Por: Arantzazu Amezaga Iribarren. Escritora y Bibliotecaria.
Es difícil hablar de los méritos de una persona a la que conoces desde largo tiempo, que ha oficiado el funeral de tu madre, el bautismo de tus nietos, que ha estado próximo en esos momentos desgarradores y felices de tu vida, de una forma amable y tranquila. Con la presencia de su Evangelio y de su sonrisa, puntual y diligente. Porque quizá todo el resumen de su actuación sea decirle Eskerrik asko, Xabier por estos 40 años y los que vengan… y eso no basta.
No es suficiente ni el Agur t´erdi de nuestro bellísimo Agur Jaunak, que tanto nos aclara del protocolo entre iguales, ni para 40 años de apostolado evangélico en euskara, en tiempos difíciles y ariscos para nuestra lengua primordial, en tiempos en que las iglesias estaban llenas y en las que permanecen vacías… en las que hubo ráfagas de una ardiente creencia, y en las que soplan vientos de fría indiferencia o tornados de agresiva crítica. Porque aita Irigaray ha sobrevivido a todo con la mansedumbre suficiente como para ser indispensable, sin que quepa en su gesto ni una gota de orgullo, ni en su sonrisa una sombra de tristeza.
Has estado con nosotros todos, en las buenas y malas horas de nuestras vidas, y siento complacencia de que nos movamos todos para celebrar tus 40 años de apostolado como sacerdote y como euskaldun. No es fácil combinar ambas cosas como lo has hecho, y conectar con una y otra generación, y permanecer como referencia de todas ellas. Ni tan siquiera es fácil pensar en cómo hubieran sido nuestras vidas sin tu presencia discreta, sin tu sonrisa animosa, sin tu cordialidad mesurada. Porque de tan adentro como lo tenemos asumido para todos nuestros pasos vitales, nos hemos olvidado de tus dolores, de tus querencias, de tus sentimientos.
Estabas ahí para todos nosotros, siempre dispuesto, jamás ajeno. Pero ahora pienso si nosotros te hemos respondido como merecías. Si al otorgar la Extremaunción de nuestros seres queridos en euskara, no estabas lejos del lugar de donde uno de su familia requería semejante consuelo. Si al oficiar las misas por nuestros muertos, te desplazabas del sitio donde debías estar por sus deudos. Si al matrimoniar a nuestros hijos, faltabas de otras celebraciones. Si al bautizar a nuestros niños, dejabas un hueco en otro sitio para sacralizar la frente de otros familiares con el agua bendita. Si al acudir puntual a tu misa del sábado en euskara, sacrificabas otros momentos de su intimidad.
Pues estabas, sigues estando, ahí, para todos y cada uno de nosotros, cuando te requeríamos y requerimos, sin hacer alarde alguno de importancia ni de urgencia ni de escape. Y menos aún de importancia. Oficiabas y seguirás oficiando tus momentos sagrados con la sencillez con que se tiende la mano a un amigo. Y eso era y es lo que uno requiere en tales momentos de dolor y alegría y, por eso y sin querer serlo, eras y eres indispensable para cada uno y todos nosotros.
Necesitábamos darte las gracias, aita Irigaray, pero también pedirte que sigas en tu labor misionera, porque de tal forma puede definirse tu actitud evangélica. No te fuiste lejos a predicar el mensaje de Cristo, sino que elegiste quedarte con nosotros para superar la crisis de una sociedad que se desprendía del aborrecible cascarón dictatorial, y enfrentaba los ásperos tiempos de la democracia con su resurrección de los lesionados valores nacionales vascos. Tu voz, jamás alzada de tono, nos devolvió en euskara lo que otros intentaban arrancarnos con falsos postulados. Nos hiciste conciliar nuestra realidad con el campo religioso. Si muchos otros hubieran seguido tu ejemplo, la Iglesia no tendría hoy que lamentar los asientos vacíos.
Como nos recuerda Joxe Arregi, en este Diario de Noticias, J.D. Crossan clamaba en un grito: Pero… ¿Cómo entonces rezas el Padre Nuestro si no es como un manifiesto revolucionario y un himno de esperanza? Y agrega: ¿En qué piensas cuando dices: Venga a nosotros tu reino y danos el pan de cada día? … tú sí que conoces el mensaje que trasmites a cada uno de nosotros, a toda tu comunidad, cuando nos recitas el Aita Gurea. Has cumplido en estos 40 años con tu compromiso evangélico y tu condición de hombre vasco. Es mucho más de lo que muchos de nosotros podemos exhibir tras 40 años de trabajo. Ahora toca seguir en la brecha porque vivimos tiempos nuevos y queremos que nos guíes en el vericueto que nos exigen.
Eskerrik asko, aita Irigaray por estos 40 años de tu vida que nos ha consagrado… ta Ongietorri bihotz bihotzez a los que nos has de consagrar.
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