Lo he escuchado contar con la emoción familiar de quien repite la historia transmitida de padres a hijos… y temo que el calor se enfríe en mis palabras. Pero, resucita la vieja historia de la Gamazada en Nabarra, cuando un pueblo destrozado y vencido en la primera guerra carlista, con un Pacto que sólo lo humillaba de sus antiguas prebendas como Reino Independiente, decide apoyar a su Diputación para luchar a favor de sus Fueros. Aquella fue una Diputación que luchó y que lo hizo bien apoyada por un fervor popular que convirtió las carreteras de Nabarra en ríos de gentes portando estandartes con el lema, profundamente intuitivo y cierto: “Paz y Fueros”. Salieron las columnas de todos los viejos pueblos del reino vascón para demostrar en silencio pero contundentemente que el pueblo de Nabarra no había olvidado su ley ni había olvidado del todo su historia, y que sabía de manera instintiva que tal ley y tal historia respetadas era lo único que podían hacerle vivir en paz. Y cuando la Diputación consiguió en Madrid lo que el pueblo había exigido, el pueblo fue a Castejón, a la frontera de Nabarra, a buscarla. Dicen que era tanto el fervor que llevaron en andas el vagón del tren donde iba la Corporación. Y dicen que en aquel tiempo, en el siglo pasado, donde no había radio ni otras fórmulas de comunicación de masas eficientes, todo el paseo de Sarasate se llenó de una multitud ansiosa y emocionada. Y entonces Aranzadi –cuyo hijo me contó la historia- salió al balcón de la Diputación de Nabarra y solo dijo estas palabras: “Señores… ¡Viva Gamazo! Porque nos ha unido”.
Esto lo vivió de cerca un hombre joven y ardiente: Sabino Arana Goiri. Lo vivió de tan cerca que durmió en casa de los Aranzadi en el paseo Sarasate de la vieja Iruña. Lo vivió de tan cerca que su amigo personal, Daniel Irujo, consejero y defensor de sus causas más tarde, le fue explicando –si es que había palabras para explicar aquellos sentimientos tumultuosos- que vibraba en el alma de cada navarro de aquellos que clamaban por sus Fueros.
Y Sabino Arana regresó a Bizkaia con el alma resonante de viejas voces, aquellas viejas voces que llevaba en su sangre vascona. Eran voces seculares ciertamente. Las voces de los antepasados suyos que habían estado en Orreaga defendiendo la soberanía de la tierra vascona. Eran las voces de los hombres que en Munguía defendieron la libertad de Bizkaia. Eran las voces de los últimos reyes de Nabarra que, muertos en el exilio, reclamaban para sus huesos sepultura en tierra Nabarra. Y eran además voces más cercanas las que movían en su sangre furiosas rebeldías, y que despertaron en su ser, claras y distintas, los días de la Gamazada en Nabarra. Eran las voces de los hombres vascos de todos los pueblos vascos que habían agarrado las almas y se habían echado al monte en pos de Zumalakarregi, el guipuzcoano, para defender la causa del Fuero, aunque ligando a un rey, la volvieron débil y fue arrasada. Eran las voces de los hombres traicionados en el abrazo de Bergara y que frustrados caminaron muchos de ellos al exilio americano. Y era, sobre todo, la gran voz de un Iparraguirre que hacía llorar a multitudes cuando tocaban su guitarra exaltando al Árbol de Gernika, el santo árbol de las libertades vascas. Y cuando un pueblo de cuyo severo concentrado expresa en lágrimas su amor por la ley perdida, es un pueblo que está llorando por su libertad. Y esto fue lo que iba sacudiendo el alma del hombre que nació profeta y se hizo héroe –porque los héroes se forjan en las renuncias y se templan en el acero de las humillaciones, de las cárceles, de todo lo perdido- y vio claramente la verdad de la tremenda crisis del pueblo vasco. Era una verdad tan clara y al mismo tiempo tan alucinante, que Sabino debió llevarse sus dos manos a las sienes par no tambalear. Su camino de Damasco estaba ya cumplido, y desde entonces sólo cupo la lucha y la angustia, el quebranto de la salud y la muerte cercana. Pero en tan poco tiempo como le quedaba y con las energías tan escasas que le iban dejando los contratiempos. Sabino Arana hizo muchas cosas. Tantas, que uno se pregunta cómo pudo hacerlas todas. El viejo idioma que había resonado precisamente en Roncesvalles y que se hablaba aún en los caseríos de toda Euskalerria y que se llevaban en sus labios los emigrantes a América, fue tocado por sus manos que aunque no expertos, al ser amorosas, le dieron cuerpo y figura. A la vieja patria de los vascos mil veces soñada por todos los hombres que la dejaron en sus exilios –el exilio de los balleneros en Terranova, el exilio de todos los navegantes desde Filipinas al Cabo de Hornos, el exilio de los hombres y mujeres que poblaron todas las Tierras pampeanas del sur de América y de los que hicieron el comercio del cacao y del añil en la tierra de gracia venezolana le dio un nombre y la hizo de pronto real y tangible como la estrella de sur o como la estrella polar. Ya todos pedían hablar de ella de un modo seguro y ubicarla en el mapa de los sueños y en el mapa de las naciones como correspondía a su antigua y preciosa dignidad. Y a la Historia del Pueblo Vasco la recorrió con el vuelo de un águila real que sabe bien la importancia de las montañas y la curva de los ríos, aunque pueda muy bien no fijarse en la pequeñez de algunos árboles. Él recobró un sentido histórico que este pueblo había perdido y al devolverle la memoria le devolvió la dignidad. Por él supimos qué cosas habíamos hecho - grandes, heroicas- y cuantas más podríamos hacer retornando el hilo quebrado. Y por Sabino Arana y su visión, pudimos llegar al fondo del Fuero Vasco. A la raíz de la ley de este pueblo, de Pueblo Vasco, que sólo tenía realidad en el símbolo del Árbol de Gernika. Que sólo se conocía a través de viejas costumbres practicadas austeramente y que sólo parecía alentar en secreto en los viejos corazones como un sueño de oro. Él lo sacó de su penumbra y lo colocó como un brasero de bronce sobre las llamas. Y entonces el Pueblo Vasco comprendió que sí había tenido una ley –una ley semejante- tenía derecho a su libertad. Quizás sea está la mejor de las conquistas de Sabino Arana Goiri. Quizás la más perfecta y la más noble y la de mayor trascendencia. Porque la creación de un Partido político le honra porque se adivina no tan solo al hombre de los sueños, sino al hombre práctico que como buen vasco, llevaba en su ser. Pero haber tocado el gran nervio del Pueblo Vasco, le hace verdaderamente un Conquistador al modo de los que penetraron en intrincadas selvas, aunque victorioso, porque los conquistadores de América jamás encontraron el Dorado y Sabino sí encontró el filón de oro que era la médula del Pueblo Vasco. Lo encontró, lo palpó, le dio forma espléndida, y quien haya leído “El partido carlista y los Fueros Vascos” no puede dejar de advertir el fuego, la vehemencia, la seguridad y la pasión de su espíritu. Entonces ya no parece el hombre grave y casi beatífico con que tantas veces lo contemplamos en los retratos: con su traje oscuro, su pequeña barba de finales de siglo y sus piernas cuidadosamente cruzadas para la fotografía.
Entonces más bien viene a nosotros esa otra fotografía de un Sabino joven, con la boina sobre la cabeza, con la barba desgreñada y poblada que tenía Iparraguirre. Un Sabino romántico pero también vigoroso. Un hombre cuyos ojos parecen taladrar tan hondo y tan sabiamente que parece casi imposible imaginarlo muerto o dormido. Parece que debe estar vivo aún, inquieto, febrilmente inquieto, como si la fiebre de su descubrimiento fuera aún mayor que la de su voluntad, aunque es verdad que al final de su vida se le apagaron poco a poco las fiebres, como si la muerte quisiera encontrarlo descansado al llegar.
Arana Goiri es un hombre que ha despertado grandes controversias y casi parece de moda hablar de él sin reverencia. Esto es un signo de una gran incultura y desde luego también, signo de llevar el estigma de toda la política franquista que ha querido desmitificarlo y empequeñecerlo. Pero un pueblo sabe inconscientemente cuándo sus hombres son grandes y merecen aprecio más allá de la muerte. Y sabe que honrando a los hombres que le dieron todo –su aliento, su comodidad, su talento y su salud- se honra también a sí mismo. Todas las cualidades de Arana Goiri y sus defectos están en alguna manera en cada hombre y en cada mujer vasco. Porque fue nacido de la raíz del Pueblo Vasco y expresó lo más genuino de ella. Desdeñarlos es desdeñarse a sí mismo. Y nadie puede llegar a eso sin perder dignidad y respeto a sí mismo. Arana Goiri fue la expresión de un pueblo que despierta de un profundo y trágico sopor e indudablemente fue también un hombre que encendió una antorcha cuando todos los demás hombres dormían. Fue más valiente que muchos y también más sensible. Y desde luego fue más heroico. Éstas son las cosas que se deben recordar cuando se le mira tantos años después de su tiempo. Y son las cosas que nos honran en reconocerlo porque es un acto de sinceridad y también de generosidad. Sobre estos sentimientos se edifican todas las figuras de los grandes hombres y mujeres de la historia universal, de los grandes mitos y de las alucinantes leyendas que hemos hecho desde que el hombre dejó la ley de la selva y pudo expresar en palabras su idea y su amor y demarcó la montera de su inteligencia. Y son las cosas que hoy, en un pueblo en crisis de identidad y de estabilidad, se deben recordar. Que si hubo hombres como él, podemos volver a tener no tan solo uno, sino muchos más. Porque eso y más, vamos a necesitar para edificar la Euzkadi del futuro.
Esto es rimbombante, sin más. Sabino Arana era un moderno en su tiempo, más que un neo-rural; un proto-fascista, un romanticón nacionalista como lo fueron otros mucho más peligrosos. Y esa justificación simplona de que era un hombre de su tiempo no sirve ni para él ni para otros.
Miedo es lo que produce el folclore oficialista; miedo a los nostálgicos poderosos; miedo a concentrar las pasiones de los antepasados en una persona; miedo a la desvirtuación de ciudadanía, que no tiene nada que ver con los antepasados.
Publicado por: Juan | 02/24/2009 en 11:52 a.m.
Estoy de acuerdo. Un nuevo Sabino necesitamos, quizás. Más pragmático, más tecnócrata, menos romántico, igualmente decidido. Yo solo encuentro eso leyendo entre líneas en los Comunicados de ETA, que son una aplicación práctica de su poema, senador. Con perdón.
Publicado por: DONATIEN MARTINEZ-LABEGERIE. | 02/24/2009 en 05:33 p.m.