extiende como una lapa a lo largo y a lo ancho de este planeta tierra, pero los derechos humanos no surgen de aquellos que adoran a su país.
Hitler gustaba de la antropología, y encomendó varias misiones en busca del origen de la raza aria, tanto al Tibet como a Irán (el país de los arios).
El nacionalismo étnico nunca es inocente; apelar a la belleza de la historia de los designios de una raza puede estar bien, pero usar la ecología de la conservación en un ámbito humano es otra cosa.
Publicado por: Juan | 09/18/2008 en 08:29 p.m.
Hitler le gustaba de la teoria de la eugenesia, que no es lo mismo, y esa eugenesia, ver (http://es.wikipedia.org/wiki/Eugenesia) se basaba en que una raza era dominante y superior a otras, de eliminar y esterilizar a las inferiores (para acabar con ella), de ahi...millones de personas murieron con esa "teoria", los deficientes mentales, los de sindrome de down, los sordos, ciegos, los gitanos, y los judios sobraban, los demas eran inferiores, no confundamos y no unifiquemos criterios a proposito, asi es como se odia a los vascos,...la ETA son asesinos y vascos, por tanto...los vascos son...
AL Quaeda son asesinos sanguinarios y musulmanes, por tanto los musulmanes son...etc, etc.
Es lo que pasa en esta sociedad donde la informcion es facil de manipular de generalizar y despues dictar, asi lo hizo Hitler y asi pretenden con nosotros, no digo que nos estan practicando una "eugenesia", pero utilizar ciertos datos y hechos, es simple, que uno lo nota en España, que en cuanto dices que eres vasco algunos se dan la vuelta y no miran muy bien, como si yo tuviera la culpa de los asesinos de ETA, por ser simplemente VASCO,
salu2 desde Venezuela, agur
Publicado por: xabier | 09/19/2008 en 12:38 p.m.
Siento haber hecho ese comentario facilón; simplemente hacía alusión al descrédito que desde mi punto de vista tiene cualquier nacionalismo, ya sea español, francés, vasco o de donde sea.
Y sí, razón lleva usted, porque Hitler fuera antitaurino y vegetariano, no por ello todos los vegetarianos o antitaurinos quedan desacreditados; porque Hitler fuera partidario de abolir la tortura de los animales, no todos los que abogan por esto hayan de ser nazis; porque Hitler apelara a la bella historia de un pueblo guerrero y honesto venido del éste (posiblemente antiguos persas) no todos los que aboguen por la belleza de esas historias han de ser igual que él.
Pero ahí quedan los hechos, sin más. Las conclusiones son que el civismo en exceso o el romanticismo exacerbado transformado en nacionalismo "pueden no ser inocentes".
No considero coherente apelar a los derechos civiles y al mismo tiempo aludir a la tradición o la historia, o desacreditar a unos "ciudadanos" aludiendo a su carencia de vasquidad: porque se es de un lugar (a mi parecer), por el mero hecho de nacer allí, no por los sentimientos que cada persona pueda profesar. ¿Es más español o más vasco un vecino que exhiba su bandera en el balcón que aquél que no lo hace?
El nacionalismo se anula a sí mismo.
¿Es más fácil llevar un chándal de la selección española en Hernani que un chándal de la selección de Euskal Herria en Madrid?
¿A cuántos les gustaría una tierra libre de maquetos o charnegos?
Publicado por: Juan | 09/20/2008 en 04:17 p.m.