En el fragor de la argumentación y tal vez dejándose llevar por un arrebato positivista, el historiador del arte E.H. Gombrich sugiere en Norma y forma (1966) que en toda obra de arte se detecta un solo significado dominante. El “Gernika” de Picasso es un notable contraejemplo de la proposición apuntada: en sus casi setenta años de presencia sensible ha estado sometido a toda suerte de lecturas a la zaga de las más impensables significaciones, sin que hasta el momento se haya alcanzado el mínimo consenso siquiera sobre su condición artística. ¿Un cartel efectista? ¿Una extraña pintura de historia? ¿Un equívoco conglomerado de motivos artísticos? Se recuerda la llegada del Gernika a Madrid hace ya un cuarto de siglo, y los museos y espacios de arte se disponen a celebrarlo. Buen pretexto para volver sobre el enigmático cuadro.
Una excelente preparación para adentrarnos con pie seguro en el misterio picassiano es el libro de Gijs van Hensbergen Guernica. Historia de un icono del siglo XX, que acaba de traducir Debate. Hensbergen es un historiador del arte formado en la disciplina británica del Courtauld Institute de Londres. Pero es también arquitecto y ha construido su libro con una cadencia armónica que nos conduce a la pintura sin perderse en divagaciones en torno a la genial versatilidad del artista.
Picasso visita con su familia -Olga y Pablo- la España republicana en agosto de 1934 a la búsqueda de genuinas experiencias taurinas. Ha decorado la revista de Teriade con el collage Minotaure y el ritual de la bestia le obsesiona y da vida a esa audacia surrealista. De vuelta a París, el negro horizonte de la ruptura imposible con Olga, la inquietante sombra de Marie Thérése y un impasse en su creatividad le paralizan durante meses, pero todo parece al fin sublimado en el soberbio agua-fuerte Minotauromaquia de 1935, premonición de la Guerra Civil.
Hensbergen traza hábilmente a partir de este momento de transformación el camino picassiano hacia el Gernika. Describe la sacudida cruel de la contienda y la temprana implicación de Picasso en la causa republicana con Sueño y mentira de Franco, de enero de 1937, y las consecuencias de la entrada del ciclón Dora Maar en la intimidad del artista: el traslado al nuevo taller del legendario 7 Rue des Grands Augustins. Picasso recibió aquí el encargo de colaboración en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de otoño de 1937. El impacto de la destrucción de Gernika en la sensibilidad republicana y la tremenda indignación que produjo en la Europa civilizada fueron quizás los pretextos que utilizó Juan Larrea para insistirle a Picasso sobre el tema, pese a la reticencia inicial de la resistencia vasca, que consideraba más apropiado recurrir a un artista del país como Aurelio Arteta. El Primero de Mayo Picasso ponía manos a la obra y en unas semanas el cuadro estaba terminado.
Gracias al testimonio gráfico de Dora Maar conocemos día a día el proceso de elaboración del Gernika. La iconografía simbólica picassiana quedó clara desde el inicio y recupera los motivos figurativos de esos años -el Minotauro, la corrida y el sexo como campo de batalla del deseo-. Sin embargo, el intercambio de temas plásticos y la nueva metamorfosis formal y simbólica que adquieren en la pintura responden a una lenta evolución que demuestra su concienzuda preparación. Picasso propone una gran escenografía en la que va incrustando detalles y signos que evocan trabajos anteriores y remiten a la tradición de la pintura. Pero siempre a la espera de nuevos significados sensibles, de enérgicas traslaciones de sentido que alcanzan ahora plena originalidad: el toro, el caballo, la mujer, el guerrero caído. Más tarde otra mujer (la víctima), desmadejada en el suelo contra un telón de fondo de tracerías arquitectónicas populares que acentúan la claustrofobia.
A finales de mayo Picasso muestra el cuadro, aún inacabado, a un grupo de amigos: Penrose, Ernst, Eluard, Bretón... y relata vivamente el papel de cada figura como si se tratara de una secuencia coral: imaginación, fantasía creativa, autobiografía, historia del arte y drama épico en una densa sobreposición de significados. Incluso el agudo perfil de Marie Thérése en la mujer que sujeta la lámpara, y la presencia dolida de la mujer llorosa, Dora, insinúan llamadas de atención en el complejo entramado de la pintura. El “Guernica” había sido para Picasso "una batalla épica en la que vence a la forma y somete a los demonios".
Buscar precedentes del “Guernica” en la tradición del arte ha solido ser pasatiempo habitual de historiadores. Picasso fue siempre un pintor culto, nutrido por una excepcional biblioteca gráfica, fascinado siempre por los códices miniados del primer románico catalán y las escenografías bélicas tan gratas al clasicismo, sin eludir el estigma de Goya y el fervor hispano del claroscuro. Tampoco debemos pasar por alto que la mirada de Picasso es moderna, sensible a la condición mestiza de los géneros artísticos, de su valor como imágenes y su vigor como formas. Arte y propaganda, en definitiva, como sugería la diestra cartelística de su amigo Josep Renau, quien le ofreció la dirección del Prado.
La recepción del Gernika fue polémica. La reacción vasca fue belicosa (del escaso entusiasmo del lehendakari Aguirre al exabrupto de Ucelay: "Son sólo siete metros de pornografía que se cagan en Gernika, en Euzkadi y en todo"), y su incidencia entre el público trabajador, nula. Una obra elitista, incomprensible, decadente, aislada de la realidad, y eso que estaba situada en el más público de todos los espacios.
Con todo, la reticencia de mayor calado fue la respuesta del historiador del arte Anthony Blunt, orquestada con toda intención durante la exposición del cuadro en Londres. Blunt, ideólogo del marxismo dogmático entonces, criticaba en Picasso exclaustrado el significado elusivo y el estilo cubista de una pintura irritantemente elitista. Incluso Kenneth Clark consideró el Guernica un exceso de radicalización vanguardista. Sólo el grupo surrealista cercano a Penrose defendió la carga subversiva y comunicativa del mural. Treinta años más tarde, el espía de Cambridge hizo autocrítica historiográfica y publicó El “Guernica” de Picasso (1969). Ahora consideraba el cuadro como "la última gran pintura de la tradición europea”, con lo que también provocativamente daba la tradición por concluida. Vale la pena seguirle: “Una de las raras obras de arte en la que experiencia vivida y experimentación plástica coinciden… Sus símbolos proceden del Picasso de los treinta: combinan la intensidad emocional del periodo azul con la fantasía de las pinturas metamórficas, pero a su vez demuestra la extraordinaria destreza clásica de los años veinte, cuando la sometía a la estricta disciplina formal del cubismo".
Recuerdo una intervención polémica de G.C. Argan, notable historiador y maniobrero alcalde comunista de Roma, pienso que de finales de los sesenta, en la que calificaba a Picasso de "un genio inútil" y le reprochaba su connivencia con una civilización de la que el mismo Gernika era el símbolo del suicidio. "Picasso parecía incapaz de comprometerse con un proyecto ideológico revolucionario y arrastrado por su irrefrenable protagonismo". Paradójicamente, las apreciaciones de Jünger en el París ocupado habían sido bastante más comprensivas con el artista. Tiempos ásperos, sin duda. Por suerte, la brillante narración de Hensbergen subraya la riqueza del tótem picassiano. Acaso la última cornada comprometida a la vitalidad del Guernica apunte a su disecada presencia en el museo, en el panteón de la historia del arte, rodeado de los fragmentos que cuajaron en el estimulante rompecabezas picassiano.
Hensbergen rehace el paseo exhaustivo por el pabellón republicano en un capítulo logrado. Al igual que los capítulos sobre las peripecias norteamericanas del cuadro y la peregrinación propagandística europea por Colonia, Munich, Bruselas, Amsterdam, Hamburgo y Estocolmo, y, tras la tibia acogida en la retrospectiva de París de 1955, su depósito provisional en el MoMA. En la parte final reconstruye con buen sentido la historia del retorno del mural a España en los ilusos 80.
Un libro muy legible, transparente y lleno de sugerencias, algunas tan intrigantes como la impresión causada por el Gernika entre los jóvenes artistas del expresionismo abstracto neoyorquino. Sobre un tema además maltratado entre nosotros por el entrecruzamiento de intereses no siempre artísticos.
J.F. YVARS
Nunca deja de sorprenderme la respuesta visceral que suelen provocar ciertas obras de arte. Sí se le pude llamar arte, claro, a cosas 'de dudosa belleza' como nos recuerda el senador en el artículo. Está muy arraigado en la psyche colectiva que el arte ha de ser bello para ser arte. Pero en realidad el arte siempre ha sido político. Y a través del arte se han ido rompiendo moldes. Es por eso que el arte bueno no deja indiferente a nadie. Una lectura del Gernika que se obvia en españa es que representa un ataque de españa a lo vasco. Es por eso que nunca aceptarán el traslado a tierra vasca del cuadro. El mismo tabú es el que está censurando que se proyecten 2 filmes vascos en el festival de Donosti. Uno que trata de presos vascos y el otro sobre Egiguren. Se cierra el círculo . No es de sorprender que la misma mano que hizo el gernika intimide al director del festival. Pero que sepa el director que el arte que no es político, no es arte sino decoración.
Publicado por: Txilinasti | 08/31/2012 en 11:34 a.m.
Txilinasti, tu siempre lees lo mismo en todas partes. Daría igual si el Guernica fuera un paisaje, una naturaleza muerta o un desnudo. Tu seguirías leyendo "ataque de España a lo vasco". Creo que se llama transtorno obsesivo compulsivo, o algo así. Eso sí, si Picasso leyera tu interpretación se partiría de risa.
Publicado por: Ramon | 08/31/2012 en 06:33 p.m.
Que el bombardeo de Gernika no fue un ataque de España a lo vasco? No seas ridículo. Precisamente de las 29 poblaciones vascas que bombardeo el ejército fascista español, en nombre de españa una y grande, Gernika era la de menor valor estratégico de todas pero sí la de mayor valor simbólico para los vascos. No será más bien que quién se avergüenza profundamente de la actuación de españa sois tú y los españoles que negais lo que pasó? Qué opinaría Picasso de la españa actual gobernada por los herederos del fascismo español y con franco enterrado en ese monumento a su mayor gloria? Yo creo que le helariais la sangre.
Publicado por: Txilinasti | 08/31/2012 en 07:41 p.m.
Ahora ya sé que tú debes de tener libros de decoración en tú casa, Ramón.
Publicado por: Txilinasti | 08/31/2012 en 07:47 p.m.
La sangre de Picasso no se helaba fácilmente. Sus pasiones eran la pintura, las mujeres, el alcohol... No sé si por ese orden. Otras preocupaciones como la república, Franco y los vascos quedaban muuuy abajo en su escala de prioridades. Pero no te preocupes. Picasso está muerto y el Guernica sigue ahí. Puedes leer en el cuadro lo que quieras. Picasso no te va a contradecir.
Publicado por: Ramon | 09/01/2012 en 12:48 a.m.