Pedro Eugenio de Aramburu, hijo de vascos, nació en la provincia argentina de Córdoba en 1905. Inspirador como militar de la Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón, reemplazó como presidente a Eduardo Lonardi que pretendía una conciliación con el peronismo.
Su trabajo fue hacer una transición digna para dar la palabra al pueblo en elecciones democráticas que convocó el 23 de febrero de 1958 y que las ganó Arturo Frondizi. Aramburu se retiró del ejercicio activo de la profesión militar. Persona muy respetada fue secuestrado el 29 de mayo de 1970 en la primera acción pública de los Montoneros, sometido a “juicio revolucionario” y asesinado tres días después.
Tras su muerte un colombiano, académico, político y escritor de ascendencia también vasca, Germán Arciniegas, escribió ésta semblanza del presidente de origen vasco cuya oriundez la llevaba a gala. Decía así:
EL GENERAL ARAMBURU
EL GUERRERO MAS SINGULAR DE NUESTROS TIEMPOS
Por: Germán Arciniegas
Cuando pasen los años, quedarán asombrados los profesores de las escuelas de guerra al enterarse de que una de las campañas más gloriosas de los ejércitos de nuestra América sólo tuvo por objeto la recuperación del poder civil. Esta marcha, de 900 días del ejército argentino, amparado por su marina y su aviación, deslumbrará por su grandeza republicana. El general Aramburu y el almirante Rojas Madariaga no llevaron sus tropas a una carnicería de esas que se resuelven en humo, pólvora, lágrimas y sangre. Su batalla de cada día fue para salir de las sombras y dejar la bandera limpia de las manchas que en ella habían dejado quienes la usaron como trapo de odio y partido. Había que sacar al ejército de un valle de tentaciones negras, y conducirlo a la llanura abierta en donde el hombre libre recuperara su dignidad. Fue algo como la retirada de los diez mil de la epopeya griega, cuando los macedonios se movieron empujados por la ilusión de ver otra vez la llanura de su mar libertador. Los novecientos días argentinos fueron aún más ejemplares, porque lo que buscaba el ejército era despojarse de privilegios que le oprimían el corazón, volver a la vida cruda de los cuarteles y decir al pueblo reunido en la plaza: "El afianzamiento de la democracia llegará por vía de las instituciones republicanas en el ejercicio de las libertades y en la plenitud del derecho, donde ya no tiene nada que hacer la fuerza".
Con esas mismas palabras lo dijo el general, el VASCO, como le dicen con cariño familiar los argentinos. Aramburu viene de aquella tribu iluminada que para hacer sus fiestas y religión se congregaba a la sombra del árbol de Gernika, el árbol de la libertad.
El, casi nunca vistió uniforme en los novecientos días de la campaña. Podía estar bordeando el abismo que las conspiraciones le preparaban a cada vuelta del camino, y, siempre, con su traje llano, le recordaba a la tropa que el viejo San Martín le señaló al ejército su límite: hasta aquí llega el uso de las armas, de aquí en adelante empieza la autoridad de la ley civil. Así, hasta en el traje, Aramburu parecía indicar que llevaba, a los suyos a la conquista de un mundo en donde sólo le correspondía al soldado hacer de centinela de la legalidad, y que ese mundo era bueno para la tropa, bueno para los argentinos. En esto no tuvo un instante de vacilación. Jamás en soldado alguno se vio, quizás ni en civil alguno, conciencia más segura del ser republicano. Era deslumbrante el ejemplo de este capitán, hombre común. Su atuendo modesto era la mejor coraza que protegía la voluntad de hierro. Este soldado ya nos parece fabuloso. No es atrevimiento y es irresistible desbordamiento de justicia tomarnos la licencia de anticiparnos a gustar estas cosas que serán el gozo de la historia futura. Sobre esto no pueden equivocarse los argentinos, como no nos equivocamos los colombianos, ni los de Venezuela, ni los de Perú, ni los de ningún otro rincón de América. Ni puede equivocarse el ejército argentino. La campaña que terminó el 1º de mayo de 1.958 queda, desde ahora, entre las más grandes de la tradición libertadora.
Cuando iban llegando las tropas al final de las jornadas, la víspera de columbrar la vasta llanura de la vida civil reconquistada, treparon a una pequeña eminencia de mármol y de bronce. Les hacía sombra a los ejércitos la estatua del viejo libertador. Con la tropa se confundían representantes de sesenta naciones, gentes de todo el mundo, que llegaron alucinadas por la victoria del ejército que devolvió una república más al concierto democrático. Aramburu miró a su grande ejército. Los soldados vestían de gala y de alegría. Entonces dijo palabras como éstas, que se volvieron lágrimas y nudos en los veteranos: "Podemos y debemos olvidar los rencores sin caer en la imprudencia de cerrar las mentes al recuerdo -que sería condenarnos a la barbarie cívica- por temor de enfrentarnos con nuestras propias culpas. Y han de ser las fuerzas armadas las que, próximas a regresar a sus funciones específicas, contribuyan al esclarecimiento de la verdad, desnudando sus errores en el santo confesionario de la patria eterna".
Aramburu esperó a Frondizi en el palacio. Conversaron como dos amigos. Se sentaron a la mesa del gabinete de ministros. Dominaba el tono confidencial de quienes se encuentran vecinos a una grata emoción republicana. Luego, él le entregó el bastón delante de cien embajadores. Salió Aramburu del palacio. Buenos Aires se volcó sobre la avenida. La más formidable muchedumbre no le gritaba sino una palabra: ¡Gracias! El día estaba de deslumbrante azul. Azul de mayo. Ante la bóveda humana se verían viruta los arcos de triunfo. Era estrecha la ancha calle, angostas las aceras, diminutos los balcones, nada las azoteas para contener al millón de personas llegadas de todos los barrios, con la palabra ¡gracias!, que resonaba como otro grito sagrado, y más conmovedor, si es posible, porque conmueve a un pueblo agradecido. Fue la transfiguración de Buenos Aires. La ciudad civil rindió sus armas al soldado. El ejército ganó el mejor de sus trofeos.
Pues nada, Anasagasti, quédense muy orgullos con su medio "vasco", porque su madre muy vasca no debía ser. Rectifico, mejor se quedan con todo él, enterito.
Pedro Eugenio Aramburu Cilveti, ha pasado a la historia de Argentina, como un golpista y como un perseguidor cruel e inhumano de sus adversarios.
¿Publicarás?
Publicado por: Carlos.Riolobos. | 09/29/2008 en 08:36 p.m.
Un golpista y defensor de la clase alta, Oligarca de alma como casi toda la esfera militar. Empleados de sus amos yanquis , o sea una verguenza a la causa patriotica nacional, y causante de la segunda etapa de decadencia patriotica Argentina luego de la que causo el Gral. Urquiza en la batalla de Caseros. Ambos son una verguenza que la historia oficial engrandece y el pueblo debe conocer como lo que son..Gracias.
Publicado por: Rodriguez Omar | 03/02/2010 en 01:39 a.m.
interesante las noticias que nos trae accrea de la perspectiva individual, referente a los 19 articulos referentes a las valoraciones planteadas por el autor richard por otrolado pienso q los escenarios deverian ser mas expancibles y globales, para la competitividad de los factores antes mencionados , no obstante en algun lugar de la mancha de cuyo nombre no me quiero acordar dijeramos que las alternativas de las empresas dicientes en el anterior texto lograrian modificar sus estrategias otorgando mayor flexivilidad hacia otras fronteras
Publicado por: Simona | 07/06/2012 en 01:53 p.m.