Vivió en Gran Bretaña y le tocó en buena parte la Era Victoriana. Casi mejor para él. Cultivó el ensayo, la novela, la biografía, el periodismo, la poesía... Llama la atención su capacidad de trabajar y la impresión de que se lo tomaba todo con calma: no hay en su obra improvisaciones, o al menos no lo parece. Es amplia y es madura. Es seria y da gusto leer aún sus libros, porque se descubre uno a sí mismo sonriendo. Siempre me ha quedado un cierto sentido de frustración tras su lectura: me hubiera gustado seguir charlando con él sobre el asunto. Y es seguro que nos lo hubiéramos pasado muy bien, sobre todo yo, escuchando y tirándole de la lengua (lo que no parece difícil según sus biógrafos).
Lo mejor era saber que esa credulidad le había situado en medio de un buen montón de polémicas, empapadas siempre de buen humor, referidas a casi todos los temas de interés de su tiempo, y del nues¬tro. Era una época en que las discusiones tenían un cierto valor de fondo: se decía lo que se pensaba y había compromiso personal en el asunto. No es extraño que se convirtiera al catolicismo en la Gran Bretaña anglicana. Y claro: se lo tomó en serio. Tan en serio que sabía explicar por qué había hecho aquello y lo explicaba tan tranquilo y con buen humor. Eso es lo mejor de Chesterton: sus paradojas. Se tomó en serio a Dios, porque empezó tomándose en serio al demonio, decía. Optó por el catolicismo porque con un clero tan malo, sólo la protección divina continua podía conseguir que la gente no apostatara. Y Roland Knox, otro converso y amigo suyo y cura se reía a carcajadas.
Ahora ya no queda nada de eso. Los intelectuales de hoy preguntan al director del periódico qué tienen que defender. Y casi no importa qué se diga. Es más importante qué se ataca. Y ya no quedan contenidos en las discusiones. Se habla sobre el discurso. Las cosas han dejado de ser lo que eran: ahora ya sólo son el discurso sobre esa co¬sa. En fin: que esto es un discurso sobre un discurso. Así, ¿quién me va a tomar en serio? Pero a la vez ¿qué importa que me tomen o no? Esto no es nada salvo lo que digo sobre ello.
Lo peor de estos discursos sobre los discursos es que no cabe el sentido del humor. Hay que decirlos con convicción para que no parezcan una broma en sí mismos.
Otra de las diferencias entre aquel entonces de Chesterton y nuestro ahora es que, como decía Evelyn Waugh, escribió para el hombre de la calle, repitiendo con lenguaje claro sus mensajes sencillos y valiosos. Es otra de las cosas que envidio de este hombre: la gente normal le entendía y los sabios le admiraban. Quizá fuera porque tenía más sentido común que todos los escritores modernos juntos (y esto lo escribió C. S. Lewis, que algo sabía de esto también).
No voy a seguir. Se me nota mucho que Chesterton sigue estando en mi biblioteca.
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