Es curioso. No solo Bruno Mauricio de Zabala fundó la ciudad de Montevideo sino que lo vasco se encuentra en cada esquina en aquel país. Sin ir más lejos los dos principales candidatos a estas elecciones llevan éstos apellidos. José Mujica, por la concertación y que estuvo en Bilbao cuando se fundó el Foro Latinoamericano Parlamentario y Pedro Bordaberry por el partido derechista. Mujica y Bordaberry.
No fue extraño que el Parlamento uruguayo le recibiera al Lehendakari con toda solemnidad en una sesión extraordinaria en 1941. Aguirre había aparecido en América tras su huida vía Berlín y en aquel Foro, los portavoces de todos los partidos de la Cámara le recibieron y reconocieron sus méritos y el del pueblo vasco.
A punto de cumplirse el cincuenta aniversario de su muerte en el exilio de París no está nada mal recordar esta sesión solemne, rogando a quien la lea y le interese, que la haga llegar a los amigos uruguayos.
Fue así:
EUZKADI MÁRTIR EN AMÉRICA LIBRE
A la llegada del Presidente Aguirre a tierras americanas después de haber vivido oculto en la Europa ocupada por los nazis y en pleno territorio alemán, de donde logró salir cambiada su personalidad, merced a poderosas ayudas de personalidades americanas, el pueblo uruguayo y sus máximos representantes le otorgaron un homenaje que constituyó una página de gloria tanto para la persona de Jose Antonio Aguirre como para Euzkadi.
El homenaje popular se hizo patente no sólo en el momento de su entrada en territorio uruguayo, cuando se le recibió con efusión, sino en el acto deportivo que tuvo lugar ante miles de espectadores que aclamaron la bandera vasca, paseada por el capitán del equipo nacional de football.
Por su parte, la Cámara de representantes se reunió en sesión especial de homenaje al Lehendakari. Nos complacemos en publicar a continuación, tomados del Diario de Sesiones, los textos de los discursos pronunciados en tan memorable acto.
Diario de Sesiones. -XXXIII Legislatura. Cuarto período.- Cámara de Representantes. -Acto celebrado el 15 de octubre de 1941.- Presidencia del doctor Euclides Sosa Aguilar, con asistencia del presidente de Euzkadi, doctor José Antonio de Aguirre.
En Montevideo, a los quince días del mes de octubre del año mil novecientos cuarenta y uno, siendo las diecinueve horas, entran a la Sala de Sesiones de la Cámara los señores representantes: Acosta y Lara, Almada, Aldaya, Alonso Montano, Amonderain, Brena, Brunereau des Houilleres, Bruno, Calleriza, Cardoso, Casal, Catalá Moyano, Cersósimo, Chouhy Terra (don José L.), Chouhy Terra (don Pedro), Collazo Debali, De la Fuente, Esquibel, Fernández (don José P.), Ferreira, Frugoni, Garra, Garzón, Gómez González (don Alberto F.), González (don Carmelo R.), González (don Eladio I.), González (don Eufemio C.), Gutiérrez Díaz, Hughes, Iturbide, Labacá Arocena, Langón, Malmierca, Martínez, Merello, Moreno Ceballos, Ois, Oldán, Palomeque, Paunesse, Princivalle, Pringles, Puig, Regules, Restuccia, Rodríguez (don Antonio J.), Rodríguez Rocha, Salgado, Semblat Amaro, Techera, Tió Rivas, Troitiño, Tubino y Vigo.
Total: 57.
Faltan:
Con licencia, el señor representante Arismendi.
Con aviso, los señores representantes Antúnez, Bonino, Canessa, Duprat, Figoli, Martirena, Mesa, Sáez, Oliú Pieri y Zunino. Total, 10.
Sin aviso, los señores representantes Arguello, Arrillaga Terra, Balbela, Barañano, Barbadora, Bogliaccini, Buranelli, Calleros Guichón, Cambiase, Carballo, Cerdeiras Alonso, Cusano, Damboriarena, De Dovitis, Espalter, Farinha, Fasciolo Siri, Fernández Crespo, García Corbo, García Da Rosa, Guerrero, Flores, Moreira, Olaso, Otero, Pirotto, Tío Rivas, Tuso Vila, Villaró Rubio y Zavalla.
Total: 30.
Señor Presidente. -Está abierto el acto. La Cámara se ha reunido en sesión especial en homenaje a la ilustre personalidad del doctor José Antonio de Aguirre, que es nuestro grato huésped. Tiene la palabra el señor diputado Frugoni.
Discurso del representante del partido socialista señor Emilio Frugoni
La presencia entre nosotros del ilustre hombre público que nos honra con su visita hace cruzar por el recinto de la Cámara una ráfaga de emoción cargada de recuerdos históricos porque trae hasta nosotros, para ponerlo bien cerca de nuestro corazón, el drama de la España mártir y sacrificada en el altar de las liberaciones del mundo, que el heroico pueblo español regó copiosamente con los ríos de su sangre generosa. De ese drama, ante el ex-Presidente José Antonio de Aguirre, lo que más se destaca en nuestro recuerdo son ahora los sacrificios inenarrables del admirable pueblo vasco, padre de instituciones inmortales que son patrimonio glorioso de la cultura política universal, tronco de generaciones americanas florecidas en héroes y en próceres preclaros, que fueron forjadores máximos de la historia y de la civilización de todo un Continente; almácigo de hombres laboriosos, fuertes y sanos, que prodigaron sus energías fecundas en las tierras del Río de la Plata para contribuir con empeño abnegado al engrandecimiento y al progreso de estos países.
En este instante surge ante nuestros ojos el cuadro de horror de las ciudades y de las aldeas vascas arrasadas por la guerra; la bárbara destrucción de Guernica, entre cuyas ruinas humeantes se alzaba el árbol secular de la libertad, que un poeta nacido en tierra uruguaya cantó en los mejores versos de la lengua euskara.
Yo no puedo menos de volver, en una oportunidad como ésta, mi pensamiento hacia la actitud de la América hispana, de la América oficial sudamericana, especialmente, ante la guerra de España, en la que el ex-Presidente José Antonio de Aguirre, y con él todo el heroico pueblo republicano español, encarnaban gallardamente la causa de la Libertad y del Derecho; esa misma causa por la cual están muriendo en estos momentos millares de hombres en las tierras del viejo mundo, enfrentando las mismas hordas bárbaras que llevaron el exterminio, el terror y el despotismo a la península ibérica. Y no puedo menos de recordar -porque hay cosas que no debemos olvidar demasiado- que nuestro Gobierno se complicó en lo que alguna vez yo he llamado la horrenda traición de América para la madre patria, hasta el punto de romper las relaciones diplomáticas con el Gobierno legítimo de Madrid con fútiles pretextos, en los momentos mismos en que la República española necesitaba y esperaba más que nunca la solidaridad y el apoyo de todas las Repúblicas de Hispano-América y de todo el Continente americano.
Este homenaje al insigne luchador y paladín de la democracia española debe servir, por lo menos, como acto de desagravio para la República traicionada y vencida, y como acto de arrepentimiento por parte de todos aquellos que no quisieron o no supieron ver que en esos momentos en la península española se estaba librando la primera gran batalla de esta guerra mundial, que ya nos ha obligado a todos a definirnos, a pronunciarnos, a tomar partido, a tomar un sitio de lucha a favor o en contra de los destinos de la democracia universal. (Aplausos en el hemiciclo y en las galerías.)
Yo, señor presidente, no desearía que mis palabras perturbasen, ni siquiera en lo más mínimo, la serenidad de este acto. No me niego a admitir la sinceridad del error, ni recuso arrepentimientos por tardíos o vacilantes; sólo he querido hablar con franqueza para ser digno del alto, limpio y claro espíritu a quien rendimos este homenaje.
Anoche no más, le oía decir en un elocuente discurso que él habla siempre diciendo la verdad, que se precia de hablar y de proceder con franqueza. Yo he querido hablarle con el lenguaje de la franqueza y de la verdad para que la participación de la bancada socialista en este agasajo de confraternidad republicana y democrática tuviese el acento que mejor corresponde a las características de la personalidad moral de nuestro homenajeado y a las virtudes esenciales de su raza y de su pueblo. (¡Muy bien!).
Todos los pueblos de América reciben con los brazos abiertos y con el corazón palpitante del más profundo sentimiento de solidaridad a estos hombres de España que todo lo han entregado a la causa de sus libertades y que vienen ahora hasta nosotros como los más altos mensajeros, como los embajadores del espíritu de su patria inmortal. Y, aunque desearíamos retenerlos entre nosotros toda la vida, ansiamos al mismo tiempo, ardientemente, que puedan volver cuanto antes a la tierra que debieron abandonar, para ver en ella el árbol simbólico de la libertad y recoger sus frutos de bendición en la tranquilidad de una existencia engrandecida por el dolor de las más tremendas desventuras y depurada por las más amargas experiencias de la lucha y del sacrificio. He terminado.
(Grandes aplausos en el hemiciclo y en las galerías.)
Señor presidente.-Tiene la palabra el señor diputado Iturbide.
Discurso del representante del partido Colorado Oficialista, don Julio Iturbide
Séame permitido, señor presidente, al usar de la palabra en este acto solemne, evocar una página de alto simbolismo de un brillante escritor lusitano.
"Un día, reunidos el ser que encarnaba las afirmaciones más puras y el que representaba las negaciones más deleznables, presenciaron el desfile de una magnífica cabalgata: la ideal cabalgata de los que murieron por defender la libertad. Frente a ella, el representante de las supremas negaciones exclamó: "¡Ilusión, vana ilusión!" Al oírlo, el simbólico personaje que trasuntaba los valores afirmativos evidenció la esencia sagrada de aquel ideal, al propio tiempo que mostraba las manos vacías de los que pretendían avasallarlo.
La realidad que vivimos diríase concreción de este instante imaginario.
Habíamos abierto los ojos, ávidos de la cosecha de nuestra siembra de esperanzas, y nos encontramos con un torrente de sangre.
Con un mundo arrodillado en el fango ante el altar de la Fuerza.
Y en la hora cruel de la tortura espiritual henos aquí que llega a nuestras playas un hombre cuya palabra tiene la autoridad que emana de la lucha y el sacrificio.
José Antonio de Aguirre, que, al pisar tierra uruguaya, ha afirmado al mundo, después de vivir en medio del incendio que devora las viejas sociedades, que en la lucha de la libertad contra la tiranía triunfará, señores, la libertad, y con ella todos los pueblos que han sabido sufrir y derramar sangre en su defensa!... (¡Muy bien!)
Y el vocablo Libertad tiene un profundo sentido en los labios de un hijo del País Vasco. Porque ella constituye la esencia misma de la historia de ese rincón del Cantábrico, de cielo luminoso, puro, como un regazo maternal.
Perdida en la nebulosidad de los siglos, la libertad constituye un deber para todo euskaldun. No se podía ser ciudadano vasco si no se era libre. Y siendo en las viejas escuelas de la hidalguía la expresión más pura de la libertad, fueron los vascos nobles por derecho natural, en su ansia infinita de ser libres.
He aquí la síntesis acabada de una tradición, en la que se ha forjado el alma incontaminada de los vascos, que anhelan cumplir su destino, convencidos de que no es la extensión territorial la que cuenta para medir la grandeza de los pueblos, sino el concepto que ellos tengan de su responsabilidad histórica y su amor a la libertad.
En otros países había nobles y había siervos. En Euzkadi, el pueblo, dueño siempre de sus propios destinos, tenía una nobleza que equivale a democracia, a igualdad, a soberanía sobre la propia tierra.
Una palabra mágica ha llamado siempre al fondo racial del alma de ese pueblo. A su cobijo despertaba viril y pujante el sentimiento de la patria.
Y esa palabra la constituyen los Fueros, concreción de leyes que servían de norma a la vida de los vascos en virtud de la facultad que para ello tenían como manifestación de la independencia que originariamente gozaban. Fueros que encontraron, andando el tiempo, en Sabino de Arana Goiri, su cantor, su intérprete cabal y su mártir. Dando a su pueblo y al mundo la conciencia de su grandeza, Sabino ha asegurado la vida imperecedera de Euzkadi.
Como sujeto de Derecho Público, el país vasco ha sido absolutamente independiente -queremos recordarlo- hasta 1839. Desde ese año a 1936 tuvo personalidad moral y jurídica en el aspecto económico y administrativo. Y en 1936 alcanza la autonomía dentro del Estado español.
En todas las etapas de su historia alentó en él una humana y digna concepción del Estado.
Jamás los reyes de Navarra, de Guipúzcoa, de Álava y de Vizcaya tuvieron jurisdicción ni autoridad, ni facultad soberana entre los vascos. En vez de reyes fueron allí, en realidad, súbditos.
Pudieron los vascos conquistar antes esa ansiada libertad. Pero para lograrlo hubieran tenido que sacrificar un pasado de gloria. Y el pueblo vasco no sabe de traiciones.
Cuando en 1931 llegaba a Guernica una delegación de las derechas españolas, los más tarde insurgentes, cantaron las libertades vascas, y mientras Oreja proclamaba que "el derecho vasco es anterior a la constitución del Estado español", Oriol, monárquico como aquél, expresaba: "Respira, Euzkadi libre, adora a tu Dios y a tus libertades, vive con ellas en paz y en prosperidad."
Todo llega siempre, andando por rectos caminos.
El 1 de octubre de 1936 se proclama el Estatuto Vasco, y el 7 de ese mismo mes el pueblo de Euzkadi, reunido en Guernica bajo el árbol legendario, escuchaba de labios de nuestro ilustre huésped el juramento de realizar un gobierno libre, inclinado ante Dios, pero de pie sobre la tierra vasca.
Después, la lucha trágica, que fue como un toque funeral que cruzó las ciudades, las villas, las aldeas y los campos de España.
La vieja patria vasca se vio envuelta en la roja llamarada del drama colectivo. Y esa raza fuerte, que sabe idealizar hasta las tragedias, vio correr por sus valles y por sus montañas la sangre de sus hijos.
La lucha no ha terminado. Los ideales de este pueblo secular no pueden morir.
No morirá jamás el espíritu temerario de aquellos hombres que construyeron con madera de los bosques de sus montañas, bajo el cielo de Euzkadi, la nave capitana de Colón, que fue tripulada por vascos, los cuales compartieron con el gran almirante las acechanzas del viaje hacia lo desconocido y fueron los primeros en regar con su sangre el suelo del Nuevo Mundo.
No pueden morir los principios fundamentales de la democracia vasca, que encuadran en los marcos teóricos del Derecho las esencias específicas de cada pueblo.
Jamás podrá borrarse de las páginas del Derecho Internacional el grito de dolor y de verdad del Padre Vitoria, que se levanta frente al poder imperial de Carlos V, y al del Soberano Pontífice, que pretendían presentar a los indios como infieles.
Y en esta hora reverdece en el mundo, como una sublime esperanza, el fundamento que el propio Vitoria da a la sociedad internacional por el derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos y por el repudio de las guerras de conquistas, frente a las cuales los Estados deberán aplicar sanciones que distingan -tal el concepto del ilustre pensador vasco- entre las multitudes inocentes y los gobernantes culpables.
No se olvidará nunca a aquel hermano de los indios de América que fue Pedro de Rentería, que lo abandonó todo para salvar a los niños indígenas de la orfandad espiritual en que vivían y que ofreció al Padre Las Casas cuanto hubo menester para el cumplimiento de su nobilísima misión.
El mundo recordará siempre conmovido la ruta de luz por el suelo americano de Simón Bolívar, nieto de vascos, educado en las tradiciones de su raza, en las que aprendió el credo de libertad que luego enseñó a conjugar a los pueblos del Nuevo Mundo.
Ni olvidará tampoco que en la hora de gesta de nuestras nacionalidades los vascos llevaron a la difusa mentalidad de las nuevas naciones el espíritu de autonomía y el amor a la democracia que fundamenta la conciencia cívica de los pueblos de América.
No se borrarán ya más de los ojos del mundo angustiado las escenas de heroísmo excepcional de este pueblo que en medio de la reciente tragedia española fue la mano que se extendía al adversario con un claro sentimiento de la fraternidad humana.
Ni se olvidarán tampoco estos ejemplares hombres de gobierno que salvaron primero a los niños para que no los hiriera la crueldad de la guerra, que salvaron después a las mujeres para que no las manchara la infamia, que salvaron luego a los viejos para que no los abofeteara la inconsciencia, y que evacuaron finalmente a los soldados en lucha.
Los últimos en salir fueron los miembros del Gobierno vasco.
Y el último fuisteis vos, doctor Aguirre, que sois el primero entre cientos de miles de vascos, que bajo todos los cielos de la tierra son trabajo y riqueza y honestidad y libertad.
Se ha cumplido en vos la profecía de Sabino cuando preveía el éxodo de su raza en una canción que diríase flota y llora en los crepúsculos vascos cuando el sol se hunde en el Cantábrico.
Cuenta la Historia, llena ya de ancianidad, que en el pueblo vasco son las abejas las obedientes portadoras de las órdenes de carácter sagrado.
Las abejas abandonan su trabajo infatigable y oscuro para transmitir esas órdenes a las aves, a los árboles, a los ríos, a las grietas de las rocas, a las flores y a los pacíficos rebaños.
Yo creo oír en este instante una orden sagrada que brota de vuestros labios serenos, doctor Aguirre.
Me parece contemplar cómo ese mundo laborioso, diseminado por toda la tierra, que es vuestro noble pueblo, se ha puesto en movimiento.
La palabra, sin duda, ha sido dada. Está en todos los labios.
"Abendeak dirau." La raza permanece. Y frente a ella debemos decir, con el poeta de América, como un anuncio de victoria: "¡Ya suenan los claros clarines!".
(Aplausos en el hemiciclo y en las galerías.)
Señor presidente.-Tiene la palabra el señor diputado Casal.
Discurso del señor Casal, en nombre de los nacionalistas herreristas.
Don José Antonio de Aguirre: Al acercar mi palabra a un hombre de tan alta jerarquía como la vuestra, abro las puertas de mi emoción no sólo para saludaros a vos, que por vuestras grandes cualidades de caballero y de cristiano todo lo merecéis, sino para aprovechar así esta magnífica ocasión y rendir un homenaje al pueblo vasco, homenaje no rendido hasta ahora y que ese pueblo, crecido en el más puro resplandor de la dignidad humana, tanto merece.
Porque, señores, el pueblo vasco es raíz de nuestra civilización porque, aunque su tradición se cuenta por milenios y su lenguaje se pierde en los albores de la Historia, su carácter recio y puro y su salud moral siempre han sido una, única, invariable, que ha dignificado la Historia con la llama vivificadora de su fe en el ideal.
Por eso, al deciros mi palabra de bienvenida a vos, al hombre que ha vivido y vive en una función creadora y en cuyo pulso espiritual se ve al luchador que piensa desde adentro, yo levanto mi saludo al pueblo vasco, que ha arquitecturado su existencia en los altos ideales de la paz, del amor y de la justicia, y rindo este homenaje, como uruguayo y como nacionalista, porque hasta mi país y mi partido han recibido la savia, buena y fuerte de vuestra raza y el documento de nuestras más altas gestas ha sido escrito con la colaboración de la virtud, la inteligencia y el heroísmo de esa raza.
No sólo Zabala, Alzaibar y tantas otras figuras en la Conquista y en la Colonia, sino que en principio mismo de nuestra nacionalidad es el vaqueano Echebeste el que asoma en la temprana luz la cruzada de los Treinta y Tres, con gesto altivo para señalar la ruta que dio a nuestra tierra el gozo único que nace del lenguaje de la libertad, y ese pueblo magnífico de santos, de obreros y de pensadores, que dio a Ignacio de Loyola, figura gigantesca que amalgama en un haz el valor y el misticismo; que dio a Pío Baroja, a Miguel de Unamuno, cuyos libros nos invitan a volar: ese pueblo nos aportó la caravana de aquella inmigración de sus esforzados hijos que desde el año 1835 vivió a nuestro lado, enriqueciendo con su trabajo nuestros campos y con su inteligencia el anhelo de superación que alentó siempre en nuestra patria.
Y es nuestro partido quien también tiene que agradecer a vuestra raza no sólo la tenacidad en su ideal y la firmeza de su verdad, que le ha permitido sobrevivir y triunfar, sino que figuras cumbres, el general don Jesús Bastarrica, el general don Jerónimo de Amilibia, cuya gloriosa y fuerte ancianidad fue ejemplo de todos, a los coroneles Ramón Arteagabeitia y Francisco Lasala y, por fin, nos dio la columna básica de nuestra agrupación: el brigadier general don Manuel Oribe, prócer de la independencia americana y fundador de nuestro partido, ese partido que tan cerca está de vuestro pueblo y que tanto lo comprende, porque vuestro pueblo, como él, ha estado en el infortunio y en la adversidad y ha sufrido, y, como en el decir de Walt Whitman, "ha cambiado tantas veces de agonía como de vestimenta", pero no ha muerto ni morirá nunca porque de su dolor y de su fe siempre renace un prodigioso y triunfal camino de una nueva vida.
Doctor Aguirre: al decir vuestro nombre estamos alzando las más bellas palabras de la vida: nobleza, amor, fe, libertad y justicia valores que, como "el sudor que adereza el buen pan de la prole", al decir de Julio Herrera y Reissig, "condecoran diamantes de honradez en el pecho" del siempre noble pueblo vasco.
He terminado.
(Aplausos en el hemiciclo y en las galerías.)
Señor presidente.-Tiene la palabra el señor diputado Gómez.
Discurso del representante del partido comunista, señor Eugenio Gómez
Saludo en nombre del partido comunista, que represento en esta Cámara, al doctor Aguirre, presidente del pueblo vasco. Lo saludo con el corazón ardiente del proletariado de todo el pueblo de mi patria, ennoblecido siempre en la lucha por la libertad de acuerdo al mandato de un valiente entre los valientes; pero, más que eso, de un visionario del siglo pasado, de quien encaminó los primeros pasos del pueblo oriental por su libertad: el general Artigas.
Saludo al presidente del pueblo vasco en esta hora trágica en que millones de hombres, llevando todavía en sus retinas la visión de la de los patriotas que defendieron su suelo, ambulan por el mundo, perdida transitoriamente la independencia de su patria. ¡Cuánto honor para ellos, que han sabido afrontar todas las situaciones antes de capitular ante el poder del fascismo!
Saludo a los vascos que se encuentran en esas condiciones, y a su presidente, el doctor Aguirre. Saludo especialmente a los vascos y, porque en común han luchado dando un ejemplo al mundo, saludo a todos los defensores de la República española que han podido quedar en su tierra y que día y noche continúan el trabajo abnegado y heroico para conseguir la independencia de su patria de la garra fascista. Especialmente saludo al proletariado de toda la tierra, sin distingos de nacionalidades, sometida en este momento a la tiranía del general Franco.
Es imposible saludar al pueblo vasco sin evocar las heroicas jornadas de lucha de toda la España republicana, donde millones de hombres y mujeres dieron lo mejor de sus esfuerzos, con todo el heroísmo de nuestra raza, para detener la invasión de los nazis alemanes y de los fascistas italianos, a cuyo servicio actuó el general Franco.
En el presidente vasco y en el pueblo vasco, cuya independencia anhelamos de todo corazón, consecuentes con nuestras ideas de que cada pueblo se gobierne por la voluntad de su mayoría, consecuentes con nuestras ideas de liberación nacional y social de los países, saludamos a la República española, a esa República que palmo a palmo disputó su patria a la agresión de la horda fascista.
Y es para nosotros la hora de la recordación y del odio. Pasan ante nuestros ojos los miles de muertos en los campos de batalla defendiendo una causa tan noble y justa como la de la República española. Nos indigna una vez más el recuerdo del fusilamiento de tantos nobles hombres después de vencida la República; de los diputados Zugazagoitia, Domingo Girón, Cayetano Bolívar, Adriano Romero, Zabalza y de Companys, de quien mañana se cumplirá un aniversario de su muerte, que conmovió al mundo.
Y, nombrándoles a ellos, nombro a miles de obreros, de campesinos y de intelectuales, republicanos, socialistas, católicos y comunistas, que perecieron bajo el rigor de bárbaros fusilamientos franquistas.
Saludo a los miles de presos que con altivez siguen consecuentes con la causa de la libertad, tanto en las cárceles vascas como en todas las cárceles de España. Es ésta la hora de la expresión solidaria con el pueblo vasco, con los republicanos españoles, y no una solidaridad de palabra, sino de hechos, de ayuda a quienes luchan por la libertad de la tierra vasca y de los demás lugares sometidos al fascismo.
La que ayer fue lucha en tierra vasca y en suelo hispano se desarrolla hoy en toda Europa, y los pueblos que han sido dominados, seguramente porque no fueron capaces de ayudar con todas sus fuerzas a la República española, y que con la guerra desatada por el fascismo han sido sometidos hoy al yugo fascista: Francia y Checoeslovaquia, Noruega y Yugoeslavia, Rumania y Hungría, esos pueblos y sus hombres luchan desafiando los bárbaros fusilamientos, y esos hombres hacen escuela de la libertad con su abnegado esfuerzo y patriotismo, arraigando y desarrollando en nuestros corazones el odio contra la bestia nazi, que debe ser barrida, para bien de la humanidad, de la faz de la tierra. (¡Muy bien! Aplausos en las galerías.)
Y esa causa de la libertad tiene hoy su baluarte en armas, luchando heroicamente, en la Unión Soviética, en Inglaterra, en China y demás pueblos en pleno combate, que deben contar con toda la ayuda del Gobierno y del pueblo del Uruguay.
Y para que esa ayuda sea eficaz, y para que no tengamos que sufrir las dentelladas brutales de la fiera nazi, la primera condición es unir a nuestro pueblo en un gran frente democrático y que la República entre en el gran frente de los pueblos que aman y luchan por la libertad, y que si no queremos encontrarnos mañana sin patria, que seamos capaces de unirnos todos los orientales para defender el patrimonio común: sólo la incomprensión o la inconsciencia pueden impedir esa unidad en el momento en que los más terribles peligros amenazan a nuestra República.
Saludo al presidente vasco, augurándole la libertad de su patria y sosteniendo que nuestro partido y seguramente todo el proletariado y el pueblo del Uruguay están dispuestos a dar su modesto concurso para que tal ideal pueda ser realizado.
Se ha dicho que el presidente Aguirre es católico. Nosotros no lo somos; pero hoy, ante la agresión del nazismo sobre el mundo, un común destino debe unir a los hombres: aplastar a la fiera nazi para que no siga avasallando a todos los demás pueblos.
(¡Muy bien! Aplausos en el hemiciclo y en las galerías).
Señor presidente,-Tiene la palabra el señor diputado Breña.
Discurso del señor Tomás G. Breña en nombre de los diputados católicos.
En representación de la Unión Cívica rindo, también, homenaje al doctor José Antonio de Aguirre, pero no podría rendirle este homenaje tratándose del representante del pueblo famoso por sus virtudes si no lo hiciera con la total claridad de mi espíritu.
Alguna vez en esta Cámara enfocamos el problema español. No es el momento de revivir polémicas, y, si quisiera revivirlas, sería para expresar la necesidad de que las democracias nuevas o antiguas vigoricen su fe en las ideas, su fe en la inteligencia, su fe en la razón, eliminando de sus leyes y de sus modos todos los sectarismos duros e inciviles que solamente sirven para encender la guerra y para sembrar la violencia y la muerte.
Nos place ver en el doctor Aguirre al hombre que nos trae una triple representación, para nosotros íntimamente grata. Al hombre de fe, al hombre demócrata y al hombre expatriado. Al hombre de fe, que tiene aquella sustancia íntima, fundamento de las cosas que se esperan, al decir de San Pablo, por la que el espíritu lanza hacia el infinito su ansiedad de luz.
Al hombre demócrata, que aguarda, como nosotros, una participación del pueblo cada vez más fuerte, más activa y más leal en el gobierno de la comunidad, bajo la inspiración de una igualdad real de hombres y de clases, cualquiera que sea la condición o la raza, de una justicia social que incluya a todos en la satisfacción del pan y de la paz de cada día, de un bien común espiritual que ve en los seres o en las colectividades no lobos individuales o asociados, sino hermanos que se unen con los hermanos de todas las horas, bajo el orden propicio que es la tranquilidad de los espíritus.
Al hombre expatriado, que sostuvo su causa y que llega a nuestra tierra con ese título enorme para la nobleza que presumimos poseer. Porque vemos en él un peregrino que sufre su drama, le abrimos nuestra casa y nuestra amistad y le damos nuestro pan y nuestra alma, con el buen modo que nos enseñó una civilización que llegó a la historia para vencer a una civilización pagana hace veinte siglos, civilización pagana que hoy retorna reaccionaria y traidora, con un estatismo absorbente que es desprecio del hombre, con un mito de la sangre y de la raza, que es el odio de los pueblos, con su fe en la violencia, que sería la muerte de la inteligencia y de la razón.
Esos tres títulos bastan para rendirle nuestra devoción fervorosa, pero esa devoción va también a su pueblo, que es síntesis de la vida interior de una raza que une armoniosamente su afán material con su afán espiritual, que entra en las profundidades del ser y que de allí saca los diamantes fulgentes de las virtudes teologales, que son las únicas que pueden componer las fuerzas, en nuestro sentir, de un mundo nuevo levantado sobre la purificación urgente del espíritu.
Con estas palabras nos unimos al homenaje de esta Cámara, esperando con fe que algún día, el día de la pacificación final, pueda volver el doctor Aguirre a su patria para pensar y sentir con los suyos al amparo del sino propicio que formaron las instituciones y las libertades de su pueblo. He terminado.
(Aplausos en el hemiciclo y en las galerías).
Señor presidente.-Tiene la palabra el señor expresidente del pueblo vasco, doctor José Antonio de Aguirre. (Aplausos en el hemiciclo).
Discurso del doctor José Antonio de Aguirre.
Señor presidente, señores diputados:
En las vertientes del Pirineo vive un pueblo: este pueblo es el vasco. En este pueblo existe un árbol que aquí, ahora, con magnifica elocuencia, ha sido recordado. Bajo este árbol, por muchísimo tiempo, por siglos, una libertad fue siempre jurada: la libertad del pueblo.
Cuando bajo aquellas hojas, reviviendo, si no toda nuestra histórica soberanía, sí una parte de ella, me encontraba, en fecha que aquí también se evocaba, todo un pasado histórico de tradición, de libertad y de democracia se agolpaba en mi corazón. Creía yo entonces, y lo creí más tarde, que esta defensa y este sentimiento de principios tan profundamente humanos no eran comprendidos por el resto del mundo, y, señores, al llegar aquí, al Uruguay, y al encontrarme hoy entre vosotros, yo os digo, señores diputados, que este homenaje yo no lo puedo recibir porque este homenaje no es ni puede ser para mí, instrumento accidental de los ideales que represento en este momento, sino para ese pueblo que recuerda tantos siglos de tradición… (Grandes aplausos en el hemiciclo y en las galerías.)…que significa una fuerte y vigorosa conciencia cristiana llena de tolerancia: que representa un profundo sentido social, compatible con aquellos avances que en la humanidad son hoy en día -y mañana serán- tan necesarios; compatible, señores, con todas aquellas formas en las que la libertad tiene su asiento. A este pueblo, con todas esas virtudes, vosotros, hombres de distintas tendencias, demostrando un exquisito espíritu de tolerancia y una elegancia espiritual por la que yo os felicito, señores, es a él, y no a mí, a quien dedicáis este homenaje. Lo rendís a todos aquellos que han sabido sufrir, lo dedicáis a aquellos que han llorado, y, sea cual sea vuestro pensamiento, vuestro corazón ha demostrado tales virtudes y cualidades humanas, que, con la emoción que podéis suponer, todo esto lo traslado a aquel pueblo, desde los que padecen el exilio, hasta los que sufren en las cárceles, a todos aquellos que esperan el día de la redención. (Aplausos en el hemiciclo).
Yo recuerdo un viejo aforismo latino con el cual unos magníficos hidalgos caballeros de nuestro país defendían la patria y defendían la libertad del individuo. Decían aquellos hombres, los infanzones de Obanos: "Pro libértate patria gens liberat siat", por la libertad de la patria, sea libre la gente, el pueblo y el hombre.
Y he aquí todo el problema de la humanidad, señores diputados; he aquí todo el problema, no ya el problema nuestro, no ya el problema terrible en que se agita el pueblo vasco, en que se debatió la República española, en que se mueve hoy todavía aquel conglomerado: es el problema de la humanidad entera: la libertad de los pueblos y la libertad del hombre.
Señores: parece talmente que hemos perdido la razón para que, después de veinte siglos de civilización cristiana, al cabo de veinte siglos en los cuales se predicó que el hombre era el centro del universo, sobre el cual habrían de girar todas las instituciones políticas, sobre el cual debían reunirse a su rededor todas las doctrinas para su beneficio y para que tanto en el terreno individual como colectivo el bien común pudiera establecerse, señores, parece que hayamos perdido la razón cuando en pleno siglo XX tenemos que estar clamando de nuevo que hay un hombre para el cual son las cosas y no un hombre para las cosas, y que hoy día se oprima la que tiene de más noble y más digno el hombre: su propio espíritu. (¡Muy bien! Aplausos).
Señores: yo vengo de la tierra del sufrimiento, y porque vengo de la tierra del sufrimiento os aseguro que mi corazón está absolutamente libre de odios.
Cuando, días atrás, se reunían, como hoy en esta Cámara, señores diputados, unos cuantos hombres de magnífica voluntad, que representaban, así como vosotros representáis, distintos ideales, y veía yo aquella convivencia de hombres de distinto pensamiento, pero unidos todos en una vía común o, por lo menos, queriendo marchar en una vía común de ideales y doctrinas que son salvadoras, señores, yo me felicitaba de estar entre aquellos hombres y yo les felicitaba como os felicito a vosotros. Recuerdo en este momento una frase que pronuncié por la radio de Barcelona en 1938 a mis compatriotas que sufrían,- y la vuelvo a repetir ahora: "Juro ante Dios que no tengo odios en mi corazón, y malditos aquellos que los tengan, porque no sirven para la construcción, sino para la destrucción." (¡Muy bien! Grandes y prolongados aplausos en el hemiciclo y en las galerías).
Por eso, cuando personas de distintos pensamientos se reúnen, dando calor a ideas que, como he dicho antes, son salvadoras, permitidme que os dirija unas palabras a los diputados como un colega vuestro, como un amigo vuestro, como alguien que también se ha sentado durante algún tiempo en ciertos escaños defendiendo siempre ideas de libertad, las ideas de libertad de nuestro pueblo, ideas de la libertad de la conciencia humana, y os diga que no perdáis jamás el sentido de la tolerancia. Oídme a mí -perdonadme, que me podéis dar lecciones, pero soy un hijo del sufrimiento y un hijo de la experiencia-: ¡no perdáis jamás la tolerancia! Sed, unos con otros, humanos. Oídme con emoción, oídme con tolerancia, que yo os hablo la verdad, porque la tragedia más inmensa que a un pueblo puede producírsele, que un pueblo puede presenciar, es un espectáculo semejante al que nosotros hemos presenciado y sufrido. Ese día vosotros sentiríais arrepentimiento. No arrepentimiento de la actitud, que de esta actitud por nosotros adoptada no tenemos por qué arrepentimos; pero en la vida social se producen siempre climas tan acusados y de tan fuerte odio en ocasiones, que cuando la reacción es pretendida por personas de buena voluntad es ya tarde.
Señores: yo hablo con claridad, hablo con profundidad a este efecto, porque, como os he dicho, vengo de presenciar una terrible experiencia. Arrepentimiento de nuestra posición, jamás. Yo no vengo aquí a dividir ni a esta Cámara magnífica, llena de espíritu y llena de emoción, ni al pueblo uruguayo; llego aquí como un caballero errante que lleva dentro de su corazón un agradecimiento profundo a esta hermosa tierra, que yo jamás olvidaré, y si al entrar en ella dije palabras sencillas, llenas de emoción y con lágrimas en los ojos, que fueron estas: "¡Bendita tierra!", al salir de ella volveré a repetirlas porque yo no sé más que expresar con ellas lo que mi corazón lleva.
(¡Muy bien! Prolongados aplausos).
Y por eso, señores, repito de nuevo la idea, sin tener que arrepentirme de nada: si de nuevo los acontecimientos se produjeran, nuestra conducta, hablo de los vascos, sería exactamente la misma que nuestra conducta pasada. Sin embargo, señores, oídme lo que yo os he dicho. Me lo habéis oído, pero yo digo: metedlo bien dentro de vuestros corazones.
Por el Uruguay tenemos nosotros gran simpatía. Cuando hemos estudiado nuestros textos jurídicos para acoplarnos a las necesidades del momento actual, vuestra producción jurídica ha estado allí presente. Hemos estudiado el Uruguay como se estudia con cariño la Constitución, las reglas jurídicas de un pueblo que, siendo, como nosotros, pequeño, tiene dentro de su alma todas estas ráfagas de progreso, de ansia, de desarrollo, que vosotros demostráis con solamente pasearse por vuestras plazas y vuestra ciudad.
Con el trato se adquiere otra convicción, y es la de que sois sinceros de carácter, de que tenéis un alma grande y de que sabéis apreciar el dolor. Y aunque vosotros hayáis podido estar divididos y, en cierto momento, por falta quizás de información en algunos hombres, hayáis podido pensar de nosotros lo que no éramos, yo he recibido ya aquí tantas muestras de afecto en todos los sectores, y no puedo excluir a ninguno, que, señores, digo: en el Uruguay no sólo existe la emoción del alma; existe, además, este exquisito ejemplo de civismo y de tolerancia que, cuando la información llega y se recibe, se rectifica.
Señores: yo he sido objeto de muestras de afecto muy grandes y no tengo que deciros que marcho encantado de este noble pueblo.
Señor presidente de la Cámara: yo quisiera que mi agradecimiento y estas pobres palabras mías quedaran aquí para siempre. Habéis homenajeado hoy no a mí: habéis homenajeado al pueblo más viejo de la tierra; habéis homenajeado al pueblo que es poseedor de la democracia más vieja de la tierra, de aquella democracia, seguramente, llevada de nuestra patria a Inglaterra por Simón de Monfort, que vivió durante muchos años en nuestro suelo; aquella democracia que cuando en la Carta Magna inglesa se estableció, ya estaba en vigor entre nuestros antepasados; habéis homenajeado a un pueblo del que los antropólogos dicen hoy que es continuador de aquel que vivía hace quince mil años en ese mismo territorio. Y algún derecho de continuidad tenemos, señor presidente y señores diputados.
Vivimos en este momento el homenaje a un pueblo que tiene el árbol bendito ante el cual el mariscal Monzey, con sus tropas -aquellas tropas que venían en nombre de la Revolución Francesa-, las hizo formar rindiendo las armas ante el árbol, el más viejo árbol de la libertad del mundo, como él mismo dijo en su proclama, más viejo que el árbol de la libertad de Friburgo.
Señores: habéis rendido honor a todo esto. Yo soy muy poco para él; yo lo traslado entero al pueblo vasco. Yo soy muy poco para él y hago votos para que este Uruguay espléndido siga la ruta luminosa que merece por su virtud y su emoción. Y, señores, que un pequeño destello de vuestras virtudes, de vuestra emoción, de vuestra felicidad, de vuestra libertad, le sea dado también por la Providencia a ese pueblo vasco que ha sabido sufrir por el Derecho, que ha sabido sufrir por la Libertad, que ha luchado con las armas en la mano por la Democracia, que es la libertad de los hombres y de los pueblos, y ha sabido en todo momento ser digno, hasta tal punto que hoy, ante vosotros, ilustres representantes de la nación uruguaya, yo, el más humilde de los hijos del pueblo vasco, me presento con la cara alta por haber cumplido mi deber y recibo en vosotros el premio, emocionadísimo, que yo rindo ante mi pueblo dando las gracias a todos.
(¡Muy bien! Prolongados aplausos en el hemiciclo y en las galerías.)
Señor presidente.-Si ningún señor representante hace uso de la palabra, queda terminado el acto.
Sr. Anasagasti:
Mujica tendrá apellido vasco pero la cara de delincuente no se la quita ni el famoso cirujano plastico brasilero Dr. Ivo Pintaguy
Publicado por: SIN PATRIA PERO SIN AMO | 10/30/2009 en 03:25 a.m.