UNAS CONSIDERACIONES SOBRE SU REALIZACIÓN DRAMÁTICA
A Jelalde.
Por: Manuel de la Sota (1934)
Zoritxar o el misterio
Finaliza el primer acto y la tarde ha ido declinando. Es ya casi de noche, y el cielo se ilumina de infinitas estrellas relucientes. La atmósfera se ha dormido en profundo silencio, y de la tierra asciende el coro mágico de sapos, grillos y cigarras. Lejana, una alboka, dibuja su melodía en la lámina misteriosa del nocturno, hasta apagarse como la llama de un cirio agonizante. Y aparece sigilosamente la sombra enigmática de Zoritxar la Zorgiña. Este personaje, por mí introducido en la obra, es un engendro enigmático del misterio, que lee en las páginas negras del porvenir. En sus últimas palabras se condensa toda la tragedia que va a presentarse a los ojos del espectador.
“Y yo te digo –anuncia- que pronto se secará el laurel bendito de Irugara, trayendo desgracia al linaje de Bilala... como algún día se ha de secar el Roble Santo de la Patria, porque ya empiezan los extranjeros a roerle las raíces...”
En Bilbao
En el segundo acto, Sabino nos transporta a la vieja Bilbao, invicta entonces y no ahora, señora del Nervión y dueña de sus designios. Nos hallamos en una de sus principales arterias, Belaoxtikale, (también denominada Pesquería) la cual -según nos dice Teófilo de Giard- comenzaba al pie de la torre de Arbolantxa, y seguía, aferrada por la de Isasi y la de Etxabari (confinante con Carnicería), hasta la plaza de Santiago. La villa se halla en fiestas y todo se alegra bajo la luz esplendorosa de una mañana de primavera (¿quién ha dicho que en nuestro Bilbao no hace buen tiempo?).
A un lado y otro de la calle casas fuertes, mansiones de señores y mercaderes bilbainos -la de Basozabal, Otxoa de Uriondo, Martínez de Arbolantxa, López de Retes, Sánchez de Uribari, Sáez de Ametzaga, Sánchez de Zamarripa, Martínez de Berdusko, Martínez de Atxuri, Otxoa de Irusta, Bilbao la Vieja, Kamiruaga, Ugao, Ituribaltzaga, Areiltza, Salzedo, etc., etc-. levantándose sobre pasajes de arcos. AI fondo, separando y comunicando al mismo tiempo, Belaoxtikale con la Plaza Vieja, una altanera puerta ojival, divisándose en último término y por encima de grupos aldeanos que hacen mercado, palos y velas de lanchas pesqueras que atracadas al muelle, descargan sus botines.
Pueblo
En el original de Sabino, el acto da principio con un coro de aldeanas que cantan las excelencias de la mesa bilbaína, diciendo razones como estas que brindo a nuestras emakumes: “La señora es aquí la amiga de la cocina, que es el centro del hogar; por eso no hay en el mundo cocina como la cocina bilbaína”. Para sustituir dicho coro, les he hecho descender de las alturas de Yanguren y Meazabal, a Polentzetxu y a Pudentzenetxu, a fin de que sostengan una conversación algo baregari con atisbos de sana filosofía pueblerina, con Txilipitaña, la satisfecha cocinera de los Señores de Arbolantxa. También son tipos de mi invención Laraskitu, Asordoyaga y Lareagaburu, mozos bilbainos, aficionados a las manifestaciones deportivas de aquellos tiempos. Son precursores de los actuales hinchas de nuestro Athletic.
Señoras
En este acto por vez primera hacen su aparición la Señora de Ugarte, madre de Andima -creación de Sabino- y las Señoras de Muntxaraz y Beotibar, colocadas por mí junto a la de Ugarte, atento siempre a los consuelos de la amistad. Estos tres caracteres se perfilan definidamente en el último acto.
El Deporte heroico
Andima, por estos tiempos, no era más que un consumado deportista, un garale de los ejercicios físicos. Jugaría a la pelota, suponemos, con pericia invencible, y su destreza en los torneos era celebrada con entusiasmo por el pueblo bilbaíno. Mas no vaya a creerse que Andima era uno de esos seres del deporte -tan abundantes en nuestros días-cuya única misión parece ser la de enamorar al bello sexo -débil no me atrevo a llamarlo ahora que los hombres lo somos tanto- como si se hallasen obligados a no ser más que unos inútiles exponentes de la esterilidad espiritual de los ejercicios físicos. No; en el pecho de Andima bullía una inquietud rebelde, que le hacía gustar toda la esencia heroica que palpita en el deporte. Por eso, ante la derrota que sufre su acendrado amor -y no amorío sexual sin pizca de espiritualidad- a Andima se le enciende la llama heroica que ardía en su corazón, y se decide en adelante ser paladín de los anhelos de su pueblo, de aquel pueblo que tantas veces le había aclamado en las lides deportivas. De esta manera aquel sportman que era Andima -sportman, en Inglaterra es sinónimo de caballero- de pronto se convierte en el caudillo de un pueblo.
El jardín de Bilala
El jardín de la Torre de Bilala -y ya hemos llegado, lector, al acto III- es siempre frondoso y arreglado, y para cuando la primavera empieza a enviar anuncios de su llegada, los árboles empiezan a vestir sus nuevos trajes, y sus avenidas se adornan de lilas, mimosas y alelíes. Un murmullo adormecedor suele regalar armonías al jardín cuando todo está callado; es un río adolescente que lo atraviesa, terminando por precipitarse en una presa, como si fuese un símbolo de la loca juventud. Mas no lo vemos en esta clara mañana de un 14 de abril. No hallamos ante una tupida pradera, que se extiende como una alfombra frente a la fachada principal de la Torre, fachada que denota ostentosamente cobijar personas de abolengo.
Vísperas nupciales
Al iniciarse este acto, un grupo de niñas y niños bailan una danza infantil a los acordes de la alboka de un diminuto pastorcito, a quien maliciosamente llaman en el pueblo Eraldoya, el gigante. Tanto éste como los dantzaris se hallan caprichosamente vestidos, intentando simbolizar los trajes de éstos los diversos frutos que produce nuestro suelo. Libe, a un lado, contempla y dirige el baile, mientras Sanoriñe recita un canto a nuestra tierra vasca. Esta escena, que me he permitido incluir en la obra, representa un pequeño eresoinka (ballet) que va a bailarse el día de las bodas de Libe con el Conde Salinas. Mi intento no ha sido otro que el salpicar con una nota de alegría la escena que desde este acto empieza a recargarse de dramatismo.
Amor y guerra
Todo es, pues, contento y alegría, menos en el corazón de Sanoriñe, que presiente la separación de su amiga entrañable. Discuten agria y socarronamente Matxino y Chirrichote; Libe y Don Diego se regocijan con la ilusión de su felicidad. Mas de pronto, con cruel brusquedad, todo rueda desbaratado. Las nuevas del desafuero que intenta cometer el Conde de Haro, han llegado a Bizkaya y la guerra se cierne sobre la patria como un espectro de maldición. Y en un breve instante ve trocarse Libe al amado de su corazón en enemigo de todos sus amores.
Gamiz
Este acto es, a mi juicio, el gran acierto de Sabino. Yo no he hecho más que ampliar la discusión de los junteros a fin de que resultase más emotiva y teatral, perfilar algunos recitados e incrustar al final la llegada de Didaka y los marinos. He bautizado a los junteros con los siguientes nombres:
Gangulba de Arbaitza.
Katalda de Garastatxu.
Giltzeri de Darazuriaga.
Muki de Zubibariaga.
Damol de Karikaburu.
Burna de Garayoltze.
Eraskil de Ergoyen.
El Etxe-Jauna de Aiztorebaso.
El Etxe-Jauna de Azkonzorotza.
El Etxe-Jauna de Zurtzulomukera.
El Etxe-Jauna de Abiño.
La Guerra
Acto quinto. La escena representa el alto de una colina desolada. A un lado las sombras lúgubres de unas hayas desnudas. Promontorios de rocas blanquecinas limitan la escena. Es una madrugada fría y despejada del mes de abril. En el cielo una luna de blancura enfermiza apenas ilumina el paisaje. Desparramados por la escena se perciben bultos negros. Amanece muy azul, muy suavemente, y empiezan a dibujarse las personas que hasta ahora no parecían más que sombras. En medio de la escena, sentado en una peña, Eraldoya toca un aire sentimental. Sobre el suelo reposan tres soldados dormidos. Otro está en pie, arma en mano, mirando al horizonte. A un lado, mal herido, descansa Kuireka de Martiartu. Cerca de él vela Narkis de Gizaburuaga. Oyese la melodía de la alboka, como si fuese la voz de la patria misma. En el original de Sabino, este cuadro primero del acto quinto, no consta más que de una escena; en ella, Libe, sola, pone al descubierto con sus palabras todo el heroísmo que atesora su alma. Luego un coro de guerrilleros markineses, y nada más. Por lo tanto, este cuadro es casi todo él de mi invención. Tal vez se me censure por haberlo recargado de situaciones trágicas. No niego mi falta, mas considere el lector que yo estaba obligado a llevar al ánimo del espectador todo el horror de aquel heroico episodio de nuestra historia, en el cual, según afirman los historiadores antes citados, solamente los castellanos tuvieron mil muertos.
Final
Pocas palabras he de decir sobre el cuadro final de Libe. El trágico desenlace de este glorioso suceso de la historia vasca se desarrolla en el gran vestíbulo de la Torre de Ugarte, en tierras de Gamiz. En su desarrollo he creído seguir fielmente el pensamiento de Sabino, hasta en los diversos recitados y escenas que he puesto de mi cosecha. También me he permitido ser generoso con Andima y entregarle el amor de Libe. Y para dar remate a estas líneas, deseo presentar al lector al último de mis hijos espirituales, a Kuliska, símbolo inocente de nuestra desgraciada patria.
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