Sábado, 18 de Febrero, 1995
LA COMPARECENCIA DE LOS EXMINISTROS BARRIONUEVO Y CORCUERA
Por su parte "El Diario Vasco" señalaba en su editorial que “el ingreso en prisión de Ricardo García Damborenea en relación con la trama de los GAL (...) constituye otra vuelta de tuerca de esta difícil y explosiva investigación. El encarcelamiento decretado por el magistrado Baltasar Garzón del exsecretario general de los socialistas vizcaínos amplía así la esfera de implicación del antiguo equipo de Interior en la posible organización de la guerra sucia contra ETA”.
La mayoría de los medios se detenían en la rueda de prensa de los ex ministros Barrionuevo y Corcuera. "El Correo" apuntaba que la comparecencia “estaría dirigida a poner en marcha desde fuera de los juzgados una doble estrategia. Proclamar, por un lado, la inocencia de Vera y los otros presuntos implicados, subrayando la injusticia de que se premie con la cárcel a quienes han estado en la primera línea de la lucha contra ETA, con la pretensión de provocar una reacción de solidaridad. Por otro lado, se vuelve a insistir en la incompatibilidad objetiva de Baltasar Garzón para instruir el caso, apoyándose en la opinión de prestigiosos juristas”. Reconocía el diario que “cabe discutir la idoneidad como instructor del caso” de un juez que meses atrás fue alto cargo de Interior, “pero siempre que el objetivo pretendido con el apartamiento de Garzón no sea el de impedir que se descubran las interioridades de aquella trama criminal”.
"El Mundo" se refería a Pérez Rubalcaba: “Dijo éste, en plan melifluo que "la responsabilidad política en un Ministerio es del ministro". O sea -añadía- que de demostrarse el delito de Vera, las culpas habría que descargarlas exclusivamente sobre los propios Barrionuevo y Corcuera. Todo sea con tal de salvar a González”. “No se engañe nadie -advertía el editorial- : ayer los dos ex ministros no defendían a Vera. Se defendían a sí mismos”. Para "Diario Vasco", “la respuesta de Barrionuevo y Corcuera resulta contraproducente, insuficiente y endeble. Agarrarse a la defensa incondicional de la inocencia del ex secretario de Estado cuando, el juez aprecia indicios serios y probados de su implicación en actividades ilegales, supone una considerable torpeza y un mayúsculo error de cálculo”.
Sin embargo "El País" editorializaba: “La perplejidad que ayer expresaron los ex ministros Barrionuevo y Corcuera es compartida por mucha gente. No es fácil entender que Rafael Vera y su secretario estén en la cárcel bajo la acusación de haber encubierto a los organizadores de varios asesinatos y que esos organizadores, condenados en firme a más de un siglo de cárcel, anden por ahí de copas o amenazando desde la radio con seguir tirando de la manta”. También "La Vanguardia" apuntaba que “lo más significativo de esa segunda etapa del caso GAL es que el juez instructor reabre precisamente aquellos procesos judiciales por los que Amedo y Domínguez ya fueron juzgados en su día, con lo cual, cualquier revisión del caso podrá afectar a terceros, pero siempre salvaguardará la condena de Amedo y Domínguez (...), al no poder ser juzgados de nuevo por el mismo caso por el que en su día fueron condenados”. Y "ABC" remachaba: “Lo que queremos subrayar es que mientras Vera está entre rejas y Barrionuevo y Corcuera se parten el pecho en su defensa, González prosigue, sin vergüenza, su dilatada vacación caribeña, ajeno al drama personal de Vera y al sombrío horizonte que se cierne sobre el país”.
Domingo, 19 de Febrero, 1995
¿NO PASA NADA?
Salíamos el jueves 16 de febrero de 1995 por la noche del Congreso. El subsecretario de la presidencia hacía pasillos. “Muchas felicidades” -le dijimos-. “¿Por qué?”, contestó. “Porque habéis vivido una semana más como gobierno”, le replicamos. Y es que existía tal sensación de provisionalidad que el que llegase al día siguiente era toda una proeza.
Y es que aquella semana había sido la semana de la resaca del debate de la anterior, con un González en Tegucigalpa, dando clases de moral y buenas costumbres, de reapertura del caso GAL, el encarcelamiento de Vera, nuestra recusación a Barrionuevo y la plasmación pública de nuestra incomodidad ante las posturas del Grupo Catalán, todo esto adobado por la preocupación existente en el mundo judicial ante la italianización de la judicatura y la inauguración en Madrid, detrás del Congreso, de una coqueta y muy representativa oficina de Canarias. Allí estuvimos, muertos de envidia, y deseando que el Gobierno vasco abriera una oficina parecida, si nos tomáramos en serio la relación con un Madrid, que por suerte o por desgracia, condiciona nuestro día a día vasco.
No pasa nada
Sin embargo, como con los avestruces, se ponía la cabeza en el agujero, y se decía que no pasaba nada. Pero pasaba. La detención de Rafael Vera, encarcelado por su compañero Baltasar Garzón, en jugada poco ética -¿es que no había más jueces?- hacía que como pregunta nos quedara la duda de si ésta iba a ser la última detención. Si Vera era un cortafuegos o si Corcuera, y posteriormente Barrionuevo, iban a ser llamados a declarar con el cepillo de dientes preparado. Que detuvieran a Vera era informativamente relevante, pero políticamente no, mientras el Grupo Catalán siguiera apoyando al Gobierno central. Otra cosa sería, si los catalanes se pusieran nerviosos y suspendieran el apoyo.
Pero A Garzón se le veía que no iba a parar en Vera. Aquello era una escalera empezada a subir desde abajo. Nosotros fuimos los primeros en pedir la dimisión de Barrionuevo. La última vez en el Debate. Nos seguía pareciendo impresentable. Aquella semana habíamos querido que la Mesa del Congreso le apercibiera por sus declaraciones contra la independencia judicial. No había artículos en el reglamento para hacerlo. Pero la vida seguía y nosotros continuábamos diciendo, a quienes nos pedían opinión, que detrás de aquella gran crisis política estaba lo vasco. Una cuestión mal abordada, con cicatería y nula visión de estado, a pesar de que se enorgulleciera tanto de esta palabra. Y toda realidad, a la que se le ignora, prepara su venganza. Estábamos viviendo esa venganza contra un gobierno que quiso defender el estado de derecho desde el delito y no desde el derecho. Y es que el fin, nunca, nunca, justifica los medios ilícitos.
Sin embargo nos seguía estremeciendo que el “ABC” prefiriera la injusticia al “desorden”, con amenazadas veladas de golpismos e incrementos del comunismo, justificando la gran corrupción del GAL. Si esto lo hacía el periódico de la derecha española, imagínense la que nos cabría esperar. Quizás, por todo esto y por más, el ministro Pérez Rubalcaba estaba, aquel jueves por la tarde, hecho una piltrafa y con ganas de meter la cabeza en el agujero, mientras sus compañeros seguían con la cantinela de que allí no pasaba nada. Pero pasaba mucho. Fundamentalmente por lo vasco.
La carta de Pujol
Conocí a Jordi Pujol en julio de 1977. Vino a Bilbao a entrevistarse con el PNV. Llegó acompañado de Maciá Alavedra. Acababa de ser elegido diputado y deseaba contar a los nacionalistas vascos cómo veía la situación de Catalunya en aquellos días del viaje de Tarradellas a Madrid. Eran los primeros pasos de una incierta legislatura y deseaba contrastar opiniones con los vascos. Lo hizo y quedó satisfecho.
Sin embargo las relaciones posteriores, dejaron mucho que desear. De no haber existido una buena relación con Unió Democrática de Catalunya, las cosas estarían aún más tensas, porque Convergencia no había sido precisamente un amigo demasiado complaciente para con el nacionalismo vasco.
Para no alargarme diré que tras la dimisión de Miquel Roca en diciembre y la elección de Joaquim Molins como portavoz parlamentario, pensábamos que las cosas iban a mejorar a pesar de que a Roca le habíamos tratado, desde el Grupo Vasco, con deferencia. Pero no estábamos siendo correspondidos.
Blindada la propuesta de resolución entre el Grupo Catalán y el Grupo Socialista, nosotros le presentamos previamente a dicho texto dos enmiendas. Una tenía relación con la acción de las comunidades autónomas en Europa y otra con el desarrollo estatutario. No fueron admitidas. Es más, Miquel Roca, desde Barcelona y en rueda de prensa, tapando al portavoz Molins, dijo que no iban a admitir ninguna enmienda. Feo estilo.
Pero nuestra sorpresa subió en calorías al rechazarse una propuesta de resolución que pedía el cumplimiento del Estatuto vasco de acuerdo al compromiso del Parlamento vasco así como otra iniciativa relacionada con la construcción europea y las autonomías. Aquello nos pareció un acto inamistoso, hostil y poco solidario. Una cosa era apoyar al PSOE y otra ir contra el Estatuto de Gernika. De ahí que aquella noche le mandara a Pujol, como secretario general de Convergencia Democrática de Catalunya, un telegrama de protesta por este comportamiento insolidario, aún a riesgo de que se nos culpara de envidiosos, como así fue, ya que el telegrama fue hecho público por los propios catalanes.
Organizado el lío, Pujol nos escribió achacando al PSOE el acuerdo y deseando establecer de nuevo una buena relación. De acuerdo. Entre catalanes y vascos debía haber armonía y solidaridad y no enfrentamientos, pero también un mínimo de formas. No todo valía.
Un diputado de nuestro partido amigo, Unió, me preguntaba de qué forma podían funcionar estas relaciones. Y le contestamos: “A nosotros nos parece muy bien lo que estáis haciendo. Ojalá tuviéramos nosotros 17 diputados. Pero si nosotros no votamos nunca contra nada competencial catalán, vosotros no deberíais votar en contra de nada competencial vasco. Por simple amistad y por simple solidaridad”. Nos contestaron que Catalunya gobernaba por primera vez en España en cuatrocientos años y no podían dejar pasar aquella oportunidad... Muy bien. Pero decidimos seguir insistiendo en este argumento, que de hecho ya dio resultado. Ese día, había dos proyectos de ley que lesionaban competencias estatutarias vascas. Presionamos. Ellos lo hicieron con un PSOE amodorrado que funcionaba de acuerdo a lo que le dictaba su gobierno. Y tuvieron que cambiar. Ese es el camino. Poco a poco queríamos demostrar al Partido Socialista, que tenía que contar con los vascos, porque los catalanes no querían quedarse solos. Lo decía Pujol en su carta: “No cuesta comprender que nosotros hubiéramos preferido ir acompañados en esta ocasión por alguien más, y es evidente que la vuestra hubiese sido la mejor compañía para nosotros”. De acuerdo honorable.
Veremos qué pasa, pero con lo que estaba lloviendo, al Grupo Catalán le interesaba objetivamente tener a los nacionalistas, vascos cerca. Tenerlos enfrente y señalándolos con el dedo, no les conocía ante la opinión pública catalana.
Perú y Babcock
El jueves por la mañana, junto con Olabarria, en el señorial despacho de maderas nobles del vicepresidente del Congreso de los Diputados, recibíamos a una delegación del Perú que acababa de llegar de Lima. Acompañaban al embajador dos venerables patricios opositores a Fujimori que deseaban demostrar internacionalmente que una cosa era aquel régimen y otra un Perú en guerra.
Los dos eran de ascendencia vasca. Uno encartado; otro de Azpeitia.
El doctor Belaunde, un venerable anciano, físicamente parecido a Besteiro, le llevamos a su escultura para que la viese, pero con erudición de Leizaola, nos contó y leyó hasta las Reales Cédulas que atestiguaban la propiedad de las tierras en litigio para el Perú. Había sido presidente de la Cámara de Diputados, y era hermano del presidente Belaunde Terry y persona orgullosa de sus ancestros vascos.
Les atendimos, escuchamos y nos acercamos a un problema candente que estaba costando vidas humanas y sumiendo a una zona, rica en petróleo, en la barbarie de una guerra de intereses.
Tras despedirnos, Olabarria y yo comentamos el poco interés de la clase política española por lo que estaba ocurriendo en una América Latina que la tenían presente en sus discursos, pero alejada de sus preocupaciones. Tenía su gracia que dos nacionalistas, recibieran a dos peruanos de origen vasco hablando de límites. Pero en Madrid, estas cosas no apasionaban. La guerra era otra, mientras frente al Congreso y ante la Embajada mexicana, se manifestaban contra la situación en Chiapas. Para todos los gustos.
Estuvimos también en Babcock Wilcox, siguiendo nuestro periplo por la Euzkadi real en momentos en los que empezaba un debate de política industrial. Comentamos, tras ver aquellos inmensos pabellones y unas instalaciones magníficas, que daba gusto ver una empresa pionera funcionando bien y con ganas de comerse el mundo empezando por China, siguiendo por Marruecos y terminando en América. Laboratorios, biblioteca, gimnasio, limpieza, orden y confianza en la empresa, fue lo que vimos.
Ricardo González Orús, Manu Iturrate, Aldasoro, Bermúdez y Leura atendieron al PNV muy bien, explicaron su política y se mostraron ilusionados con los distintos proyectos en curso. Una visita provechosa.
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