POR: Manuel de la Sota
Somos unos menguados Colones de nuestro universo interior, amigo Garámiola,
—Me alegro, no entender lo que dices, Gafamisto, pues como la tarde es larga, hay tiempo para llenarla de explicaciones.
—Quiero decir, que la vida es un rosario de modestos descubrimientos que todos realizamos.
—Yo creía que ya no quedaba nada por descubrir.
—Ahora descubrimos los descubrimientos que antes se hicieron. Es decir, redescubrimos los ya hechos.
—¿Y todo eso a qué viene?
— A decirte que el día en que descubrí, que los vascos somos un pueblo sin literatura, sentí una gran zozobra.
—Casi todos los descubrimientos espirituales que hacemos los vascos, son descorazonantes.
—La literatura es la verdadera llama nacional de un pueblo. Nuestros antepasados no nos han trasmitido más que un pabilo apenas encendido.
—Inconvenientes de haber sido cortos en palabras. Pero hacemos música propia...
—Está bien, pero no hasta.
—Pintura...
—Tampoco basta. La armonía y el color son esencias universales, más la palabra, producto misterioso de un idioma distinto al posarse en la blanca lámina, es la golondrina que hace el verano cultural en un pueblo.
-Qué cursi y qué latina te ha salido la frase, Gáramisto.
-¡Qué le vamos a hacer!. Los vascos cuando queremos realizar literatura española, nos entregamos al perifollo alegórico.
-La verdad es que no pasamos de ser un pueblo de malos traductores. Como dice el refrán: Ezin dabenak lasuna, jo begi abuan asuna,
-Sí, eso es lo que nos ha sucedido: al no poder tener el muble, nos hemos conformado con majar ortigas en el mortero. El muble, es el ingenio peculiar vasco, que se desliza de entre las mallas castellanas.
¿Tú crees, Garámisto, que no habiendo lengua diferente, no existe originalidad verdadera?
—Indudablemente, Garámiola. El tesoro cultural del mundo es una concreción de las originales creaciones aportadas por los genios de los diferentes pueblos, cuya originalidad depende precisamente, de esas diferencias. La lengua, es el preservativo más seguro de lo que pudiéramos llamar la rareza propia, Unamuno, por ejemplo, no dejaría de ser genial porque escribiese en Kipokomo que es una lengua cafre, pero no cabe duda que escribiendo en la lengua de sus apellidos hubiese conservado una rara originalidad, que la ha perdido al expresarse en castellano.
—Los vascos no tenemos asignado un sitial, en ese cónclave de civilizaciones del mundo, porque España nos representa en él. Bajo el punto de vista literario, por lo menos, no creo que nos hallamos mal representados.
—Yo no discuto que nuestro representante sea malo o bueno, lo que yo te digo es que no puede ser nuestro representante. Un lapidario podrá poseer magníficos diamantes, pero eso no le da derecho a representar a una firma carbonera, en un sindicato de carbones.
Eso quiere decir que nuestro carbón intelectual no está representado en ninguna parte, y que por eso caminamos hacia la ruina espiritual.
—Claro que sí. Si somos el pueblo más misterioso de Europa, según dicen, si poseemos un rompecabezas lingüístico por idioma, es indudable que nuestro puesto se halla vacante, sin que otra entidad pueda representarnos, y mucho menos si ésta habla un dialecto del archiconocido latín. La Belleza no entiende de Estados, sino de almas nacionales,
—Pero también suele seguir la ley universal de la cobardía, y prefiere el protectorado del más fuerte.
—Femenina al fin y al cabo, y algo casquivanucla.
—Entonces según tú, hemos desertado de ese puesto que la civilización mundial nos tiene asignado.
—Y nos hallamos en deuda con la humanidad, al privarla de una cultura que estamos obligados a entregarla. Sencillamente; hemos cometido la más estupenda de las estafas, al traicionar el alma que Dios nos confió.
—La verdad es, que hemos permitido que nuestra alma nacional haya sido tragada, como Jonás por la ballena.
—Hemos hecho algo peor que vender nuestra alma al diablo; hemos vendido nuestra alma al extranjero.
—Me das miedo cuando te pones hiperbólico, Garámisto. No olvides que las palabras, más que las personas, se encuentran en estado de guerra. Son pájaros con las alas cortadas.
—De acuerdo, Garámiola, de acuerdo.
-¿Y no crees, Garámisto, que esta nuestra desnacionalización provendrá de algún defecto racial?.
—Sí, de un defecto, de un maravilloso defecto: los vascos somos un pueblo que tiene el alma errante. Este es nuestro castigo, a la vez que nuestro mérito universal.
—Verdaderamente, nuestro gran, oficio, siempre ha sido el meternos en lo que no nos importa. Cuando aparece una camisa de once varas, se encuentra dentro un vasco. Somos el perejil de todas las salsas, exóticas.
—Y lo más chocante es, que no somos pescadores que ganamos a río revuelto. Esto no nos preocupa. Somos pescadores que abandonamos de pronto la caña de la ganancia —que por cierto la sabemos manejar muy bien- y nos ponemos a revolver furiosamente el río, para que surja el monstruo y luchar a brazo partido con él.
—Chócala, Garámisto, somos hijos de un pueblo altruista, de las que olvidan su casa por favorecer a las de los demás. Somos tan genuinamente demócratas, que carecemos de esa terquedad nacional que hace degenerar el patriotismo en patriotería, y la patriotería en imperialismo bélico, Euzkadi, desgraciadamente no existe, pero siempre anda una bandada de vascos haciendo ruido por el globo. Somos los únicos ciudadanos del mundo.
—En eso nos parecemos a los judíos. ¡Ciudadanos del mundo!. Nos preocupa la libertad de todos los pueblos del planeta menos la del nuestro. Para el vasco, la caridad bien entendida, empieza por los demás, Hemos formado las repúblicas americanas, sin acordarnos que la nuestra estaba sin formar. Todo esto es muy hermoso pero también muy triste.
—¿Y ahora?
—Ahora exportamos músicos, literatos, pintores, y todos los mejores valores que tenemos en casa. Se han secado nuestras minas, pero aún nos queda un magnífico filón espiritual, para explotar en el mercado mundial. Es decir, que estamos traficando con el alma vasca.
—¿Y tú crees que la cosa ya no tiene remedio?
—Tal vez Sabino de Arana nació demasiado tarde.
—Te recuerdo, Garámisto, que la censura es el sello que cierra la parte de la boca por donde salen las palabras interesantes.
—Razón tienes, Garámiola; del “enviado” hay que hablar con toda la boca libre.
—Aunque tú y yo no somos padres, querido Garámisto podemos decir con empaque paternal, que estamos educando a nuestros hijos, a contrapelo de la tradición vasca. Y puesto a hacer juego de palabras te diré, que más que tradicionalistas somos traicionalistas.
-Mira, Garámiola; la primavera pasada anduvo por estos andurriales un escritor irlandés, listo y chirene, a quien le gustaban los partidos del Astelena, el txakolí de Okendo y la tortilla de habas de Olagorla. Una tarde que estábamos bajo la higuera de Teodoro, sintiendo como descendía la noche con aristocracia guiardiana sobre los pedazos de vega deustoarra que la barbarie fabril por ahora no ha destruido, me dijo estas palabras que no he olvidado: “Vosotros los vascos sois absurdos. Me recordáis a aquella gallina blanca y preciosa, que no sé si por equivocación o insensatez, empolló unos huevos de los cuales salieron, no polluelos sino crías de cuervos. Y cuando éstos crecieron, mataron a la gallina que les trajo a la vida. La patria de vosotros también, no hace más que criar hijos que Barres llamaría dèracines, los cuales como los cuervos, terminarán por matar a la madre que les dio vida”.
—Ese debía de ser algún irlandés de Txorierri, pues allí he oído decir: Az ezak eroia, diratan begia ta mutil gaiztoak kendu argia. Y esta es la verdad; la juventud mal educada es la que quitará la luz a la patria.
—¿Y quiénes sino los padres tienen...,?
—Si antes hemos dicho “tenemos”, di ahora también “tenemos”.
—..... tenemos la culpa de haberlos transformado en apagaluces de la civilización euzkadiana, a fuerza de atizar en sus inteligencias la llama de la latinidad?.....
—Lo que sucede es, que nos hemos forjado un concepto completamente materialista de la educación, y ésta nos preocupa, no por lo que tenga de disciplina espiritual, sino porque es un elemento imprescindible para ganar dinero. No pensamos en hacer de nuestro hijo un buen vasco, sino un buen boticario o un buen piloto.
—Tienes razón; desde pequeños les preparamos para sacarlos al mercado, y como el mercado vasco no tiene grandes oportunidades, los transformamos en productos de exportación para que puedan luchar con la concurrencia extranjera. Los esterilizamos, vascamente hablando; aumentan su eficiencia económica, pero disminuyen en riqueza y originalidad intelectual.
—Y todo por falta de libertad,
—Di mejor por carencia de conciencia nacional. Pues nuestros antepasados tenían libertad, pero les ocurrió tres cuartos de lo mismo. El otro día, en uno de esos libros que escribimos los vascos para demostrar que nuestro pueblo es el mejor del mundo...
—Los vascos, Garámisto, no tenemos abuela; por algo dicen que no datamos.
—Pues en ese libro leí las siguientes frases, que su autor las lanzaba lleno de orgullo:
“¿Quién escribió la primera Historia, de España?. -Un vasco: Esteban de Garibai.
"¿Quién ideó las pautas para escribir en castellano?. -Un vasco: Francisco de Iturzaeta.
“¿Quién fue el autor de la primera ortografía práctica castellana?. -Un vasco; Juan de Iziar”.
"Yo ya sé que estas cosas entusiasman a nuestra chocholería “vascongada”, pero a mí, francamente me indignó.
-Pues a mí me parece que tú también deberías haberte enorgullecido, porque fueron compatriotas nuestros los que dieron a los castellanos esa lección de cultura.
-Si antes hubiesen escrito una historia, una caligrafía y una ortografía vascas, tal vez. Pero eso de ir a adornar la casa del vecino, cuando la propia se halla desmantelada, reputo ser de una demencia suicida. Ese Iturzaeta, ese Garibaí y ese Iziar, en nada se diferencian de nuestros intelectuales de ahora; muy “vascongados” y muy amantes de su “solar” cuando se encuentran en el calor de sus hogares, pero cuando hablan para el mundo…
—Sí, Garámisto; entonces sus apellidos nada más suenan vascamente, como campanas arrinconadas que vibrasen al contacto de la casualidad.
—¡Qué tremenda conspiración hemos tramado los vascos, para que nuestra propia civilización no brote, para que no se desarrollen esas características maravillosas de nuestra personalidad!
-¡Verdaderamente no tenemos perdón de Dios!
—Y me temo que tampoco doña Clío, que es una señora muy repipiada y minuciosa, nos ha de perdonar.
—Yo soy benévolo; me gusta buscar disculpas para todo. ¡Qué simpáticas las disculpas, esos parches de alivio con que consolamos al que se ha ido un poco demasiado lejos por la senda de la audacia!.
—No comprendo, Garámiola a qué viene ese tierno elogio de la disculpa.
—Déjame hablar, Garámisto. Somos un pueblo generoso, y la generosidad es una mala condición para que un pueblo haga historia propia.
—Ya veo por dónde vas, amigo mío. El parche de alivio que quieres colocar a los errores de nuestro pueblo, es el de la generosidad, ¿no es cierto?.
—No hacía más que insinuar ese rasgo característico de nuestra personalidad.
—Pues yo creo que cuando el más débil es generoso en beneficio del más fuerte, a eso no podemos llamar generosidad, sino cobardía, o si quieres, ambición. Somos muy ambiciosos los vascos; por eso el nido nativo nos viene estrecho.
—Altruismo, ansias de aventura, ambición... ¡vete a saber cuál es la verdad!
—La verdad es que todo puede compaginarse, porque no hay nada que no tenga disculpa. Los intelectuales vascos que escriben en castellano, nos hablan ahora del nacionalismo expansivo que ellos profesan, siguiendo aquella macarrónica estrofa de Iparaguirre: Erman da zabalzazu munduan frutuba.
—Si, este lugar común es el que toman como divisa — no me atrevo a decir como disculpa — los literatos y músicos vascos que desertan de aquí.
—Y dicen cosas muy peregrinas: “Nosotros somos tan vascos como el que más —aseguran pero no comulgamos con ese vasquismo cerril y reconcentrado vuestro, que se empeña en encerrarse entre esas murallas imaginarias que llamáis Euzkadi. Nosotros somos vascos universalistas, y queremos como el verso de Iparraguirre...” y aquí te largan lo de munduan frutaba. Al oír esto, cualquiera pensaría, que estos señores hacen música y literatura netamente vascas para propagarlas por el mundo, a imitación de Iparraguirre, que siempre componía en euzkera. Pero sucede todo lo contrario. El literato del vasquismo universalista se coloca en la vanguardia del españolismo literario, y los músicos componen chotis y fandanguillos a porrillo, como si fuesen churros de romería. A mí no me parece mal que lo hagan; lo que no me parece bien es que nos digan que esto es vasquismo universalista y el único nacionalismo que no es sacritanesco. Me parece tan absurdo que si uno de Guadalajara nos dijese que para hacer españolismo expansivo tendría que empezar por escribir en alemán o en ruso. En fin un munduan frutuba de castañuelas y bandurria.
—¿Y tú crees?...
—Pues yo creo que eso del nacionalismo expansivo y universalista no son más que chanfainas. En el fondo de todo ello no hay más que un motivo económico y ganas de figurar.
—Bueno, como ya hemos llegado al Suizo, cortaremos la conversación; de esa manera no pasaremos el mal rato de tener que hablar mal de nuestros semejantes.
—Y tomaremos chocolate con serenidad episcopal.
—Bien, bien, bien...
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