POR: JOSÉ RAMÓN SCHEIFLER AMEZAGA
“Ciudadano de honor de Europa”. Tal fue el título que otorgaron a Monnet, en 1976, los jefes de Estado y de Gobierno de la Europa comunitaria. En realidad fue más que eso. Quienes conocen a fondo la historia del movimiento europeo le llaman simplemente “padre de Europa”.
Esto es tanto más chocante cuanto que Monnet no fue ni un intelectual ni un tecnócrata ni un político. Desconocido del gran público aún hoy, a casi diez años de su muerte, fue un hombre de acción que reflexionó sobre su acción y concibió un método para llevarla a cabo. Sus reflexiones y método son útiles a todo hombre de acción.
“Los problemas concretos, lo sé por experiencia -escribe- jamás son insolubles cuando se abordan desde el punto de vista de una gran idea”. Su gran idea fue la paz de Europa. Para Monnet era un ideal moral que implicaba otro político. Fue el primero en comprender que, después de la trágica lección de las dos guerras, la paz de Europa no se conseguiría sin la unión europea. Esta audaz idea y gran ideal moverá su intensa, agitada y larga vida.
Tras este ideal, Monnet no tiene ni reposo ni miedo: “Cuando se ha decidido el objetivo hay que actuar sin hacer hipótesis sobre los riesgos de no lograrlo”. Al contrario, “no conozco más regla que la de estar convencido y convencer”. El era un convencido; su tarea, convencer a los demás, en particular a los jefes de Estado y de Gobierno. Y convencerles a favor de una idea revolucionaría.
También su método fue doblemente revolucionario: ideas sencillas y realizaciones concretas. “Lo que él (Montaigu Norman) no entendía era la fuerza de las ideas sencillas expresadas lisa y llanamente y repetidas invariablemente de la misma forma. Desarman al menos la desconfianza, que es la principal fuente de malentendidos”. Las realizaciones concretas podían parecer muy lejanas del objetivo; no importa si van dirigidas al mismo y acaban exigiéndolo: “Europa no se hará de golpe ni en una construcción global; se hará mediante realizaciones concretas, creando de partida una solidaridad de hecho”.
De momento, basta la solidaridad económica; ella conducirá a la política y moral. Así surge en Monnet el llamado “Plan Schuman” y la idea de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. “Nuestra Comunidad –dirá- no es una asociación de productores de carbón y acero: es el comienzo de Europa”. A continuación funda el Comité de Acción para los Estados Unidos de Europa.
Monnet sabía que “la resistencia es proporcional a la amplitud del cambio, y cuando se trata de cambiar la forma tradicional de la autoridad, que ha sido siempre nacional, la resistencia es más fuerte que nunca”. La soberanía nacional, los intereses particulares de cada Estado, ahí estaba la dificultad y resistencia. “Su seguridad -la de muchas personas de autoridad- residía en el poder decir NO, privilegio de la soberanía nacional. No al cambio, no a la incertidumbre de las cosas sin precedentes”. Bidault, por ejemplo, “quería a Europa, pero la quería francesa. Le oí decir: Hacer Europa sin destruir Francia”.
Ese obstáculo era insuperable por el camino de las negociaciones y cooperación intergubernamental, en busca cada Estado de sus ventajas propias: “La cooperación entre naciones, por importante que sea, no resuelve nada”. Cuando alguien le decía “póngase en mi lugar”, contestaba: “No, mi lugar está en el cruce de los intereses nacionales, lugar que nadie suele preocuparse de ocupar”. El buscó siempre intereses comunes que obligaran a la creación de instituciones comunitarias dirigidas a una acción global. “Estamos aquí para culminar una obra común -les dijo en la Conferencia de los Seis en el Salón Rojo-, no para negociar ventajas, sino para buscar nuestra ventaja en la ventaja común”.
Se perfilaba ya el Tratado de Roma (1957) y casi a la vez el Euratom. Desde entonces se está escribiendo la última palabra, una palabra que se parece mucho a la primera de Monnet en el Plan Schuman; dice así: “delegación de soberanía y ejercicio en común de esta soberanía delegada”.
Desde el principio, Monnet no es sólo el creador sino también el artífice paciente. “Quizá -escribía próximo a su fin- alguien relate un día el nacimiento de Europa en estilo de epopeya, y creo en efecto que retrospectivamente se lo verá como una aventura fulgurante. Pero ésta será la verdad de mañana. La realidad de hoy tiene su virtud en su minuciosa paciencia”.
Paciencia de Monnet frente a los maximalistas faltos de esperanza y también frente a los adversarios y los fracasos. Francia rechaza en 1952 la Comunidad Europea de Defensa y en 1956 la crisis de Suez deja una Europa desunida con una humillante sensación de precariedad económica y política. Monnet recuerda las palabras de Ibn Saud: “Dios se me apareció un día en el desierto y me dijo unas palabras que han inspirado todos los actos de mi vida. Me dijo: para mí todo es un medio, aun el obstáculo”. Otro día explica por qué “las únicas derrotas son aquellas que se aceptan”.
Monnet aprendió de las derrotas la manera de evitarlas, pero ninguna le detuvo: “cuando se emprende una acción no hay que preguntarse por su resultado”, y “cuando se está resuelto a actuar y sólo se busca la acción, no el prestigio, es imposible quedarse desvalido mucho tiempo”. “Cuando se introduce un fermento de novedad en un sistema estático, nadie sabe dónde se detendrá el movimiento. No dejemos de trabajar, pero no tengamos prisa”. “Continuar y repetir” era su estribillo.
Este realismo y esta paciencia lo interpretaban algunos como optimismo. “No soy optimista, soy decidido”. Era además otra cosa: un hombre cabal. En el funeral del presidente Kennedy, Johnson le leyó el texto que le había destinado el presidente: “Ciudadano de Francia, estadista del mundo, ha hecho de la persuasión y de la razón las armas políticas que conducen a Europa hacia su unidad y a las naciones atlánticas a una relación asociativa más eficaz”. El presidente de seis millones de sindicalistas alemanes le dijo en público: “Tenemos confianza en usted porque es un hombre que hace lo que dice y dice lo que hace. Continúe haciendo Europa y nosotros le seguiremos”.
“Los portadores de esperanza jamás alcanzan la edad de morirse”, había escrito Monnet. Tras su muerte, Jean Monnet continúa siendo portador de esperanza. Continuemos haciendo Europa y él nos seguirá.
Interesantes reflexiones las del Sr. Monet.-
Publicado por: Juan Rua | 12/30/2011 en 10:51 a.m.