Un alemán, especialista en la materia, ha montado en Bilbao un taller para la construcción de violines; el primer taller de este género que existe en la península.
He ahí un hecho que llega para nosotros demasiado tarde. Si ese taller se hubiera abierto hace cuarenta años, tal vez no nos veríamos como nos vemos, teniendo que vivir de la pluma, que en muy pocas ocasiones es un holgado vivir.
A veces, algún platudo bien intencionado nos ha puesto las manos sobre los hombros y, para halagar nuestra vanidad –pues solamente los choferes son más vanidosos que los escritores-, nos ha dicho:
-¡Ah, si yo tuviera la pluma de usted!
-Pues sería usted un linyera, como yo. Comería caliente muy de tarde en tarde.
Por eso, porque no hay forma de vivir con alguna holgura de la pluma, tal vez nos hubiera sacado de apuros un taller de violines en Bilbao, abierto hace cuarenta años. Quizás nos hubiera entrado la tentación de agarrar uno de esos instrumentos, echárnoslo al hombro, poner un pañuelito blanco en un lado del pescuezo, inclinar un poco la cabeza hacia el violín, entornar los ojos y darle al arco a ver qué pasaba. Y aunque no es seguro que hubiéramos oscurecido a Kubelik, ni aún que nos admitiera en su seno una orquesta de cabaret, es posible que hubiéramos llegado a dominar la técnica lo suficiente como para recorrer las calles pidiendo limosna, negocio que, a estar a los casos que con frecuencia relatan los periódicos, es bastante más lucrativo que el de escritor.
Sin embargo, cono nosotros no se termina el mundo, ni nuestras penurias son las penurias de todos. Es posible que ese taller, nacido tardíamente para nosotros, llegue aún a tiempo para otros, si se dan prisa. Cómo es posible que a ese alemán constructor de violines le haya impulsado a abrir su taller en Bilbao, más que un afán de lucro, un sentimiento de justicia reparadora. Quizás ese alemán -él sabrá por qué- ha creído que no hemos cerrado nosotros el ciclo de los destierros; tal vez prevea que a nosotros nos seguirán otros; y hasta quién sabe si no le remorderá un poco la conciencia al pensar que él tiene un poco de culpa en el nuevo éxodo, bien posible, por cierto. Y si es así, si le ha remordido la conciencia, nada tiene de extraño que se esfuerce en reparar, aunque no sea más que en parte, el daño que haya podido hacer anteriormente a los futuros viajeros forzosos.
Al noble gesto del alemán, debemos añadir nuestro concurso, que, por desgracia, no puede pasar, por ahora, de un sano consejo.
Vosotros, los futuros turistas, debéis aprovechar, y a toda prisa, en tareas forzadas, la iniciativa del alemán constructor de violines. Dadle, dadle al arco, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Formad comparsas, constituid ochotes, reunid cuadrillas, cread rondallas, y ensayad sin descanso. Vosotros, los periodistas, los escritores, los abogados, los magistrados, los jueces, los notarios, todos los que no tengáis un oficio de los de verdad; todos los que, como yo, no servís para nada en cuanto os trasplantan aprended a tocar el violín y a cantar algo. Aún no se ha agotado la caridad cristiana, aún queda en el corazón de las gentes un rincón destinado a conmiseración y a la misericordia, aún se ama al prójimo a veces, y aún quedan centavos en los bolsillos de las buenas personas. No desconfiéis. Dadle, dadle al arco.
De lo que debéis desconfiar, en cuanto os preparéis a hacer vuestras maletas, es de vuestra pluma, de vuestras Pandectas, de vuestros considerandos y resultandos, de vuestros “Nihil prius fide” y de vuestras firmas en garabato jeroglífico. Desconfiad de todo eso. No sirve para nada. Y si sois periodistas, además de no servir para nada bueno, os servirá para que la policía de todos los países que hayáis de recorrer os mire de través. Os lo digo yo, que una vez en Casablanca, le dije a un policía francés, para darme importancia, que era periodista, y me contestó:
-¡Shsss!. No se lo diga usted a nadie.
Desconfiad de eso, y aprended a tocar el violín, aunque no sea más que lo necesario para pedir limosna. Mirad que os habla con el corazón en la mano un escarmentado que quiere, con su dolorosa experiencia, libraros de todo mal. Amén.
Euzko-Deya de Buenos Aires
(30 de Enero 1944)
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