Dos acontecimientos puntuales han venido a coincidir en el plazo de unas pocas horas. Por un lado, el sexto aniversario de las víctimas del 11-M, del que vamos a resaltar el pensamiento y discurso del presidente del Congreso, José Bono, expresado tanto en el acto institucional del Congreso como el de ese mismo día por la tarde con las asociaciones y parientes de las víctimas del terrorismo. Del terrorismo etarra y del yihadista.
Unas horas después nos abandonaba Miguel Delibes, a una edad más que generosa respecto a la esperanza de vida de su cohorte generacional, pero su deterioro físico y su muerte se debían más directamente a la enfermedad que a la vejez. Un hecho que no deberíamos nunca perder de vista por las consecuencias que se derivan para la ordenación de prioridades ante unos recursos públicos siempre limitados y escasos dedicados a la asistencia a nuestros mayores y a la investigación biomédica. Del pensamiento de Miguel Delibes vamos a resaltar también algunas ideas y valores y situarlos junto a los de José Bono. Literatura y Política vendrán así a orientarnos en los grandes ideales y valores que parecen estar sedimentados en los sentimientos de los españoles y, por lo mismo, formar parte tanto de la opinión pública española de nuestro tiempo como de nuestro ordenamiento constitucional.
Y dentro de pocos días miles de ciudadanos agrupados en diversas asociaciones culturales, vecinales y ateneos en todo el territorio del Estado español conmemorarán el aniversario de la proclamación de
Como novedad a resaltar, José Bono visitaría la exposición de fotos y paneles dedicados a las víctimas del terrorismo instalada en la sede de
Entre los diversos actos públicos celebrados en Madrid, destacarían los del Congreso, uno por la mañana y el otro por la tarde, en este caso, en la llamada Sala Internacional del Congreso. El acto matutino tendría carácter más formal en el que participaría Gobierno y Oposición con la presencia de sus respectivos parlamentarios, autoridades institucionales y líderes locales, autonómicos y sindicales. En su declaración institucional, el presidente del Congreso vendría a expresarnos de que “frente a la belleza de la vida lamentablemente surge a veces el terror, y ocurre así cuando la violencia se alía con el fanatismo, cuando emerge el subproducto humano que se niega a aceptar que todos somos radicalmente iguales, que no hay pueblos elegidos por ningún dios, ni hay razas superiores, ni mujeres sin alma, ni poderes legítimos por importantes que se crean que no otorgue el pueblo”. En el mismo se acordaría fijar una fecha, el 27 de junio, para celebrar en años sucesivos el Día de las Víctimas del Terrorismo. Ese día del año 1960 moría una niña de 22 meses víctima de ETA.
El acto celebrado por la tarde, de menor importancia institucional tendría, sin embargo, mucha mayor relevancia y significación política y moral. Además de los representantes de las diversas asociaciones de víctimas del 11-M, también estarían presentes las asociaciones y víctimas de ETA. Bono estaría flanqueado por los diputados del PNV Josu Erkoreka y Juan Ramón Beloki. Ignoramos el por qué el resto de los grupos políticos no estuvieron presentes a través de alguno de sus representantes, ya que el espacio físico limitado de la citada sala no puede justificar las ausencias. Si la voluntad de todos o algunos de los representantes de los partidos era asistir al acto, de ningún modo el espacio hubiera sido un impedimento.
Su discurso no solo parecía tener una significación oportuna para este acto, para estos momentos, sino que su contenido, quizá surgido y pensado por la simpatía, en entender, asumir el dolor y ponerse en el lugar de las familias, de padres que han perdido a sus hijos o al revés, o de viudos o viudas, por su contenido y significación parece que debería trascender el corto plazo temporal o un simple instante para hacerlo intemporal y universal. Se leyeron los nombres de las 192 víctimas por los niños y jóvenes familiares de las víctimas; las diversas asociaciones asistentes al acto leyeron los 31 artículos de
En su alegato, José Bono nos dirá que aquellas religiones que no fomentan la paz y la concordia entre los pueblos “no merecen tener ni seguidores ni Dios”. Según el presidente del Congreso, cuando se asocian el fanatismo y la violencia surgen aquellos comportamientos –subproductos humanos los llama- que niegan la radical igualdad de los hombres en un mundo que está llamado a ser un lugar común y bello para todos los hombres. O, lo que es mismo, “no existen hombres ni pueblos elegidos por Dios”. Al mismo tiempo, rechazará los planteamientos y las amenazas de aquellos que se consideran “únicos y distintos” en un mundo cada vez más plural y mestizo.
Este acto sería definido como un alegato al deber de la memoria, mantenerla viva y fresca para honrar a las víctimas y que permanezcan en nuestro recuerdo, en nuestro corazón y no sean olvidadas a fin de que no mueran del todo. Un acto tenido por Bono como medio de “beber en nuestra memoria porque España, con tanto terror acumulado, nos queda más por recordar que por perdonar”. El presidente del Congreso haría de este modo un alegato en defensa de unos derechos universales e intemporales inherentes a la condición misma de la persona como especie diferenciada del resto de las especies y, por lo tanto, al margen de las lenguas, de las creencias religiosas, del lugar de nacimiento o del color de la piel. De esta forma no solo expondría sus propios sentimientos con relación a la intolerancia y la violencia sino que, sobre todo, haría de portavoz o transmisor del parecer y los sentimientos de todos los españoles y, posiblemente, de la comunidad internacional.
Al día siguiente de las citadas celebraciones fallecía Manuel Delibes dejándonos dos grandes herencias. La expresada en el conjunto de su obra y el testimonio de su propia vida. Una vida que nos expresa una curiosidad y melancolía por la caprichosa y extraña urdimbre entre sufrimiento y retazos de felicidad y enraizada emocionalmente en su medio de pertenencia, allí donde sus sentimientos evocadores se funden con sus personajes y se confunden con el paisaje urbano y natural de su querida Castilla. ¿Cómo habría de aceptar un prestigioso puesto de trabajo en la gran ciudad si su alma estaba engarzada y desparramada en su Valladolid natal? Valladolid no solo representará la dimensión formal de la contrarreforma católica expresada en sus iglesias funcionando a modo de libros de piedra –como la fachada de la iglesia de San Pablo- en sus procesiones, en la imaginería barroca de Gregorio Fernández o en la aparición del Corazón de Jesús al jesuita Bernardo Francisco de Hoyos –del colegio de San Ambrosio de Valladolid- prometiéndole que Jesús reinaría en España con mayor veneración e interés que en el resto del mundo, una aparición que se producía poco después de que Felipe V arrasara y bombardeara media España en defensa de su herencia conforme al testamento del último de los Austrias.
Valladolid tendría también un núcleo religioso rebelde que intentaría luchar contra el fanatismo eclesiástico impuesto en los países católicos tras el Concilio de Trento. En los reinos hispánicos, como en el resto de las monarquías, cada pueblo debía de seguir o convertirse obligatoriamente en la religión de su señor. Por ello
Circunstancias que vendrían a replicarse en dos ocasiones determinantes de nuestra historia. Durante
Sin embargo, la libertad religiosa no sería reconocida como derecho humano hasta después de los desastres de las guerras del siglo XX, con la proclamación de los Derechos Humanos de 1948, cuyos artículos fueron leídos en los citados actos contra el terrorismo. Y en España hasta
Al igual que el presidente del Congreso, cualquier persona normal de nuestro tiempo e independientemente de sus creencias u orígenes rechazaría el recurso a la violencia –tanto la etarra como la yihadista- del mismo modo que rechazaría y temería una tempestad seguida de inundaciones, un temblor de tierra, una grave enfermedad o cualquier otra calamidad achacable a la naturaleza. Del mismo modo -y de acuerdo con el presidente del Congreso, José Bono- la mayor calamidad provocada directamente por el hombre es el recurso a la violencia. Su expresión política e histórica es la guerra. El ejercicio de la fuerza o la guerra ha sido en las diversas tradiciones literarias religiosas y en la historia del conjunto de las naciones el instrumento específico y distintivo de los dioses, de los reyes, príncipes o gobernantes. Ellos tenían la potestad de disponer de la vida y de la muerte de los pueblos, propios y extraños. Siguiendo un eslogan cinematográfico, ellos tenían “licencia para matar”. Para expresar gráficamente lo que significa y el sentido histórico, político y jurídico de las leyes basadas en la teoría del pacto social -cuya materialización culmina en el constitucionalismo contemporáneo- los acuerdos pactados y escritos entre el titular de la soberanía y sus respectivos pueblos se basaban sobre todo en limitar, restringir o regular la arbitrariedad y la “licencia para matar” del soberano. Esa misma arbitrariedad que se encuentra como desencadenante de la muerte de Abel por Caín. Pues, según la teología, Dios es lo suficientemente libre como para preferir unos dones y rechazar otros. Del mismo modo, en la parábola de los obreros, el dueño o señor de la viña era lo suficientemente libre para pagar a los obreros según su voluntad o capricho, independientemente del tiempo trabajado por cada uno de los obreros. Una discriminación que ni los obreros del Evangelio ni los actuales estarían de acuerdo. Lo que nos muestra que la idea de justicia de Dios no se corresponde con los sentimientos de justicia de los hombres. Quizá cabría interpretar que el dios de las escrituras hebreas y evangélicas no sería más que la proyección literaria de las tiranías de la época que vendrían a sobrevivir, de algún modo u otro, hasta los tiempos contemporáneos. Hoy, el constitucionalismo vigente ha privado a los reyes de la arbitrariedad y, por lo tanto, también de la soberanía aunque, obviamente, aún disponen los monarcas de suficientes mecanismos de presión política como se demuestra por su permanencia en el cargo, cuando una mayor educación y las leyes han privado al soberano de los atributos operativos de la soberanía. Aunque los cortesanos de turno seguirán conservando y predicando los atributos mágicos de la monarquía.
El discurso erasmista vendría a denunciar el ejercicio de la guerra y a tambalear los cimientos políticos del modelo estamental desencadenando la primera gran fractura de la civilización cristiana. El miedo a la espada y al infierno serán los factores determinantes de la creencia y la obediencia configurando la mentalidad, los sentimientos y los límites de la acción social de los pueblos en el marco de la sociedad estamental o de clase, cuya clave sería la monarquía tanto en su versión civil como eclesiástica. Este miedo, temor, respeto y reverencia por la autoridad y el deseo o placer por obedecer y servir al señor, al cacique, al alcalde, al regidor, corregidor, al virrey o al monarca de turno serán los que configuren la sociedad estamental o de clase. Esa sociedad que nos muestra Delibes en Los santos inocentes, haciendo que la rebelión contra la arbitrariedad de la autoridad procediera de un loco, a fin de salvar el principio general del valor jurídico y moral del “no matarás” ofreciéndonos una justicia poética o literaria a una situación e injusticia secular de las monarquías y dictaduras.
El más conocido provocador de esta situación sería Lutero, pero su obra se asentaba en una larga tradición política de oposición al poder absoluto y omnipresente del papado, vértice del poder político y religioso soberano del mundo conocido que gobernaba toda la tierra en nombre de dios. El luteranismo o protestantismo no provocaría solamente una reforma religiosa sino, ante todo, una cadena de revoluciones políticas, aunque se formularan a través de contenidos religiosos. Desde entonces y hasta nuestros días se vendría a desarrollar un conflicto permanente entre
Como bien expresa José Bono, sería difícil establecer o consensuar una fecha para refrescar la memoria, conmemorar y recordar a tantas víctimas de la violencia. Para ello se ha elegido la fecha de 1960, año en que se producía la primera víctima de ETA. Pero no compartimos este criterio respecto a esta fecha por tres razones fundamentales.
Primera, porque ETA no inventó ni asumió la idea o la posibilidad de poder perjudicar, de dañar o matar a las personas, a un semejante, a un hermano como dirían los cristianos, a un compatriota, a un vecino, a un representante de la autoridad o a cualquiera que no obedeciera nuestros deseos, mandatos o intereses y fuera objeto de nuestra frustración. En segundo lugar, porque el ejercicio de la violencia en cualquiera de sus formas públicas o privadas, en
Haciendo una recopilación de las ideas, de los principios políticos y los valores morales que han venido ejerciendo las monarquías tradicionales, esa tradición hereditaria que recoge
Hoy aún permanecen también estos hábitos ancestrales en la violencia doméstica y de género. En este caso, el amor del hombre hacia la mujer es tan grande, arrebatador, intenso y obsesivo que prefiere humillarla, maltratarla, golpearla o matarla antes que hablar, de reconocer, aceptar o compartir su voluntad, sus sentimientos, su libertad y autonomía como individuo o persona. Ese ha sido precisamente el comportamiento de los monarcas, tiranos y dictadores respecto a sus pueblos. La posibilidad de matar ha formado parte de la cultura –o falta de cultura- política de las civilizaciones. Las riquezas y las glorias se han venido cultivando en los campos de batalla, en la muerte y en la desolación afligida a los pueblos, tal como san Agustín venía a referirse respecto a la grandeza del Imperio romano. La gloria de uno se corresponderá con la desgracia del otro, según la teoría de los juegos de suma cero. La misma historia del Pueblo elegido será la mejor prueba de ello. Desde su salida de Egipto hasta nuestros días, pasando por el orgullo y el delirio eclesiástico de culpabilizar a los hombres de la muerte de Dios y a los judíos de toda desgracia de la humanidad. Y nada cambió desde que san Agustín relatara la naturaleza de la guerra desde
José Cantón Rodríguez
Graduado en Criminología, doctor en sociología. Autor de La religión en
Para acusar diplomas en criminología y sociología es un tanto negligente, el articulista.
Asegura, el probe imbécil, que ETA eligió a una nina como su primera víctima, que es a su vez "la primera víctima del terrorismo" en este Estado.
Llama "yihadista" a unos y "etarras" a otros -a ambos los mete en el mismo conjunto, descartando terrorismo alguno en otros grupos que han actuado armadamente en ese mismo estado, como el GAL, los "incontrolados", los golpistas del '36, etcétera), siendo muy exacto y correcto en su espanol con lo de la voz derivativa "yihadista" (anade un sufijo castellano a una palabra árabe) pero usando el barbarismo "etarra", imposible de hallar en castellano.
En definitiva, este Cantón es un pobre imbécil.
D
Publicado por: Donatien Martinez-Labegerie | 03/26/2010 en 11:06 p.m.
Hay una exposición interesante si vais a andar por Donostia esos días, en el koldo Mitxelena:
http://www.gara.net/paperezkoa/20100302/185816/es/El/testimonio/britanico/sobre/la/Guerra/Carlista/en/Euskal/Herria/
Yo iría.
D
Publicado por: Donatien Martinez-Labegerie | 03/26/2010 en 11:17 p.m.
No acabo de entender la crítica de Donatien al artículo de Bono (...) Se ve que ni lo ha leido ni lo comprende. Uno de los artículos que mejor reflejan de forma breve, a pesar de su extensión, las estructuras culturales de nuestro modelo político. Necesitamos una estructura política republicana a fin de integrar todos los sentimientos territoriales de pertenencia, cosa que la corona, por su propia naturaleza, no puede representar. La monarquía solo representa y sostiene un modelo político, institucional y administrativo autoritario.
Publicado por: Marisa Hernández | 03/31/2010 en 07:42 a.m.