Por Pablo de Iboa
De las muchas cosas interesantes que se dijeron de Larrañaga, el sacerdote, destacaremos en estas breves líneas su definición de "hombre de letras". Tantas y tan bellas se han dado que parecía difícil añadir nada nuevo. Y, sin embargo, Larrañaga supo hacerlo con fortuna con sólo proyectar luz sobre una faceta que rara vez hemos visto considerada en estos casos: la de la generosidad. No basta el ingenio, no es suficiente la erudición. El docto, el humanista encerrado en su torre de marfil, agudamente aquejado de narcisismo intelectual; el avaro de sus conocimientos, el que los crea o atesora para sí solo, para su particular deleite nunca será, pese a la riqueza de ellos, un cabal hombre de letras. Tan cierto es que no hay bien perfecto si no lo comunicamos.