Es conveniente de cuando en cuando, cambiar de aires. ¿Por qué vamos a hablar todos los días de política y de guerras?. ¿No sería más agradable, por ejemplo, hablar de mujeres?. Yo creo que sí.
¿Conocieron ustedes a la mujer más fea del mundo? Es probable que no, pues murió hace unos seiscientos años; pero pueden ver cuando quieran su retrato, en cualquier enciclopedia de algún fuste. La mujer más fea del mundo, y con mucho, fue una duquesa, la duquesa Margarita de Carintia y del Tirol, a la que se conoce, en efecto, con el nombre de "la mujer más fea de la Historia".
Sin embargo esta duquesa se casó, y es más, se recasó. Primeramente, nada menos que con un príncipe. Casarse una duquesa, por fea que fuese, con un comedor de ajos, con un patán que huele a oveja, no tendría nada de extraño; pero se casó con un príncipe, mozo gallardo, rico y decidor. Después de casada, heredó, a la muerte de su padre, la Carintia y el Tirol; pero el emperador de Baviera recabó el Tirol para su familia, por creerse con mejor derecho. El caso era grave, y la duquesa no tenía los hombres de armas necesarios para enfrentarlos con los del emperador. ¿Y qué creen ustedes que hizo la duquesita?. Pues divorciarse, así como suena, dar la patada a su marido el príncipe, y casarse con otro mozo nuevo, con Luis el Hijo del mismísimo emperador que quería birlarle el Tirol. Y con ello, al mismo tiempo que cambiar de amores, se burló de su suegro y retuvo su doble ducado.
¿Y qué secretos encantos tenía la duquesa para, siendo como era, la mujer más fea del mundo, poder cambiar de camarada como podía cambiarse de peinado?. Ahí está la cosa.
La cabeza de la duquesa Margarita era, ni rasgo, más, ni rasgo menos, la de un orangután. Pero la de un orangután feo. Les ruego a ustedes vean su retrato y así me evitarán descripciones enojosas, pues, a fin de cuentas, se trata de una mujer. Desde luego, puedo adelantarles que en aquel rostro, no estaba el secreto de sus conquistas. ¿El pescuezo?. Un tronco de árbol, rugoso y sucio. Ahí, tampoco. ¿Seguimos? Pero ahora tengo que sujetar bien la pluma porque voy a entrar en un terreno resbaladizo. Vamos a ello, pase lo que pase.
Dejemos el pescuezo. Descendamos un poco, no mucho, menos de una cuarta, según se mira de frente. Aquí está el secreto o, mejor dicho los secretos, porque Son dos, de la duquesa Margarita. Dos que, en realidad, no son secretos, pues están bien a la vista de quien quiera mirar. En ellos quedó prendido el príncipe, primero, y el hijo del emperador, después.
Como que creo yo, dígase lo que se diga, que en eso de los escotes, jamás han sido las mujeres más recatadas que ahora. Y es que el arte del amor ha adelantado, se ha perfeccionado mucho. Probablemente, el precursor de esa estilización del arte de hacerse amar, en la mujer, fue Shelley. El exquisito poeta inglés dijo que el amor era muchas cosas pero, sobre todo, misterio. A eso se han aferrado las mujeres, y todo su arte estriba en ofrecer lo único que la naturaleza le había dado abundantemente, de haberlo hecho, no hubiera ofrecido a la vista de los hombres más que una horrible y repugnante fealdad. Disculpémosla, pues, su exhibición. Pero las demás mujeres, las que no son feas, no tienen por qué llegar a esos extremos.
La Iglesia se ha escandalizado a menudo ante los tijeretazos que por arriba y por abajo daban las mujeres a sus vestidos. No hay que alarmarse, sin embargo. Todo ello no es más que el divertido juego de amargar y no dar. Puede estar segura la Iglesia de que las mujeres no han de llegar a la desvergüenza. Darán un adelanto prometedor, y nada más. Subirán la falda hasta cerca de la rodilla, pero no más, porque saben muy bien que el resto no es tan bonito y que quizá podría causar decepción. Bajarán el escote, pero contando bien los milímetros, porque están seguras de que el menor exceso lo echaría todo a rodar. No, no. No hay que alarmarse. Las mujeres saben mejor que nadie que son muy pocas las que pueden agradar en maillot. Las demás, están mejor como las vemos en la calle.
A no ser que se trate de una mujer tan horripilante como la duquesa Margarita. Si ella no hubiera enseñado más que la cara y los prolegómenos de otros muy dudosos encantos, no hubiera conquistado ni a su cochero. Perdonémosla y aplaudamos su decisión heroica.
EUZKO DEYA DE MÉXICO
15 de Junio, 1944
Seguro que se parecía a Rosa Díez.
Publicado por: Joseba Z | 02/02/2010 en 10:27 p.m.
no me parese grasioso.
Publicado por: leila | 08/13/2010 en 09:44 p.m.