Míster Thomas era un irlandés que conocimos en nuestro pueblo hace cuarenta años: desde hace más de treinta no le he visto, pero bien sabe Dios que me gustaría echarle los ojos encima.
El tal Míster Thomas era un hombre que tenía todo el aspecto de un pastor protestante. Vestía siempre de negro, llevaba un cuello de celuloide que se ajustaba por detrás, usaba unas gafas brillantes y se tocaba con una gorrita, negra también. Por lo demás míster Thomas, aparte una sonrisa eterna y una especie de rubor que le subía a la cara siempre que hablaba, no ofrecía nada de particular; ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, míster Thomas, en las horas que le dejaba libre su trabajo se dedicaba a dar paseos higiénicos por el pueblo con un libro bajo el brazo, saludando muy amable a todos los curas que encontraba en el camino. Únicamente diré que por el color de su nariz, un tanto aberenjenada, me recordaba siempre al pastor que era tan amigo de la mujer de Samivel, el personaje de “Los papeles póstumos del club Pickwik”; amigo de la mujer del gracioso cochero Samivel, no por nada, sino porque Samivel tenía taberna.
Pues bien; este míster Thomas que digo estaba de profesor de inglés en un colegio que regentaban en mi pueblo los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Nosotros éramos amigos de algunos chicos que estudiaban allí, y por esa baranda entramos en contacto con el profesor irlandés, que, a falta de otras relaciones de más fuste, cultivaba las nuestras. ¿Para qué?. Pues para hablarnos de Irlanda, de la desgracia de Irlanda, de las luchas que los irlandeses sostenían en la clandestinidad y como francotiradores contra las autoridades británicas, de los amigos suyos que morían en la horca y de los que padecían en las cárceles. En resumen, que míster Thomas hizo de toda nuestra pandilla un corro de admiradores de Irlanda, dispuestos a alistarnos, en cuanto tuviéramos unos años más, en las legiones de francotiradores de Dublín, sin importarnos absolutamente nada de la cárcel ni de la horca: la cosa era salvar a Irlanda.
Un buen día, al cabo de unos años, míster Thomas desapareció del pueblo. Los Hermanos de la Doctrina Cristiana cerraron el Colegio por falta de hermanos alumnos, y el irlandés debió marchar a su isla. Y no he vuelto a verlo. Pero como digo, bien sabe Dios que me gustaría echarle los ojos encima.
Sí, porque así como Míster Thomas nos hablaba de su tierra, nosotros le hablábamos a él de la nuestra y si él nos refería sus ansias de libertad, no nos quedábamos cortos hablándole de las nuestras, que él comprendía perfectamente, y hasta se emocionaba con nuestros relatos. Total que los corazones nuestros y el de míster Thomas latían al mismo ritmo y sentían la misma angustia, porque eran los mismos los deseos y las penas del corazón de míster Thomas y de nuestros corazones. Esa es la cosa.
Pero llegó nuestra famosa guerra civil, y lo primero que hicieron los irlandeses fue enviar a Franco un regimiento de aguerridos francotiradores de Dublín, bien dispuestos a rompernos la crisma.
Y ha llegado esta otra guerra, y los irlandeses… En fin, ya lo saben ustedes. ¿En uso de su perfectísimo derecho?. Bien, bien; desde luego. Pero ¿dónde está Míster Thomas?.
Porque la verdad es que quisiera decirle cuatro cosas, a ver si se ruboriza un poco, como hace cuarenta años.
Euzko-Deya de Buenos Aires
(20 de Marzo 1944)
Cada Pueblo tiene lo que se merece. Tellagorri no pudo imaginar el grado de Claudicación al que iba a llegar el PNV.
Si lo viera convertido en un partido regionalista para Vascongadas, al estilo de otro que para Navarra se llama UPN, acatando una constitución monárquica que no respeta los derechos nacionales vascos, entendería a aquel irlandés, y quisiera echarle los ojos encima para preguntarle. Cómo lo hicísteis vosotros? El irlandés puede que le respondería: -Bueno, Irlanda era pobre, no teníamos ni refinería de petróleo.
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Publicado por: Donatien Martinez-Labegerie | 12/30/2009 en 03:19 p.m.