En un trabajo -si esto es trabajar- que os envié hace algún tiempo, me mostraba yo partidario de que la organización política de Euzkadi fuese de suerte que necesitara de muy pocas elecciones.
No es que niegue trascendencia al hecho de que un hombre se aproxime a una mesa donde hay unos señores que, o están contentos porque ese día van a comer bien, o están satisfechos de haber comido bien, según que el sol esté por pasar, o haya pasado ya por el meridiano de la mesa electoral; al hecho de que un hombre, custodiado por dos o tres electores, se acerque a esa mesa, dé su nombre, espere a que los señores que están sentados vean si ese nombre aparece en el censo, entregue al presidente del acto una papeleta bien doblada para que nadie sepa por quién vota -cuando lo cierto es que todos saben, sin equivocarse nunca, por quién vota-, deposite el presidente la papeleta en la urna al mismo tiempo que diga: "Votó", y, en fin, el elector haga una reverencia, gire sobre sus talones y se vaya por donde vino, recibiendo en la puerta del colegio electoral los dos duros que le entregan los que le han custodiado y vigilado para que no cambie por otra la papeleta que le dieron al entrar en el templo sagrado de la ciudadanía. No; yo no niego que ese es un acto trascendental; ni que el elector ha ejercitado un derecho de hombre libre; ni que haya contribuido, con ese acto tan sencillo, al engrandecimiento de su patria, al mismo tiempo que ha conseguido, por de pronto, los medios necesarios para merendar reciamente esa tarde. Lo que digo es que todo eso me produce, sin que lo pueda evitar, una risa terrible.
En una ocasión, las autoridades de mi partido me nombraron agente electoral. Yo les dije, una y mil veces, que no reunía, en absoluto, ninguna, ni la más elemental de las condiciones que se requieren para desempeñar ese cargo con alguna eficiencia; pero de nada me valió toda mi argumentación: me entregaron un millar de papeletas para que me dedicase a repartirlas entre los presuntos votantes de nuestros candidatos, y me recomendaron cara dura, ojo listo y dinamismo, tres cosas que todavía, no sé lo que son, ni creo que sirvan para nada.
Pero, en fin, el día de la elección salí de casa a primera hora, con las mil papeletas en el bolsillo, y me dirigí al colegio electoral más cercano. Allí estaban todos los que tenían que estar. Por allí merodeaban los electoreros, con sus caras duras, con sus ojos listos y con su dinamismo.
-Temprano vienes -me dijo uno-. ¿Crees que vamos a robarte el voto?.
-¡Hola! -me dijo otro-. Qué raro verte por aquí.
Tenía yo un miedo tremendo a que se dieran cuenta de la misión que me habían dado, y de que guardaba en el bolsillo mil balas mentales, para hacerles polvo a todos ellos. Empezaba a sentirme desasosegado.
Se me acercó un marino, que había sido condiscípulo mío cuando andábamos a trompicones con las primeras letras. El hombre debía saber a qué partido pertenecía yo, y debía sentir marcadas simpatías por nuestro credo, aunque, desde luego, no era afiliado. Empezó diciéndome que no sabía por quién votar, y que qué me parecía a mí. Yo le dije que esa era cuestión suya; que cada cual... Insistió en que a él, francamente, el partido que más le gustaba era el nuestro, porque....
Por muchas vueltas que dio, no consiguió aquel marino que yo le dijese por quién debía votar, ni mucho menos que le entregase una de las mil papeletas. Y con no sé qué pretexto, me marché de allí. Me fui a pasear, bajé a la playa, me eché bajo los tamarises, fumé un par de cigarrillos, fui a casa, comí…
Cuando estaba en el mejor sueño, me despertaron:
-Aquí viene José Manu a verte.
Entró José Manu en mi dormitorio:
-Pero, hombre ¡si está la cosa que arde!. ¡Son ya las tres!. No falta más que una hora para que se cierren los colegios. Hay que andar listos ahora. Pero… ¿dónde tienes las papeletas? Eres de oro…
Total, que me dijo unas cuantas cosas feas, se llevó las mil papeletas -no faltaba ni una-, dí media vuelta y seguí durmiendo. Luego recordé que, no sólo no había hecho votar a nadie, sino de que ni yo mismo había votado.
En toda mi vida, solamente he votado dos veces. De la primera tuvo la culpa el señor Prieto. De la segunda, Alfonso XIII.
Estaba yo en la cama una mañana de elecciones -¿dónde iba a estar mejor?-; me trajeron el café con leche y los periódicos. En "El Liberal" leí un artículo tan fogoso del señor Prieto contra el vasquismo, que salté de la cama, me vestí, fui al colegio electoral que estaba cerca de casa y voté lo contrario del señor Prieto, a un banquero de muchas barbas. Luego me di cuenta de lo que había hecho, pero era lo único que pude hacer para votar contra Prieto. Era la primera vez que votaba, y tenía ya más de treinta años.
La segunda vez que voté fue el 12 de Abril de 1.931. No a favor de nadie tampoco, sino contra el Rey. Y traje la República. A los pocos días de mi triunfo, los ingresos que me proporcionaba mi trabajo -unos cinco mil duros al año- quedaban reducidos a la mitad. Pocos años después, quedaron reducidos a cero.
Entonces me convencí de que a mí, al menos a mí, no me conviene votar. Acabaría entrampándome.
Pero el caso es que pensaba hablaros de por qué, a mi juicio, debe haber pocas elecciones en Euzkadi, y veo que se me ha acabado el papel y tinta. Otro día.
Euzko Deya de México
15 de Diciembre 1.943
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José Olivares Larrondo nació en Algorta en 1892. Escritor y periodista firmaba con el seudónimo de Tellagorri. Fue Director del periódico de ANV, TIERRA VASCA. Exiliado en Buenos Aires donde murió en 1960, escribió cientos de artículos y reseñas, hoy desconocidos.
De ahí que trate de traer al hoy, aquellos magníficos trabajos de aquel inconmensurable Tellagorri, que escribía y describía personas, paisajes y situaciones como los ángeles. Aquí va el nº 27. Es de 1943 y tanto los personajes como la grafía es de aquella época. Iré sacando poco a poco sus trabajos y depositándolos en una sección específica de éste Blog. A Tellagorri no podemos olvidarlo. Casi setenta años después su prosa y sus lecciones tienen más vigencia que nunca.
Y bien que le han hecho caso, no han preguntado ni la hora en 50 años y en los ocho últimos han depurado todas las estructuras para poder llevar el cortijo entre cuatro. La verdad es que ha cuajado el mensaje, no hay que meterse en política, que no sirve para nada y a los ciudadanos se les recoge en los hogares del jubilado y se les "reconduce" a votar a las urnas en autobus en un acto de solidaridad. Por eso ha sido contraproducente este "furor" de los últimos cuatro años con un solo tema "la consulta popular", algo que "de repente" se convierte en el único objetivo, ya ni la pregunta importa-nadie la entiende-. En fin, que el articulista ahora nos recuerda con este "Recuperando a Tellagorri", que no nos entusiasmemos, que no se puede preguntar a todos de todo, que preguntitas las justas, las que nos digan, las que pongan pilas al "invento", del resto ni hablar, porque en realidad aunque se nos maquille de justo de lo contrario, es que la democracia les estorba.
Publicado por: Fermín | 09/20/2009 en 09:38 a.m.
Si es lo que digo yo, D.Fermín. El sábado los vecinos de Rekalde (Bilbao) le querían preguntar cosas sobre el tranvía a Gascó, el socialista -transportista que por vocación se casó con un musculoso conductor de bus de Donosti y que por curriculum es ahora, el socialista-autobusero, director de la cosa de la meteorología del gobierno vasco que nos han cambiado.
Pues a lo que iba D.Fermín, que el muchachote éste, Gascó,llegó setenta minutos tarde porque estaba comiendo, socialista-comedor,y les dijo a los pelmas de vecinos que le pidieran más autobuses a Azkuna y que no le tocaran a él los cojones, que está bien servido al respecto.
Igualico igualico que el difunto de su agüelico, o sea el socialista-Franco.
Publicado por: NIMREF | 09/21/2009 en 03:10 p.m.