Por Cecilia G. de Gilarte.
Los libros que se regalan a los amigos -y no hablo naturalmente de los libros que uno escribe-, no tienen ningún parentesco con los otros regalos. Nunca es cuestión de precio ni de salir del paso. No es el cuarto encendedor que se recibe el día del cumpleaños, ni la novena jarra con vasos del día de la boda, ni siquiera la lámpara para la que ya no tenemos espacio. . . No, el libro es siempre único, supone una comunión previa y rara vez coincide con una fecha en que el regalo es obligado. Puede ser un libro recién editado o un viejo libro recién descubierto. En todo caso supone un placer, una experiencia, una emoción que inclina hacia la generosidad y despierta el anhelo de comunión espiritual, sentimiento que, hay que reconocerlo, ya está un poco fuera de circulación. La vida actual no da margen para muchas filigranas. Será por eso que yo le encuentro el exótico sabor de la filosofía china, el mismo sabor que imagina ha de tener el comer pétalos de flor y semillas perfumadas mientras se pasea en barca, bajo la luna de agosto, en un río de Pekín...
El amigo está presente mientras se lee el libro. Se desliza con nosotros a través de los capítulos, nos sonríe en las pausas y se materializa casi, cuando en un párrafo determinado nos hacemos la promesa de escribirle una carta y comentarlo con él. Por eso le estoy escribiendo yo a mi amigo Don Santiago Alonso que me mandó el libro de Luis de Aranguren "Memorias de un exilado vasco". Un libro que le apunta muchos tantos a la "Editorial Vasca" y por el que hay que felicitar a "Ogoñope". Es un libro en el que se advierte el oficio editorial y que puede ser un buen arranque si los presuntos "clientes", los obligados a sostener estos esfuerzos de los abanderados de la cultura vasca, no lo dejan en la estacada.
El libro llegó ayer y ando poco más allá del prólogo, que es jugoso y dulce como una naranja a la que se le puede sacar mucho jugo. Ya hablaremos del resto otro día. Hoy se trata sólo de "platicarle" a Don Santiago de las cosas que el prólogo sugiere.
Ya es cosa rara, para empezar, que un vasco se decida a escribir sus memorias. El vasco, que es tantas veces sujeto novelable, nunca cree que su vida, la vida que él ha vivido casi siempre con íntimo regocijo, sin tremendismo, merezca la pena de ponerse en solfa. Y es una lástima. Una verdadera lástima. Porque el vasco tiene un sentido del humor y de las proporciones, un tan evidente despego por los convencionalismos rancios y una tan jacarandora manera de buscarles las cosquillas a los más empingorotados prestigios prefabricados, que esta falta de afición por las "memorias" nos ha privado de una magnífica tradición literaria.
Me gusta. Decididamente me gusta el modo de escribir de Luis de Aranguren. Me gusta porque no se calza el alto coturno para echarnos a la cara cuatro lugares comunes como les echan tartas de merengue a la cara a los cómicos de las películas americanas. Me gusta que no nos imponga una modestia de cartón piedra ni se arrepienta de nada. Es un hombre que ha llegado a una edad muy respetable, que ha visto y ha hecho un montón de cosas a juzgar por el índice, y está además seguro de que la ruta que ha seguido en la vida es la correcta. A lo largo del libro seguramente vamos a ver que no siempre le dio al clavo y así será mejor y más humano. Porque la vida en sí, la vida bien vivida, es en síntesis darle unas veces al clavo y otras al dedo.
Ya en el prólogo nos muestra la parábola completa de sus años, que va de las "fantasías" de Julio Verne a estas tremendas fantasías de los científicos actuales. Del gusto con que sin duda leyó a Verne le quedó una como filiación política que me parece muy realista y muy sensata. Luis de Aranguren se pronuncia, y en un momento especialmente difícil para este tipo de pronunciamientos, por el gobierno de los hombres de ciencia. Y es sensato porque los científicos al menos parecen estar haciendo cosas que se ven y se tocan, en tanto que los políticos, en su hacer y deshacer cazurro, nos están dando cosas que no se pueden tocar por razones de higiene.
Así, esbozado en un corto párrafo por Aranguren, encierra un magnífico pie de posibilidades futuras. Su teoría me recuerda algo que le he oído contar a Alma Reed sobre el "gobierno de las cumbres" y un grupo de gentes que se reunían en Nueva York en la casa de la mujer del poeta griego Sikelianos, y del que formaban parte la propia alma y José Clemente Orozco. Creo que hasta García Lorca cayó por allí alguna vez. Según este grupo, que se expresaba en todos los idiomas conocidos y que a pesar de ello parece que se entendía, sólo podría salir el mundo del caos actual por el "gobierno de las cumbres". Las altas montañas, según ellos, se ven por encima de las fronteras y se comprenden. Participan de una misma pureza por su proximidad al cielo. Se referían a los pensadores, a los poetas, a los humanistas, con absoluto desprecio de los políticos y mucho mayor de los militares que, por muy "altos" que estén, nunca pasan de chapotear en el lodo de las intrigas, en las cloacas del mercantilismo, en las pantanosas aguas de la ambición de poder.
La diferencia entre Aranguren y el grupo sikeliano está en el sentido de la proporción. Tampoco ha de ser bueno andar siempre tan cerca de las nubes. A mí, personalmente, me aturde un poco la posibilidad de un mundo gobernado por filósofos, novelistas, poetas y gentes de esas. La teoría sikeliana florecía en un ambiente un tanto teatral, en un clima de invernadero... la casa de la señora Sikelianos resultaba demasiado pintoresca para el gusto de un vasco de pueblo, amueblada al más ortodoxo estilo griego. A lo mejor se sentaban en esos incómodos banquitos que aparecen en los vasos griegos... no sé; de todas maneras me inspira más confianza la teoría de Aranguren, aunque también me asusta la idea de entregarles el mundo, como si fuera un infeliz ratón de laboratorio, a los entusiastas fabricantes de bombas atómicas. En lo que sí estoy de acuerdo es en que con los políticos y los militares, nos va muy mal. Y esto ya es un paso adelante. Tal vez a lo largo del libro me convenza Luis de Aranquren y eso más tendré que agradecer a Don Santiago Alonso. De todo ello hablaremos en otra ocasión…
De lo que menos habla en este libro es del Exilio..............
Publicado por: joseba | 09/30/2010 en 09:02 a.m.