Los primeros meses de mi destierro los pasé en una pequeña aldea del país vasco-francés, no lejos de Bayona. Una aldea en la que había un viejo "chateau" deshabitado, siete caseríos, una ermita, una escuela, una taberna y un frontón. ¿Qué más hace falta para vivir?. Lo pasé allí muy bien: me levantaba temprano y bajaba al río, a bañarme en aquellas aguas tan limpias del Nive;
cuando volvía al caserío estaba preparado ya el desayuno, y a la taberna había llegado el periódico, el único diario que se recibía allí. Después de leerlo y dar unos pelotazos en el frontón, el "aperitif" y enseguida, a comer; una siesta luego, y cuando empezaba a caer la tarde, a leer, otra vez más, bajo los árboles del parque que rodeaba al "chateau" un libro de cuentos de Andersen que me prestó la tabernera; un libro que le dieron hace años cuando dejó la escuela. Un paseo higiénico por la carretera, y a cenar; unas partidas de mus en la taberna, y a dormir.
En esta vida trabajosa de mis primeros meses de destierro conocí a "Katamotz", el pelotari de la aldea, que hacía, poco más o menos la misma vida que yo, salvo los días en que se vestía de blanco para jugar en los frontones de Bayona, de Ustaritz, de Cambó, de Villeneuve, de Saint-Pé.
Este "Katamotz" era un muchacho fornido, ágil, que regalaba salud. Era hijo de un caserío fuerte, que tenía buenas tierras, unos grandes prados junto al río, dos hermosas parejas de bueyes, hasta una docena de vacas lecheras, gallinas, patos y conejos. Como hijo mayor, a él le correspondía heredar todo aquello, y él debió haberse preocupado de prepararse para hacerse cargo de la hacienda cuando las fuerzas de su padre no pudieran con ella. Pero a “Katamotz" no le gustaba el trabajo.
Le gustaba jugar a pelota en los frontones de los pueblos cercanos, cobrar unos cientos de francos, comer bien, vestirse en Bayona, y lucir su figura y su fama -y su bigotito rubio erizado- en las fiestas, enamoriscando a las mozas.
Pero no había perdido la vergüenza y sentía un poco de remordimiento al comparar su holganza con los rudos trabajos de su padre y hermanos.
Una mañana, estando yo en la taberna, vi que atravesaba la plazoleta de la aldea "Katamotz". Iba calzado con unas alpargatas viejas, remangados los pantalones hasta media pierna, desabrochada la camisa, echada la boina sobre los ojos para preservarlos del sol, que caía de plano en aquella hora, y llevaba al hombro una gran guadaña. Iba silbando un aire popular y caminaba alegre y decidido. ¿Iría a trabajar, a segar hierba en el prado junto al río?. ¡Qué raro!.
Salí de la taberna y le seguí. Por el sendero serpeante bajaba "Katamotz" a grandes zancadas. Llegó a sus prados... y se fue derecho en busca de la sombra de nogales que allí había. Arrojó al suelo la guadaña, se sentó en la hierba, y exclamó:
-¡Uf!. Bero dao (calor hace)
Sacó la petaca, lió un cigarrillo, comenzó a echar humo, se tumbó, cantó un poco, silbó otro poco, miró al cielo por entre las ramas de los árboles, cambió de postura, arrancó una hierba, que se la puso entre los dientes, y cuando creyó que era ya mediodía se levantó, recogió la guadaña, echó de nuevo la boina sobre las ojos, volvió a su caserío, se sentó a la mesa con su familia, comió con más afán que otras veces y se fue a dormir la siesta, mientras su padre le miraba con tristeza, su madre con admiración y sus hermanos con envidia.
¿Qué habría sido de "Katamotz"?. Por su edad tuvo que haber ido a la guerra; quizás prisionero de los alemanes; tal vez le haya enviado Laval a Alemania, a trabajar para los nazis. Pero pueden estar tranquilos los aliados: "Katamotz" no habrá construido ningún avión para Hitler, ni una bomba, ni habrá dado siquiera un martillazo. Habrá silbado algún aire de su tierra, habrá dicho que hace calor o que hace frío, pero no habrá trabajado absolutamente nada. Pueden estar seguros de ello los aliados.
Euzko-Deya de Buenos Aires
30 de octubre de 1943
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José Olivares Larrondo nació en Algorta en 1892. Escritor y periodista firmaba con el seudónimo de Tellagorri. Fue Director del periódico de ANV, TIERRA VASCA. Exiliado en Buenos Aires donde murió en 1960, escribió cientos de artículos y reseñas, hoy desconocidos.
De ahí que trate de traer al hoy, aquellos magníficos trabajos de aquel inconmensurable Tellagorri, que escribía y describía personas, paisajes y situaciones como los ángeles. Aquí va el Nº 21. Es de 1943 y tanto los personajes como la grafía es de aquella época. Iré sacando poco a poco sus trabajos y depositándolos en una sección específica de éste Blog. A Tellagorri no podemos olvidarlo. Casi setenta años después su prosa y sus lecciones tienen más vigencia que nunca.
Qué magnífico! :)
Publicado por: Donatien Martinez-Labegerie | 09/02/2009 en 09:22 p.m.
Sigue habiendo mucho "Katamotz", joviales y simpáticos fuera de casa, débiles y gandules en la familia pero......... son tan graciosos y generalmente son los que más exigen y los que tienen el paladar más esquisito.
Publicado por: joxepaximur | 09/03/2009 en 10:22 a.m.