He aquí lo que aparece en el libro:
En la colección de Biografías, el Congreso de los Diputados publica un nuevo título dedicado a la trayectoria política y actividad parlamentaria de D. José Antonio Aguirre y Lekube, diputado a Cortes en las tres legislaturas de la Segunda República Española, y primer lehendakari del Gobierno vasco.
Pongo gustosamente estas palabras de presentación a esta nueva obra que incluye no sólo los discursos parlamentarios y alguno de los textos de Aguirre, sino también varias semblanzas y análisis de su figura y de su vida política llevados a cabo por Xabier Arzalluz, Iñaki Anasagasti, Josu Erkoreka, Marcos Vizcaya, José María de Areilza e Indalecio Prieto.
Como pueden imaginar, no pretendo competir ni en extensión ni en profundidad con las interesantes aportaciones sobre la personalidad política de José Antonio Aguirre, hechas, excepto los recuerdos biográficos de José María de Areilza, y la semblanza de Indalecio Prieto desde la perspectiva del nacionalismo vasco del que Aguirre es una de sus referencias más destacadas.
La figura de Aguirre es ya suficientemente conocida, no sólo por los trabajos que se han hecho sobre él, sino por los dos gruesos tomos de sus obras completas y de su diario. Esta obra se unirá a ese caudal de estudios sobre la obra del lehendakari, aportando puntos de vista muy actuales y de indudable interés.
José Antonio Aguirre sufrió el destino de cientos de miles de españoles que tuvieron que exiliarse tras la caída de la Segunda República y la conclusión de la Guerra Civil. La tragedia personal y familiar que supuso la expatriación forzosa marcó sus vidas. Aguirre, hasta su prematura muerte a los cincuenta y dos años, en marzo del año 1960, siguió fiel a las ideas y principios que dieron sentido a su vida política: la autonomía del País Vasco y, tras la guerra y el exilio, la recuperación de las libertades democráticas pisoteadas por la dictadura de Franco.
Con ocasión de esta presentación que amablemente me han pedido mis amigos Josu Erkoreka, José Ramón Beloki e Iñaki Anasagasti, he podido, con sus sugerencias y la lectura más detenida de la obra de Aguirre, conocer mejor su carácter, la firmeza de sus convicciones y el tenor de sus ideas.
En relación con estas últimas, al saber que iba a prologar un libro sobre José Antonio Aguirre, algún otro amigo al que he comentado el menester que tenía entre manos, no ha podido evitar algún gesto de sorpresa por el hecho de que un político no nacionalista como yo pusiese unas palabras de presentación a una biografía sobre un político nacionalista vasco.
Le he respondido que, lejos de constituir un motivo de abstención, esas diferencias ideológicas me invitan a acercarme a una figura a la que, separándome el tiempo y algunas ideas importantes en relación con el problema territorial, me aproxima su bonhomía, sentido de la lealtad, creencias religiosas y el afán por promover el diálogo con quienes no compartían sus supuestos ideológicos. No hay necesidad de concordar con las ideas de alguien, para apreciarlas y reconocer su singularidad o la grandeza de carácter de quien las sustenta.
Creo que las ideas son importantes, pero que por encima de ellas están las personas; que la política es un menester tan digno como cualquier otro, pero que por encima de la política está la vida con su carga de afectos y sentimientos. Y que es preciso escuchar a quien no piensa como nosotros, no sólo por educada cortesía, que ya es bastante, sino porque, además, puede llevar su parte de razón y hacernos caer en la cuenta de la insuficiencia de nuestras razones.
El diálogo es lo contrario del monólogo. Y no es que hablando nos podamos entender siempre la gente, como reza el dicho, pero al menos, con el diálogo podemos saber en qué coincidimos y en qué discrepamos. Lo que es absolutamente cierto es que si no hablamos o nos damos, displicentes, la espalda, jamás podremos llegar a saber a qué atenernos los unos respecto de los otros. Y eso, tanto en la vida como en la actividad política, es un gran error.
José Antonio Aguirre era un hombre que hizo del diálogo un método político. Coincido con él cuando afirmaba: “He aprendido entre otras cosas a escuchar a los demás con calma y a saber respetar el pensamiento ajeno, porque quiero que el mío sea respetado a su vez”. Con ello no hacía más que aplicar la sabia máxima kantiana de tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros mismos.
Y por si eso fuera poco, Aguirre era un hombre que a la virtud política del diálogo unía la no menos importante de la lealtad y un compromiso sin fisuras a favor de la democracia. Él recordó en varias ocasiones ante auditorios diversos tras su exilio que, a poco de establecida la República, el general Orgaz le visitó con el propósito de pedirle apoyo para derrocar al gobierno legítimamente constituido; el general pensaba que las discrepancias de los nacionalistas vascos con el gobierno de Alcalá Zamora, a cuenta del proyecto del Estatuto de Estella de 1931, fracasado por inconstitucional, inducirían a Aguirre a apoyar sus pretensiones golpistas. Su respuesta fue tajante: el pueblo vasco jamás se sublevará contra las instituciones nacidas de la voluntad popular.
Y del mismo modo refería que, al poco tiempo de este encuentro, dos emisarios de Alfonso XIII venidos de Fontainebleau le transmitieron el propósito del Rey de reparar la preterición que su régimen había cometido con el pueblo vasco al que no supo comprender. Aguirre les respondió que los nacionalistas estaban en contra de varias disposiciones de la República, pero no contra lo que la voluntad popular había establecido legítimamente.
Estas dos anécdotas justifican con creces el respeto y la consideración que le tenían dos socialistas vascos, el uno de adopción y el otro de nación, Julián Zugazagoitia e Indalecio Prieto, cuyo testimonio quiero traer a estas páginas como representantes de una ideología política que es la mía. El primero, en su excelente libro de memorias, Guerra y vicisitudes de los españoles, escrito poco antes de caer fusilado por el franquismo, afirma que “entre sus cualidades destaca como inapreciable una: la lealtad. Hombre de firme fe religiosa y de inquebrantable pasión nacionalista, ha encontrado la manera de conservarse firmemente liberal y tolerante”.
Indalecio Prieto, uno de sus rivales políticos más directos y que más discrepaba de él y de la doctrina del nacionalismo acerca del significado del Estatuto vasco, aunque por otro lado fuese uno de los hombres decisivos, corno presidente de la comisión parlamentaria que dio forma al Estatuto vasco, para su posterior aprobación en el Congreso de los Diputados, el primero de octubre de 1936, escribió un artículo fechado el 4 de octubre de 1941, que se recoge en el libro Palabras al viento, en el que, además de defender la persona de Aguirre frente a las acusaciones de deslealtad en relación con el episodio de la rendición de Santoña, reivindica su figura, una vez fusilado Companys, con la esperanza de que su prestigio sirviese para despejar los complejos horizontes que habían de afrontar los republicanos españoles exiliados en relación con la actitud de los nacionalistas vascos y catalanes.
Prieto escribió que: “Aguirre es, quizá, la única figura política nueva que cuajó por completo durante la guerra de España. Su prestigio incipiente, en vez de desvanecerse, se consolidó acrecentándose. Y no sólo en el sector nacionalista donde se le venera, sino en otros, donde su tacto le valió la conquista de grandes simpatías. Presidiendo un gobierno heterogéneo logró, por sus dotes personales, la unidad de acción indispensable en trances críticos... Yo confío en que su probada prudencia, su tacto exquisito, esa mesura, en fin, con la cual consolidó y acrecentó su prestigio, los emplee a fondo para disipar las sombras de posiciones inconciliables”.
Por estas y otras razones, José Antonio Aguirre merece que el Congreso de los Diputados pueda dedicarle un libro donde se analice su figura y la del nacionalismo vasco en la vida parlamentaria de las Cortes republicanas donde desarrolló su actividad en la totalidad de las legislaturas. Tras el restablecimiento de la democracia y las primeras elecciones de 1977 el escenario político cambió y fue reflejando la evolución y la madurez de un electorado bien distinto al de los años de implantación y desarrollo de la experiencia republicana. Y, como no podía ser de otro modo, las diversas fuerzas políticas hubieron de recoger estos cambios que se materializaron en la Constitución de 1978 y lo que denominamos Estado de las Autonomías, ideado para encajar en un marco unitario lo específico de los denominados hechos diferenciales. Y en ello estamos. Los nacionalismos, tanto vasco como catalán, siguen teniendo una presencia relevante en el parlamento nacional, y jugando un papel destacado en el desarrollo de la vida parlamentaria española.
Que las aspiraciones políticas de los puntos de vista nacionalistas estén o no cumplidas o en qué grado, no es cosa de discutir en un prólogo como éste. Lo que es indudable es que las libertades democráticas y los derechos humanos están asegurados y protegidos por el texto constitucional y la tradicional aspiración del nacionalismo vasco que José Antonio Aguirre y sus correligionarios consideraban como un objetivo irrenunciable, la reintegración foral, es también una realidad en el marco de la Constitución y los estatutos de autonomía: el reconocimiento de los derechos históricos de los territorios forales por la Constitución de 1978 es un caso único en la historia del constitucionalismo español.
Concluyo estas palabras de presentación al libro sobre José Antonio Aguirre haciendo referencia a unas palabras que el lehendakari pronunció al final de una conferencia que pronunció en el Teatro Municipal de Chile el 3 de septiembre de 1942 con el título de “La posición de un creyente ante la crisis de caridad”, que ponen de manifiesto el profundo sentido del humanismo que siempre defendió y con el cual muchos nos identificamos, más allá de otras divergencias políticas: “el culto de la libertad, el respeto al hombre, la elevación y perfeccionamiento de la institución familiar, la lealtad a las instituciones democráticas, el amor a la patria, y de aquí, el ansia de anhelo y fraternidad con otros pueblos... éstos son principios de tan alta estirpe moral, que alrededor de ellos podemos darnos la mano todos los hombres bien nacidos, creyentes o no creyentes, porque hay algo en el corazón humano que está impreso con caracteres indelebles, como es el concepto de la rectitud moral, como es la norma eterna del bien”.
José bono martínez
Presidente del Congreso de los Diputados
La ETB se hizo con el 19% de la cuota televisiva cuando restransmitió el partido de Euskadi v Venezuela (3-1)Una cuota que está muy cercana a lo que la ETB solia arrastrar bajo el mandato del PNV.
Si algo ha aprendido de esto Surio es que las audiencias no han bajado por la competencia con otras cadenas. Sino que cuando se pone algo que interesa a la mayoría social de Euskadi, que por cierto es abertsale y no nacionalista española, los vascos lo apoyamos en masa y que cuando insiste en ponernos el NODO en los teleberris y las poniones de los politicos del PPSOE pues la gente pasa de ello.
Publicado por: Txilinasti | 12/31/2010 en 05:53 p.m.
Alguien sabe cuanta audencia tuvo el más mejor amigo (con perdón y sin ánimo de ofender*) del titular de este blog el día de Navidad???? Es que no lo he oído en ninguna parte y otros años al día siguiente era el primer dato que ofrecían casi todas las cadenas... que a lo mejor solo he sido yo que no me he enterado, para variar!!!
*sin ánimo de ofender al titular, por concretar.
Publicado por: Anonimando | 12/31/2010 en 09:08 p.m.