Esta crónica la escribió en 1942 para Euzko Deya de Buenos Aires, Ramón de la Sota, hijo de quien fuera presidente de la Diputación de Bizkaia en 1918.
La segunda parte de la misma habla del Lehendakari Aguirre y da datos de vascos que lucharon con los aliados y de una comida por todo lo alto en un barco chileno. Lógicamente el capitán era vasco, de Lekeitio.
He aquí la crónica:
El día 15 del mes de octubre se cumple el 72 aniversario del fusilamiento en Santoña, de Florencio de Markiegi y trece compañeros más, los Azkue, Ibarbia, López Uranga, Zabala, Markaida, el comandante San Miguel del batallón U.G.T., el sindicalista Nieves, del batallón Malatesta, y otros que sentimos no recordar sus nombres, entre ellos cuatro santanderinos. Un crimen del franquismo sanguinario, que Euzkadi no puede olvidar, pues fue violando un pacto de guerra hecho al amparo del derecho de gentes.
Cuando los franquistas avanzaron sobre Santander, ayudados de sus aliados los italianos, buena parte del ejército de Euzkadi , se replegó a la bahía de Santoña. Allí capituló con las fuerzas italianas que estaban enfrente. Entre las condiciones de la rendición, figuraba el respeto a la vida de los prisioneros, y para las personas políticamente más responsables y para la oficialidad del ejército, el derecho de optar por exilarse al extranjero. Los sedicentes caballeros franquistas, con su mala fe característica, una vez que vieron desarmados los batallones vascos, burlándose de la palabra empeñada, negaron la capitulación. Celebraron una mojiganga de juicios en consejos de guerra y condenaron en masa a los prisioneros a la pena de muerte. Fueron miles los sentenciados a la última pena, que sucesivamente fueron ejecutados, mediante sacas que se practicaban todas las madrugadas. El día 15 de octubre del 37 llegó el turno a Markiegi y sus trece compañeros.
La clase de hombres asesinados ese día, bien claramente lo manifestó un testigo nada sospechoso de parcialidad hacia las ideas de los muertos; un capellán del ejército de Franco que les asistió en los últimos momentos, el cual se creyó en el deber de referir a los compañeros que quedaban en el penal de Santoña, la muerte ejemplar de aquellos héroes. Con lágrimas en los ojos les decía que nunca pueblo alguno tuvo hombres de la entereza y firmeza católica como los ejecutados aquella madrugada.
Florencio de Markiegi, buen padre de familia y de vida ejemplar; como alcalde de Deba supo ganarse la estimación de todos los vecinos por su rectitud de conducta y conciencia escrupulosa. Estallada la guerra, llevado de su gran caridad cristiana, se esforzó en mitigar los males en la medida de sus fuerzas, intercediendo incluso a favor de los sublevados. La guerra parece que escogió a la familia Markiegi como víctimas de su predilección. En noviembre de 1936 un hermano de Florencio, don José de Markiegi, sacerdote ejemplar de Mondragón, juntamente con el párroco y otro coadjutor de dicha villa, fueron asesinados por las bandas franquistas. Su hermano, el alcalde de Deba, cuando tuvo la noticia de este crimen, jamás expresó un sentimiento de venganza; por el contrario, siguió derramando la caridad con todos. Los franquistas, a quienes sin duda molestan los espíritus superiores, le pagaron con el fusilamiento. En los últimos momentos, Markiegi se esforzó en que algunos de los compañeros que iban a morir con él, hombres de conciencia recta, aunque alejados de la religión, volviesen a ella y a gozar del consuelo que la religión proporciona. Logró que confesaran y comulgaran en la última misa que oyeron.
Los muertos, que pertenecían a diferentes tendencias políticas y desde el nacionalista vasco hasta el sindicalista, cayeron unidos en un ideal de libertad, de amor a Euzkadi, y confesando una misma religión de paz y hermandad entre los hombres.
Ya antes se había visto correr junta la sangre de los vascos de diversos matices, derramada por los piquetes de ejecución del franquismo. Pero la sangre de ese día 15 es un símbolo. Entre nuestros presos de todos los matices políticos que quedaron en el penal, produjo un estrechamiento aún más fuerte de los lazos de unión que había creado el sufrimiento en común. Para todos los vascos fue un ejemplo, un legado espiritual, que no podemos, no debemos dilapidar ni destruir por pequeñeces de la vida ordinaria.
De la pasada contienda, nuestros muertos sin distinción de matices, son lo más sagrado que tenemos los vascos. Sigamos su ejemplo de unión y de sacrificio.
Euzko-Deia
Buenos Aires, 30 de octubre de 1942
La familia Markiegi está muy vinculada a Argentina.
La viuda de Florencio Markiegi: Maritxu Garate Arriola, hermana del eminente vasco, médico y humanista Dr. Justo Garate Arriola,vino a Argentina en 1938 con tres hijas: Miren Itziar, Miren Lore y Miren Nekane y acompañadas por su cuñado el sacerdote Peli Markiegi.
En Argentina , tanto la viuda de Florencio Markiegi como sus hijas,frecuentaron y participaron activamente en favor de la Cultura Vasca (Euskera,Danzas, etc) en las Euskal Etxeak de Necochea, Bahia Blanca y Mar del Plata.
Por su parte, el sacerdote Peli Markiegi fue párroco en la localidad de Tornquit, cercana a Bahia Blanca, donde se ganó el afecto de sus feligreses por su labor pastoral.
Publicado por: Mikel Ezkerro | 09/28/2009 en 03:54 p.m.
Ramón de la Sota Mac Mahon arribó a Argentina el año 1943, donde conoció a quien seria su esposa: Teresa Zorraquin.
Dueño de un importante taller naval, donde trabajaron varios exiliados vascos, tuvo activa participación en el Servicio Vasco de Información que dirigia José Maria Lasarte,colaborando- se vivia la Segunda Guerra Mundial- con los similares de Estados Unidos e Inglaterra.
Era Ramón de la Sota Mac Mahon portador de un disco grabado por el lehendakari José Antonio de Aguirre, donde éste decía que en caso que Franco entrase en la guerra mundial, aliado con Hitler y Mussolini,los capitanes vascos de barcos mercantes debían dirigir sus buques a puertos controlados por los Aliados.
Hacia 1947-1948 dejó Argentina para establecerse en Laburdi.
Publicado por: Mikel Ezkerro | 09/29/2009 en 02:14 p.m.