Este buen amigo y yo nos encontramos en París, hace años. Vencidos los dos, expulsados los dos de nuestra tierra, y con una situación económica que no era excesivamente brillante, nos dedicábamos a dar paseos higiénicos por los Campos Elíseos, desde el Louvre hasta la Plaza de la Estrella, y desde la Plaza de la Estrella Rond Point, unas veces por la acera del "Jorge V" y otras por "Hungría". De cuando en cuando nos deteníamos a mirar las cosas expuestas en un escaparate, o alguna librería. Pero, en general amenizábamos los paseos hablando de alta política.
Nos echaron de París los alemanes, y al poco tiempo nos encontramos en Marsella. La situación económica de ambos no había mejorado nada con el cambio de clima. En vista de eso, nos dedicamos a dar paseos higiénicos por la Ganebiére. A ratos nos deteníamos ante el escaparate de un cocinero italiano, que exponía a los paseantes unos grandes pescados, hechos al horno, aderezados con perejiles y salsas de muy buen aspecto, pero, en general, hablábamos muy seriamente, de cuestiones de alta política.
Un buen día se levantó Doriot de la cama de mal humor y leímos que en su periódico se decía que se expulsase de Francia a todos los judíos y a los extranjeros. Mi amigo y yo no teníamos casi nada de judíos aunque éramos bastante extranjeros, y nos fuimos. Nos encontramos de nuevo en Casablanca, y nos pusimos a pasear bajo las palmeras de la avenida de Mulay Youssef. Hubiéramos ido más a gusto a Reloj, donde se había abierto el famoso restaurante de “Pédauque", cuyo dueño había sido expulsado también de la calle de la Pépinniére por los alemanes. Pero como no existía mucha solidaridad entre los expulsados -es mentira eso de que la desgracia une a los hombres- y como daba la casualidad de que tampoco en Casablanca teníamos dinero, no pudimos salir de las palmeras del boulevard de Mulay Youssef; y como allí no hay escaparates, no podíamos hacer en el paseo otra cosa que hablar de alta política. Desde luego el asunto era el mismo que debatíamos en la Canebière de Marsella y de los Campos Elíseos de París.
En Casablanca nos dijeron unos policías franceses que de continuar allí tendríamos que ir a trabajar a las construcciones del tren transiberiano, en pleno desierto, por medio franco al día. No nos agradó mucho ese programa de festejos ni a mi amigo ni a mí por lo que tomamos el vuelo, y unas semanas más tarde nos encontrábamos en el Malecón de La Habana, y hablando, de alta política. No nos hubiera disgustado cambiar de ambiente y meternos a comer en “La Zaragozana" o en "La Vida", pero seguíamos sin blanca como en todas las ciudades anteriores, y continuamos rumiando las mismas reflexiones de siempre.
En La Habana nos indicaron unos señores que a donde había que ir era a la Argentina. Aparte de que teníamos interés en conocer este país, y como para seguir nuestra discusión lo mismo nos daba un hemisferio que otro, nos subimos a un barco y vinimos a Buenos Aires y aquí estamos. Si quieren ustedes vernos, no tienen más que venir a cualquier hora del día al gran patio cubierto de la Estación del ferrocarril Gran Sud, en la plaza de Ia Constitución. Mi amigo ha mejorado bastante, pero de salud nada más. Dinero, lo mismo que en La Habana, Casablanca, Marsella o París. Nada. Y yo, como siempre sin salud y dinero. En vista de eso, seguimos hablando de lo divino y lo humano mientras paseamos, con las manos a la espalda, de un extremo del gran hall cubierto de la estación, desde donde está la puerta que colocó el Príncipe de Gales hasta la lechería de enfrente hasta que nos cansamos de dar vueltas peripatéticas, y en lugar de ir al bar allí mismo, dentro de la estación, nos vamos a la sala de espera a sentarnos un rato. Es un lugar muy agradable. Y muy concurrido donde nos reunimos todos los que creemos que los cafés, cervecerías y cines son lugares antihigiénicos.
La discusión política que nos traemos mi amigo y yo va muy adelantada. Aunque, para rematarla, tal vez nos conviniera un cambio de clima. Lo probable es que la cerremos en Bilbao. A mí me parece que también allí vamos a ser peripatéticos y charlar donde Luciano o donde Armendariz, y tendremos que terminar la discusión dando vueltas higiénicas bajo los arcos de la Plaza Nueva siendo posible que mi amigo y yo a fuerza de discutir, arreglemos el mundo aunque lo que no arreglaremos nunca será nuestra impecunia.
Sin embargo -y eso es lo que vale- mirándonos no se nos nota nada. Parecemos dos señores que vivimos de rentas y desde luego, tenemos caras más joviales, satisfechas y jocundas de accionistas fuertes. Y es que, para mi amigo y para mí, lo importante no es hacernos un traje; lo que nos preocupa seriamente en cinco años es arreglar el mundo.
EUZKO DEYA DE BUENOS AIRES
20 de Mayo, 1944
No estoy de acuerdo con Tella en todo. También era importante, muy importante, el hacerse un buen traje, con un poco de esfuerzo y sacando de aquí y de allá.
Publicado por: Donatien Martinez-Labegerie | 01/27/2010 en 09:46 a.m.
Respecto a trajes, una anécdota bien conocida entre la generación del exilio en Buenos Aires.
En Buenos Aires,desde principios del siglo XX vivía un vasco,guipuzcoano, según algunos nacido en Segura, otros decian que en Donostia, gran jugador de pelota a mano y en paleta argentina, músico, tocaba la trompeta y llegó a integrar la orquesta que en Bragado en 1912 acompañó al gran tenor vizcaino Florencio Constantino, cuando éste inauguró un gran teatro lirico que lleva su nombre a esa ciudad y que sigue funcionando en la actualidad.
Segundo Galarza tenía además una hermosa voz, integró el coro del Laurak Bat, donde además era el infaltable director en los banquetes de la interpretación del "Boga-Boga"..
Junto a su hijo, nacido en Argentina,y un pequeño grupo de amigos fueron los creadores del que seria famoso Coro "LAGUN ONAK" creado en 1938, dirigido por el P. Luis de Mallea y el asesoramiento del P. Francisco Madina.
Además de todo eso Don Segundo Galarza era sastre, tenía un negocio de ese ramo en la calle Lima de Buenos Aires, no lejos del Centro Laurak Bat.
Cuando a comienzos de la década del 40 comenzó la oleada de llegada de los exiliados, el primer traje a medida que llevaron, se los hizo a medida Don Segundo de Galarza, con la frase "ya me pagarás cuando puedas...", eso sí a todos les decía " a tí el ashul marino te va muy bien", y asi fue que se veía a bastante gente luciendo su elegante traje a medida, pero todos del mismo color, azul marino...
He sido testigo de los últimos años de su vida, cuando- era de pequeña estatura, subido a una silla, dirigía el "BOGA.BOGA" que llegaba a cortar, sino se cantaba a su gusto...
La misma tradición la siguió durante años hasta su muerte, su hijo Segundo Galarza (h), que fue Presidente del Coro Lagun Onak y del Centro Laurak Bat de Buenos Aires.
Galarza con sus trajes a medida, el médico Dr.José "Pepe" Bago, y el odontólogo Baqueriza atendiendo gratis a los exiliados, el cocinero Zubillaga preparando incontables platos de alubias rojas con ·sacramentos", la ondarresa Josefa Bikandi alojando en su pensión a tantos recién llegados y oficiando de "segunda madre" y un largo etc. etc.
Estoy hablando de Argentina, que es lo que conozco, pero sé que igual pasó en Venezuela, Chile, Uruguay, México...
¡Cuánto debe lo vasco en Argentina a la generación del exilio!, ¡cuánto aprendí y debo como argentino descendiente de vascos a esas mujeres y hombres, la inmensa mayoría ya fallecidos...
Publicado por: Mikel Ezkerro | 01/27/2010 en 04:05 p.m.