Por: Pedro Oliver Olmo (Profesor de Historia Contemporánea en la UCLM)
Nunca antes se había sufrido en España una guerra tan embrutecedora como la de 1936, la más “civil” de todas nuestras guerras civiles si tenemos en cuenta que, aunque hubo frentes de guerra y ejércitos luchando en los campos de batalla, fue en la retaguardia donde el conflicto se hizo más encarnizado. No creo que podamos olvidarla nunca. Aquella gran tragedia española se representa una y otra vez en nuestro imaginario colectivo, entre el dolor y la ignorancia. Ese es nuestro problema de hoy en relación a un pasado tan traumático, el que Franco no nos dejó ni siquiera plantear, y el que la democracia ni ha querido ni ha sabido afrontar. Nunca olvidaremos la guerra porque el dolor que causó fue inmenso. El dolor, además de seguir en carne viva, hiriendo el recuerdo de los hijos y los nietos de las víctimas, se reproduce y reconstruye de forma recurrente por empatía o simpatía ideológica. Y si es imposible olvidarla, tampoco podremos superar la división que proyecta su recuerdo, porque se ha tardado demasiado en no abordarlo de forma integral e integradora, es decir, no tanto como una materia historiográfica (con sus retos metodológicos y sus enfoques plurales), sino como un problema de memorias enfrentadas (con sus retos políticos y socioculturales).