El Comandante de la nave Zapatero observó desde el puente de mando los peligrosos glaciares atravesados en su derrotero; vio el inmenso campo de hielo que amenazaba su ruta; de inmediato, veloz y urgente, como suele ser, tomó directamente el control del timón, y con voz estentórea ordenó, gozoso, enfilar el buque directamente para estrellarlo contra la masa flotante. En esos minutos previos al desastre confió en que la fuerza de sus convicciones, su rol en la Historia y la decadencia del imperio harían que el gélido obstáculo no tuviera más remedio que apartarse, por aquella conseja fatua e inútil según la cual: "Si la naturaleza se opone el hielo se derrite".