El pasado martes 14 de setiembre no cabía un alma en el salón de "Los Pasos perdidos" del Senado. Presentaba su libro José Federico de Carvajal, ex presidente del Senado y hombre históricamente importante del Partido socialista. Rojo, Guerra y él dieron cuenta del "Conspirador Galante” un título puesto por la editorial Planeta. Es un buen título que Ie describe bien.
Conocí a Carvajal a través de Ignacio Gaminde, nuestro secretario cuarto de la Mesa del Senado hoy desaparecido. Se llevaba bien con él. Pero cuando dejó la presidencia del Senado fue elegido diputado, algo que no fue la mejor decisión, ya que ver a un señor elegante subir las escaleras hasta la última fila del hemiciclo del Congreso, no fue lo más edificante tras haber sido Presidente. Ya como diputado presidió el Grupo de Amistad con Francia del que yo era vocal y corno tal le acompañé en un viaje que éste Grupo hizo a París y a Burdeos. Con él fui a un piso del viejo París donde construyen trenes en miniatura para ir después a Hermes donde le compró a su mujer unos zapatos.
Carvajal es un gran conversador y cuando este miércoles, al día siguiente de la presentación del libro, nos vino a proponernos con tres quiroprácticos la necesidad de regular ésta profesión, recordamos aquel viaje donde en Burdeos nos hicieron cofrades de Saint Emilion y, al socialista vasco que nos guiaba, Pierre Garmendia, le llamaban Monseñor. Le recordé cómo me había comentado que le hubiera gustado ser Cardenal en El Vaticano para que, con la capa Magna llevada por 24 monaguillos, subir por aquellas hermosas escaleras. Hoy Carvajal, tiene la columna hecha papilla y se mueve con gran dificultad.
El autor
(Málaga, 14 de marzo de 1930) es abogado en ejercicio y uno de los más veteranos militantes del PSOE, partido en el que ingresó en 1953. Procedente de una familia de tradición republicana vinculada a la política y el derecho, destacó por su activismo antifranquista en el Colegio de Abogados de Madrid y por su papel como abogado defensor en varios consejos de guerra y numerosos juicios ante el temido Tribunal de Orden Público
Tras una actividad clandestina de casi un cuarto de siglo, Carvajal participó en las Cortes Constituyentes de 1977 como senador electo y presidente de la comisión constitucional de la Cámara Alta. Reelegido en 1982 con récord absoluto de votos, ocupó la presidencia del Senado durante dos legislaturas consecutivas al renovar su escaño en 1986 con idéntica marca. En 1989 prosiguió su andadura como diputado por Madrid hasta su retirada de la vida pública activa en 1993.
Este abogado y político socialista, caracterizado por su entrega al derecho, una singular bonhomía y una no menos peculiar heterodoxia como militante, desempeñó un papel crucial en la evolución del PSOE tras el franquismo. Contra todo pronóstico, presidió el turbulento XXVIII Congreso de mayo de 1979 y condujo la gestora que asumió las riendas del partido hasta septiembre de 1979, cuando la reafirmación de Felipe González como líder indiscutible consumó la renuncia al marxismo y abrió la vía hacia el poder con la victoria electoral de 1982. José Federico de Carvajal está casado desde 1989 con Helena Boyra y tiene dos hijas, además de otros tres hijos de su primer matrimonio.
La obra
Un socialista de otro planeta
En el prólogo que Alfonso Guerra escribe a estas memorias de José Federico de Carvajal hay una imagen de éste que, si no le define por completo, aporta una clave esencial sobre su personalidad. Todavía en la clandestinidad, Guerra y otros socialistas se habían reunido en el reservado de un restaurante para informar de la situación franquista a un grupo de socialistas europeos. "Hablábamos -escribe el prologuista- con el recelo y la cautela lógicos por nuestra situación cuando llegó José Federico dando grandes voces, vestido como un marqués, alto, de gran envergadura, chaqueta cruzada y saludando como el aristócrata que llega al hipódromo y reparte abrazos y expresiones de afabilidad". Alfonso Guerra, que provenía de otro ambiente, más provinciano y obrerista, en el que predominaba una estética ad hoc, reconoce paladinamente que Carvajal le pareció "un socialista de otro planeta".
Lo era en cierto modo; pero sólo en cierto modo. José Federico de Carvajal procedía de una familia acomodada (de tradición, eso sí, republicana y liberal) y podía resultar exótico en los ambientes de la izquierda. Pero, históricamente, desde Marx y Engels, las filas del socialismo también se han nutrido de esa gente acomodada que, por convicción intelectual (los llamados socialistas de cátedra), por impulso ético o por ambas cosas, han abrazado la causa de la clase trabajadora. Es lo que un viejo socialista llamaría "la fuerza de la Idea". José Federico de Carvajal es un excelente ejemplo.
En todo caso, conviene decir que la expresión "de otro planeta" puede tener un sentido más profundo, más allá del humorístico con que lo pensó en su momento Alfonso Guerra. En un ambiente como el de la política española, tan lamentablemente invadido por el sectarismo, el maniqueísmo y la negación del menor reconocimiento al adversario, José Federico de Carvajal parece un político de otro planeta por su talante conciliador, dialogante y liberal en el sentido en que empleaba la palabra José Bergamín ("soy liberal en todo menos en política"). Quizá porque participó en el llamado "contubernio de Munich" de 1962, en el que coincidieron personas de la derecha y de la izquierda, unidas en un afán común de conseguir la democracia, a José Federico de Carvajal le ha quedado una visión de la derecha distinta a la de muchos compañeros suyos, y no tiene el menor reparo en proclamar los méritos de sus adversarios políticos cuando así lo considera (como le ocurre con Esperanza Aguirre).
Y, a la vez, José Federico de Carvajal es un socialista que cita a Marx y al Manifiesto Comunista con admiración y conocimiento de causa, y que, cuando en 1979 su partido se plantea renunciar al marxismo, él no encuentra motivos para ello. O sea, que estamos ante una personalidad tan compleja como interesante, que, a todo lo anterior, añade unas envidiables dotes para el humor y la ironía, como podrá comprobar el lector de estas memorias.
Su autor no sólo proviene de eso que se llama una "buena familia", sino que él mismo tuvo en su adolescencia y juventud algunos tics propios de cachorro díscolo de la clase acomodada. No fue buen estudiante, fue expulsado de bastantes colegios y mostró más interés por los cabarets, las copas y los bares en que se podía jugar al póquer que por los estudios. Pero, así como no era insensible a estos placeres de la vida, tampoco lo era para las injusticias sociales. Y esa sensibilidad, sumada a sus propias reflexiones intelectuales, le llevó al campo del socialismo. Del comunismo le apartaba la idea de la libertad. "Yo amo la libertad como aquellos viejos carbonarios del siglo XIX que, embozados en sus capas, conspiraban a la luz de los velones contra los monarcas absolutos", escribe con gracia y contundencia.
Un PSOE dividido y poco organizado
Se afilió, pues, a un PSOE que, a mediados de los 50, carecía de una sólida estructura en el interior. De hecho, lo que existía eran grupos poco relacionados entre sí en el interior, y una estructura organizada, pero más burocrática que eficiente, en el exterior, dirigida por Rodolfo Llopis. Por su inactividad, el PSOE del exilio era prácticamente testimonial, y por su carácter minoritario y poco organizado, el del interior no iba mucho más allá. Y, sin embargo, la represión policial era absolutamente brutal. En 1953, el año en que Carvajal ingresó en el PSOE, el partido y la UGT sufrieron uno de los golpes más duros de su historia durante el franquismo. Uno de sus líderes, Tomás Centeno, murió a causa de las torturas recibidas en la siniestra Dirección General de Seguridad.
A menudo, los socialistas del interior -fundamentalmente, tres núcleos, situados en Madrid, Sevilla y el País Vasco- tenían que hacer su labor no ya sin el reconocimiento de Llopis y el grupo dirigente de Toulouse, sino a pesar de ellos.
(El contubernio de Munich: ensayo general de la transición)
Uno de los hitos de la oposición democrática al franquismo fue la reunión en Munich, en 1962, de un amplio grupo de representantes de todas las tendencias antifranquistas, incluyendo grupos monárquicos y de derechas, y con la excepción de los comunistas. Para Carvajal, no hay duda de que "aquel acontecimiento fue el primer ensayo general de lo que sería la transición pacífica española hacia la democracia... tuvo una importancia extraordinaria para definir las bases sobre las que podría asentarse la futura convivencia de los españoles en paz y libertad".
Con el tiempo, se hace evidente que ni Franco ni su régimen, contra lo que muchos temían, iban a ser eternos. El PSOE, como el resto de la oposición, se prepara para ese final. Entra entonces en escena una nueva figura dentro del partido, Felipe González, que deja "deslumbrados" a compañeros como Múgica o Nicolás Redondo cuando, en 1969, interviene en el máximo órgano del partido. Felipe "tenía el don de la oratoria" y también -como, según él mismo, le ocurría a Fraga- parecía caberle el Estado en la cabeza.
Los jóvenes del interior acabaron desplazando al fosilizado grupo de Rodolfo Llopis, al que el autor de estas páginas dedica finalmente unas palabras de homenaje, que se debe considerar sincero y no un modo de compensar las críticas vertidas anteriormente. Por su parte, el joven Isidoro (nombre de guerra de Felipe González) se mostró como "un animal político superlativo, un estadista, un hombre con un inocultable instinto de poder y un pragmático a machamartillo", alguien que, sin renunciar a sus razones éticas, se trazó el objetivo de "llegar al poder cuanto antes".
En el Senado
Con la democracia, José Federico de Carvajal fue elegido senador, y, con la llegada del PSOE al gobierno, fue nombrado presidente del Senado. Sus primeros trabajos en la Cámara Alta fueron como presidente de la comisión constitucional, encargada de elaborar la Constitución que se aprobaría en diciembre del 78. Fue una época irrepetible, llena de ilusión, que el autor recuerda con emoción y sin renunciar al humor y la ironía habituales. Así, se refiere al "poder constituyente", que no era otro que el dúo formado por Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra, grandes negociadores de la Constitución en tanto que representantes de los dos partidos mayoritarios. Aquellas negociaciones no eran sino la expresión de uno de los hechos de la transición, el consenso entre partidos diferentes; pero algunos no lo veían de ese modo y entendían que aquello era algo más cercano al pasteleo. Así, cuando una vez dos senadores radicales (el vasco Bandrés y el catalán Xirinacs) le preguntaron a Carvajal cómo iba "la pastelería", éste respondió que era mucho mejor una pastelería que una fábrica de armas, expresión muy celebrada por el tópico que encierra.
La elaboración de la Constitución dio pie a intervenciones impotentes; desde las de Xirinacs, sistemáticamente opuesto a la idea de España, hasta las del erudito y políticamente incorrecto Cela o el también erudito y humorístico José Luis Sampedro. Fue un tiempo irrepetible, sin duda.
Los años siguientes tuvieron, además, una importancia particular en el ámbito de la vida privada para José Federico de Carvajal. Siendo presidente del Senado, conoció a una letrada de las Cortes, Helena Boyra, “guapa e inteligente”, treinta años más joven que él, con la que acabó casándose en 1989; relación y matrimonio que despertaron “una intensa presión y un acoso mediático por momentos despiadado”. Más de veinte años después siguen juntos. "Muchas veces he pensado que lo nuestro era una locura, pero no me he arrepentido de ello jamás", ha dicho recientemente la propia Helena Boyra. (El título de este libro -El conspirador galante- no es gratuito).
Con su larga experiencia como senador, José Federico de Carvajal piensa que "la Cámara Alta ha sido absolutamente desaprovechada por los sucesivos gobiernos"; "después de más de treinta años de democracia, seguimos sin resolver el encaje del Senado como Cámara de representación territorial".
Y con una sinceridad infrecuente, reconoce que le habría gustado ser ministro de Asuntos Exteriores. Por cierto que un compañero de partido que sí lo fue, Fernando Morán, "no quería bajo ningún concepto que yo hiciera cualquier labor de tipo diplomática" en los viajes al extranjero.
En declaraciones como ésas se ve también el carácter atípico de José Federico de Carvajal, un socialista que jugaba a la ruleta en Biarritz y que tiene fama de poner siempre buenos vinos en su mesa. Pero que sigue pensando que el capitalismo no es la solución. Un tipo complejo e interesante, cuyas memorias no tienen desperdicio.
Hombre, pues entonces yo soy un poco como tal tipo, si es que es cierto que es así, porque a mí también me gusta el vino y he jugado a la ruleta francesa -nunca a la americana- en Biarritz y en Donostia -antes, cuando estaba en el Hotel de Londres y de Inglaterra, en lugar de junto al Boulevard- y, naturalmente en Bilbao.
En Bilbao el Casino Nervión se inauguró en marzo de 1996, en la primera planta del edificio austro-húngaro de la Sociedad Bilbaina, sobre el Ibaizabal (que no Nervión, pues este río tributa al Ibaizabal en Basauri), sito en la calle de Nafarroa.
Al principio había hasta 3 mesas de Ruleta Francesa en el Casino de Bilbao, pero todo degenera y la txusma acaba pidiendo la americana. En Bilbao no me hacen caso si lo pido, pero en el Casino de Budapest (en uno de ellos, el Copacabana), si pido que se abra la Francesa -con EUR, no con HUF- se abre, porque no me conocen como en Bilbao.
Pero no creo que sea así lo del vividor Carvajal, sin nos atenemos a los hechos: alguien que acepta ser el representante del Poder Legislativo de opereta postfranquista no es auténtico. Queda muy bien el panegírico, pero es una gran mentira, una máscara.
Publicado por: Donatien Martinez-Labegerie | 09/28/2010 en 10:16 a.m.
Los socialistas y comunistas que dicen que luchan contra el capitalismo y todo lo que ésto conlleve son los peores hipócritas que existen, pues son los primeros en aislarse del Mundo real, del Mundo cotidiano de millones de personas trabajadoras. Se aislan en sus palacios y mansiones de 200 cuartos de baño previo expropiación al pobre autónomo trabajador. Comen y beben en lujosos restaurantes y viajan siempre en primera clase para luego alojarse en Hoteles de 5 ó 7 estrellas.
Ése es el común denominador de cualquier "rojo progresista, comunista o simplemente socialista" del Mundo cotidiano. Así es más fácil identificarlos para luego rendirles cuentas, tanto nosotros los mortales como el de arriba.
Christian Jota.
Publicado por: Christian Johansen | 09/28/2010 en 11:25 a.m.
Donatien.
¿Por qué no pruebas a la Ruleta rusa?.-
Publicado por: Juan Rua | 09/29/2010 en 09:51 a.m.
Tienen esa ruleta en la Toxa? Qué tal va?
Publicado por: Donatien Martinez-Labegerie | 09/29/2010 en 10:08 a.m.