De los muchos políticos que he conocido, nadie como Francisco Fernández Ordoñez, el célebre “Pacordoñez”, ministro de Asuntos Exteriores con Felipe González que le hacía creer a éste que la política exterior la hacía él, cuando quien mandaba era el antiguo barón de UCD. Dotado de gran simpatía, te llamaba a cualquier hora para contarte cosas de Gibraltar o de Cuba y te escuchaba como si tu opinión podía cambiar la suya, cuando la decisión ya estaba tomada, pero esa cercanía era demoledora a la hora de ir logrando amansar una oposición que la trabajaba como si de convencer a la Sra. Tatcher se tratara.
En una de esas comidas que nos organizaba en el Palacio de Viana dijo un día una frase de esas que por evidentes, nadie repara en ellas. “La ideología cabe en la punta de una servilleta, el resto son relaciones personales”. Y es verdad, lo que ocurre es que no todo el mundo está por la labor.
Ese es el caso de Miguel Roca quien, a mi juicio, piensa que la política es complicidad sin amistad. Una pena.
Conocí al diputado de Convergencia en 1978 en tiempos de la discusión constitucional. Formaba yo parte de la ejecutiva del PNV (Euzkadi Buru Batzar) presidido entonces por Carlos Garaikoetxea. Los diputados y senadores eran incompatibles con ocupar cargos de autoridad dentro del partido y en Bizkaia había una fuerte resistencia en que aprobásemos la Constitución que entonces se estaba discutiendo. No era el caso del líder histórico del PNV, Juan de Ajuriaguerra diputado por Bizkaia, que falleció ese mes de agosto de 1978 dejando dos cartas dirigidas al presidente del Congreso. Una a favor del SI, otra a favor de la abstención. Pero la ejecutiva de Bizkaia, presidida por Antón Ormaza, mayoritariamente estaba por el NO, por lo que la ejecutiva del PNV decidió que una delegación del partido fuéramos a Madrid a seguir las discusiones para, al estar cerca del horno, viéramos que nuestros diputados no estaban haciendo dejación de nada sino que la resistencia y las inercias españolas eran las que eran y lo que la negociación conseguía era lo posible en ese momento.
En ese contexto y en una suite del hotel Palace donde teníamos nuestro cuartel general fue cuando le conocí a Miquel Roca que logró que el término “nacionalidades” quedara consagrado en la Constitución, como nosotros logramos la aprobación del artículo 150-2, que permite el que competencias consideradas estatales pudieran ser transferidas a las Comunidades Autónomas a pesar de no tener éstas título competencial habilitante. Gracias a éste artículo los Mossos de’Esquadra pudieron asumir las competencias de tráfico, cuestión no contemplada en el Estatuto catalán de Sau, pero si en el de Gernika. Roca nos decía que teníamos que tener mucho cuidado con las competencias policiales porque éstas estaban ligadas a la represión del franquismo y que a él lo que le interesaba era las competencias de San Cugat, es decir las de la Televisión. Nosotros le replicamos que todo poder político tenía que tener su vertiente de orden público y por tanto el monopolio de la fuerza. Teníamos claro que la policía nacional los llamados “grises” debían de salir de Euzkadi y que tener una policía propia era fundamental en la lucha contra ETA, y hasta en la configuración visual de una nacionalidad.
Con este ambiente y en plena discusión en La Moncloa, Suárez le debió preguntar a Arzalluz sobre el margen de maniobra que éste tenía: “Tengo a todo el Buru Batzar esperándome en el Palace con el trabuco desenfundado” le debió contestar para forzar la negociación.
Ese mismo año la segunda vez que le vi y atendí a Roca fue en el segundo “Alderdi Eguna” que celebramos. El primero se había organizado en San Miguel de Aralar, en Navarra a propuesta mía. Yo había conocido en Venezuela las fiestas de los partidos Acción Democrática y Copei que celebraban un día de partido muy familiar. Asaban terneras, tenían casetas por estados, había concurso de joropos y al final de la mañana se celebrara un mitin político y una comida campestre para todos. Por eso cuando volví a residenciarme definitivamente en Bilbao llegué a Ginebra y desde allí recorrí media Europa viendo la misma fiesta, pero ésta vez organizada por el partido comunista, el PCI, en Roma y por el periódico L’Humanité en París y como formaba parte de la ejecutiva del PNV y estábamos un poco cansados de poner como PNV la gente en las manifestaciones y la sopa de letras de los partidos minoritarios ponían solo la pancarta y la cara para las declaraciones, propuse un día de Partido bajo las coordenadas de lo que había visto en Venezuela y en Europa. Sin embargo, el líder histórico del PNV, Juan Ajuriaguerra, que había sido elegido diputado en junio de 1977, se opuso. Argumentaba que eran momentos para la unión de los partidos bajo aquel lema movilizador que se repetía hasta bajo la ducha: “Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía”.
Le contesté que estaba de acuerdo pero que eso no impedía que una vez al año nos reuniéramos solo los afiliados y simpatizantes del PNV. Al final lo logré. Y gracias a un maestro de la organización, como Txomin Saratxaga, que movilizó el partido, la concentración fue tan brutalmente exitosa que desde entonces ha venido realizándose cada año el último domingo de setiembre como así lo diseñamos nosotros, pero ahora lógicamente, de manera mucho más organizada y en un lugar fijo, en Foronda (Alava) en unos terrenos que hemos adquirido. Pero aquel segundo Alderdi Eguna y con criterio de rotación se celebró en Olarizu (Vitoria) y tuvimos como gran combustible que movía montañas, la fidelidad y el entusiasmo de una afiliación y unos simpatizantes que llenaron aquella inmensa campa. Y para que en otros lugares vieran que la cosa iba en serio y captaran nuestra capacidad de organización, invitamos a muchos partidos a la jornada. De Catalunya a casi todo su arco político: Pere Portabella y Joan Benet de Entesa dels Catalans. Heribert Barrera de Ezquerra Republicana, Miquel Coll i Alentorn de Unió Democrática y Miquel Roca y María Rubies de Convergencia Democrática de Catalunya. Ese día hubo previamente un desfile hasta la tribuna donde tomaron la palabra Garaikoetxea, Cuerda y Arzalluz y los invitados saludaron. Eran momentos en los que la Constitución había quedado visiblemente degradada tras su paso por el Senado y volvía al Congreso para su aprobación y por eso en el mitin, Arzalluz, organizó una ruidosa controversia con la prensa madrileña ya que dijo aquello de que “el currusco de pan que nos dan los de Madrid está amasado con trigo de nuestros campos”. Dirigiéndose asimismo a los invitados catalanes y aludiendo a todos los que allí se concentraban les dijo: “estáis frente al auténtico pueblo vasco, unas gentes a las que muchos llaman burguesa. Pero mirad, mirad sus manos; son las del auténtico pueblo trabajador”.
Quizás a Miquel Roca no le gustara demasiado la alusión que hizo Arzalluz al Concierto Económico ya que él argumentaba que nada había más odioso que la recaudación y que esta competencia se la quedaran en Madrid pidiéndonos no reivindicáramos “antiguallas”. Arzalluz en su intervención calificó de mentira los argumentos expuestos en Madrid. “Si tal como dicen, se trata de una antigualla, no les importaría nada devolvérnoslo, ya que fue Franco en junio de 1937 quien declaró a Gipuzkoa y a Bizkaia como “provincias traidoras” y nos las quitaron. Nos están echando encima a la opinión pública calificando estos Conciertos como privilegios y nosotros decimos: “¡no son privilegios, son derechos!”.
Bien es verdad que aquellos años la fuerza mayoritaria no era CIU, sino el PSC, pero Roca nunca apostó ni por una policía catalana, ni por una Hacienda propia llegando incluso a pedirnos no lo reivindicáramos nosotros Pero nuestros mayores siempre nos repetían “El Concierto, la Universidad Vasca, la policía y el Capitán general de la VI región Militar, de Burgos a Bilbao”. Su experiencia republicana siempre les dictaba que había que estar en Madrid haciendo política, que había que tener amigos en la Villa y Corte y que como nos recomendaba Miguel Herrero y Rodríguez de Miñon, cuanto más ambiguos fuéramos, sería mejor para todos.
El caso es que después de aquel mitin la comida fue tan campechana y tan de picnic que todos, diputados y senadores, alcaldes e invitados, comieron en corro bajo unos árboles sentados en el suelo. Toda una foto. Posteriormente cada año invariablemente Josep Duran, acude al “Alderdi Eguna” y, según el momento, lo han hecho Molins, Trias, Pere Esteve, Vilajoana, Casas, Sánchez Libre, Cuatrecasas, Sesmilo, y otros dirigentes de Convergencia y de Unió. Pero ya en estas ocasiones, en un comedor especial y bajo con un buen menú y en alegre camaradería. Roca nunca más volvió.
Recuerdo también de aquel día el encuentro de D. Manuel de Irujo, entonces senador, con el diputado Roca así como de lo que hablaron. Recordaron amigos comunes y hablaron del padre de Roca y de cómo yendo de Burdeos a Bayona con una serie de venerables dirigentes del PNV se echaron del tren en marcha porque vieron entrar a la Gestapo en el primer vagón. El padre de Roca debía ser militante de Unió Democrática de Catalunya y él nació en Cauderan cerca de Burdeos en el exilio de sus padres.
Pero cuando ya me tocó tratarlo de cerca y por espacio de ocho años fue al llegar a Madrid tras las elecciones generales de junio de 1986 y él se fue como candidato a la alcaldía de Barcelona en 1994.
Roca acababa de tener el disgusto de su vida. Tras la debacle de la UCD en 1982 promovió con eminentes figuras de aquel naufragio centrista en 1984 un partido reformista que lo candidateó como Presidente del Gobierno, aunque él siguiera formando parte de las listas electorales de CIU, bajo aquel lema de “La otra forma de hacer España”, no contando con el juego sucio de un Alfonso Guerra y de aquel genio maléfico de TVE apellidado Calviño que trasmitía todos sus mensajes electorales para España, en catalán con lo que el fiasco de la noche electoral y sus propias declaraciones aquella jornada fueron memorables. Antonio Garrigues Walker me contó cómo le obligaron ir a Madrid a dar la cara así como las oportunas explicaciones y las excusas del caso tras aquel inmenso fracaso electoral, que lo fue para el PRD, pero que logró para CIU romper todos sus techos electorales catalanas.
Nosotros no apoyamos aquella plataforma, como en su día tampoco apoyamos al entonces Equipo Demócrata Cristiano del Estado español en 1977 de Ruiz Jiménez y Gil Robles y me imagino que su humor en relación con nosotros no estaría en su mejor momento y cuando un compañero nos presentó en el Hemiciclo aquel mes de junio de 1986 me salió con una de las suyas. “Anasagasti, ah sí, para acordarme de tu apellido me acordaré de mi mujer que se llama Ana Sagarra”. Y yo, para no ser menos, le hice el consabido chiste malo. “Ah sí, para recordar el tuyo me acordaré de la taza del baño”, con lo que éste primer encuentro fue de traca.
Tras aquel batacazo electoral iba en muy contadas ocasiones a la reunión semanal de la Junta de Portavoces presidida por Félix Pons en la sala Mariana Pineda. Le sustituía un portavoz adjunto, un convergente listo y preparado que tenía hasta sus mismos tics, llamado Francesc Homs y un segundo portavoz que prometía, inteligente e inquieto Lluis Recoder que es en la actualidad el alcalde de Sant Cugat del Vallés, promotor de la creación de la Comisión de Cooperación del Congreso y activo militante de la Objeción de Conciencia al Servicio Militar Obligatorio de la época, con quien hice buenas migas.
Donde sí acudía siempre con su esposa, la citada Ana Sagarra, era a las cenas del Palacio Real y siempre protestaba porque a los políticos nos colocaban para el besamanos real, después de banqueros y funcionarios. “Estos no tienen ni idea de lo que es la democracia representativa y la monarquía parlamentaria” solía decir, pero ahí quedaba todo. Recuerdo que en una de esas antesalas me dijo: “¿Pero que se os ha perdido con el Polisario?. ¿Por qué no miráis un poco más para arriba?”. Y hablando con él le dije que lo único que al parecer le interesaban eran los nombramientos y tener gente colocada en todas partes, me contestó que mientras nosotros éramos muy nuestros y siempre andábamos con la identidad para arriba y para abajo, él lo que quería era influir en España y hacer política europea a través de Madrid. Esto no era óbice para que hiciéramos cosas en conjunto, aunque eran las menos, ni que fuera uno de los principales dirigentes en apoyar el llamado Pacto de Madrid que dio origen al poco al Pacto de Ajuria Enera contra ETA. Y en eso, por lo menos, lo tenía claro. “En estas cosas de ETA, yo lo que diga el PNV”. Fue de agradecer.
En otra ocasión me pidió le organizara en Vitoria una visita al Lehendakari Ardanza pues quería conocerle y saber qué opinaba sobre la política española y los móviles del Pacto de Ajuria Enea. Lo hice y desde que tocó Bilbao a su regreso a Barcelona el mismo día, le organicé un programa para que en poco tiempo tuviera todos los elementos de juicio que necesitaba. Recuerdo que en aquella oportunidad le pregunté coloquialmente si era verdad lo que se decía de él y Tarradellas. Resulta que se comentaba que el viejo Tarradellas le había llamado un día a él y a Anton Canyelles, antiguo dirigente de Unió que se pasó a la UCD y que estaba casado con la hermana de Roca. “Miquel –le dijo el presidente de la Generalitá- yo le pediría que le haga un poco más caso a su mujer. Y usted, Anton, le pido que le haga un poco menos caso a su mujer”. La anécdota tenía gracia pues Roca estaba volcado en la política y la hermana de Roca debía ser una mujer de fuerte carácter. Roca se rió y lógicamente me dijo que era una fábula. Pero algo habría.
En otra ocasión le comenté que no entendía como a su Grupo Parlamentario le llamaban Minoría Catalana, mientras nosotros éramos el Grupo Vasco. “Yo ni aquí, ni en ninguna parte tengo vocación de minoría. Como decía Rómulo Gallegos: “Sobre la palma los cielos, sobre la sabana mi caballo, sobre mi caballo, yo, y sobre yo, mi sombrero”.
“Tú que vas por el mundo diciendo que eres el eje de la política española no entiendo ésta vocación minoritaria”. “Hombre, es que hay otros catalanes y aquí somos minoría”. “Si, pero esos catalanes no creo actúan en catalán, sino en PSOE y además, por lo menos nosotros, en Euzkadi somos mayoría”. Al poco le cambió el nombre.
Nunca viajé parlamentariamente con él, ya que no le interesaba nada hacerlo aquellos años de desengaño, aunque si coincidí en enero de 1990 en Viena en el “Mozart”, un barco de pasajeros por el Danubio en unas jornadas que había organizado Josef Riegler vice-canciller austríaco para hablar sobre Europa antes de la guerra de los Balcanes y de la Europa de las Regiones con representantes de esos países, eurodiputados y personalidades de centro Europa, de la entonces Unión Soviética y de las no liberadas repúblicas bálticas. Había observadores de Canadá, los Estados Unidos, Japón, Nueva Zelanda y Australia y es que se veía ya en el horizonte una gran tormenta y la Democracia Cristiana Europea quiso que por lo menos todas las partes hablaran. Y allí, y no sé cómo, aparecimos Roca y yo. Al segundo día me preguntó si quería cenar con él y su mujer Ana Sagarra en su hotel. Y allí, he de reconocer, tuvimos una agradable cena a la luz de las velas en aquel magnífico hotel vienés.
Personalmente tuvimos siempre una relación superficial, pero así como la tenía con todos, aunque la vez que más acosado y nervioso le vi fue cuando me pidió, me imploró, que no llamáramos a Javier de la Rosa a declarar a la Comisión de Investigación abierta con un caso de corrupción. O aquella vez en la boda de la Infanta Cristina en Barcelona cuando sin venir a cuento me solicitó no le criticara en público que iba a abrir despacho en Bilbao o aquella magnífica anécdota que lo retrata de cuerpo entero. Resulta que en plena guerra de los Balcanes, Felipe González nos llamó a todos los portavoces parlamentarios a una reunión en La Moncloa con él y Javier Solana. Y allí fuimos.
Nada más llegar pasamos al salón de columnas y el presidente nos invitó a hacernos una fotografía con él en la puerta de La Moncloa. Y allí nos colocamos todos y el primero Julio Anguita, pero Rodrigo Rato se negó. “Tú nos has llamado para una reunión y no para sacarnos una foto, por lo tanto yo no salgo”. “Como quieras” le contestó González.
En la sesión, Felipe nos habló de la política de España en la OTAN, de las posiciones en el río Neretva, de los aliados, de la situación de Sarajevo, de las maniobras de Milosevic y de la postura de su gobierno ante todo aquello.
Al salir, tras las rejas, en el pequeño estacionamiento que hay a la entrada, los periodistas fueron interrogándonos sobre la reunión. Yo esperaba mi turno junto a Roca que me decía: “Este Rodrigo Rato es tonto. Mira que venir a La Moncloa y no querer sacarse una foto con el presidente. Eso es de catetos, incomprensible, ¡si no va a venir más!”. Y justo, diciendo esto, se nos acerca Rato, y delante de mí, y sin mover un músculo de su cara le dice a Rato: “Este González es un fresco. Llamarnos a perder una mañana para sacarse una foto. Increíble”.
Bueno pues este es Roca. Un gran político de la lejanía y sin embargo cuando anunció su marcha, fuimos los únicos los que le hicimos una despedida. Me pidió ir solo y fue en el Horcher. Al ir en el coche con él se justificó por su postura ante el Gal. “Yo entiendo que para vosotros sea un tema de nervio, pero para mí no”. “Hombre –le dije- ¿y los derechos humanos?”. “Bueno, sí, pero eso es otra cosa”.
Otra, muy distinta, fue la relación con sus sucesores Joaquín Molins y Xavier Trias. Pero esa también es otra historia.
Es famosa aquella anécdota atribuida a Niceto Alcalá Zamora y a Cambó cuando D. Niceto le espetó al político catalán que tenía que “elegir entre ser el Bismarck de España o el Bolívar de Catalunya”. Roca había elegido ser el Bismarck de España pero había fracasado con el añadido de que el comienzo de la pérdida electoral del PSOE y la irrupción de Aznar en la política española le dejaba a él sin espacio en Madrid y como Pujol seguía sin mover un dedo en su favor optó por irse como candidato al ayuntamiento de Barcelona y tras volver a fracasar, irse a su despacho donde ha tenido un destacado éxito profesional. No dudo que hubiera sido un magnífico alcalde, de haber perseverado, o un buen presidente de la Generalitá, de haber tenido una gota más de paciencia, pero el hombre se hartó y ya forma parte de ese rigodón anual en el que se saca a pasear a los ponentes constitucionales como padres de la Constitución, hecho con el que pasará a la historia de España, pero no a la de Catalunya.
Magnífico parlamentario, pésimo político en las distancias cortas y a la hora de elegir amigos y estrategias políticas vinculadas con la cercanía, la simpatía y la humanidad, pero a fin de cuentas, un hombre tan extraño en Madrid como nosotros, pero no por su política, sino porque más que un ser humano parecía una nevera.
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