Por Pello Gonzalez, Inaxio Oliveri, Eneko Oregi, * Miembros de Hamaikabat
Las elecciones autonómicas del 21-0 se han celebrado. Unas elecciones rodeadas de incertidumbre y expectación por conocer si el nuevo tiempo político provocaba un cambio sustancial en el comportamiento electoral. Pues bien, no ha habido grandes sorpresas respecto a elecciones similares en las que pudieron concurrir todas las expresiones políticas. Desde nuestra interpretación de los resultados, serían tres los elementos a destacar de la actitud de la ciudadanía vasca ante el nuevo escenario.
En primer lugar una apuesta neta por la racionalidad política a la hora de enfrentarse a los problemas sociales, económicos y nacionales de este tiempo; fuera de radicalidades y aventuras incontrolables que no se sabe dónde desembocan. Con ser una proporción nada despreciable, solo el 25% del electorado ha optado por la estrategia nacional y el modelo socio-económico de Bildu. Así, resulta altamente expresiva de esta apuesta la reacción de la ciudadanía de Gipuzkoa, más próxima a su gestión y proceder institucional, que le hace perder 22.000 votos respecto de las elecciones forales -contando los de Aralar- y premia la evolución del PNV, que con un mensaje más centrado que el de aquellas elecciones, ha merecido 24.000 votos y un 8% de subida, emparejándose con Bildu en el Territorio.
En segundo lugar, el sentimiento nacionalista-vasquista, 60% (incluso en Araba roza la mitad del electorado) ampliamente mayoritario de la sociedad vasca. Aspecto que, sin hacer omisión de quienes así no se expresan, denota la creencia mayoritaria de la sociedad vasca en el autogobierno como un instrumento preciso para la búsqueda de soluciones propias a la actual crisis, para la organización de nuestra convivencia y como respuesta a un sentimiento muy extendido de pertenencia a una comunidad nacional. Sentimiento que obliga a los partidos vascos de obediencia estatal a no plantear, como han hecho en estas elecciones, la realidad del sentimiento identitario como un elemento de división de la sociedad vasca sino como la constatación de una realidad que necesita su reconocimiento, y al Estado a un replanteamiento de su estructura institucional. Por sentido democrático y por necesidad política.
En tercer lugar, la sociedad vasca se ha expresado a favor del acuerdo, al primar la oferta electoral que ha apostado por los grandes acuerdos nacionales y con el Estado como la vía, la única, que debe presidir la actuación y las relaciones políticas y sociales. Es decir, demanda un cambio, en el que la confrontación sea sustituida por la colaboración, ante la gestión de una situación crítica de la que puede, en gran manera, depender nuestro futuro nacional e individual.
Responder a dicho posicionamiento significa lograr un acuerdo inclusivo de las cuatro fuerzas representativas o, al menos, de una mayoría muy significativa, de manera que nadie conteste su totalidad y suponga una rémora permanente en el devenir del país, como ha ocurrido hasta el presente. Un acuerdo en el que se definan los criterios básicos de actuación institucional en los ámbitos económico-social, se establezcan las bases de negociación de una nueva relación con el Estado, así como las pautas de funcionamiento que aseguren la eficacia de un entramado institucional políticamente diverso.
Es evidente que la consecución de un acuerdo de esa naturaleza presenta una alta complejidad. Conseguir la anuencia de partidos que presentan posiciones alejadas y en ocasiones contrapuestas, tanto en materia económico-social como en la concepción del país, no va a resultar sencillo. A primera vista, tampoco parece que la composición del Parlamento, con dificultades políticas para la conformación de mayorías estables, favorezca dicho objetivo. Ahora bien, quizás esa misma composición -en ningún caso se va a poder gobernar desde la oposición y si no existe un amplio acuerdo será muy complicado gobernar en solitario- pueda favorecer un acuerdo de verdad, el que represente una expresión del punto de encuentro de nuestra sociedad, al obligar a una amplia negociación inicial que sustancie la necesidad de un gran acuerdo vasco.
En la creación del clima preciso para iniciar el proceso y en la gestión del mismo, el lehendakari y su partido serán decisivos. Poco cabe dudar de la voluntad reiteradamente expresada por Iñigo Urkullu de alcanzar el mismo y del talante con el que ya lo ha afrontado desde los primeros contactos. El propio documento presentado por el PNV a sus interlocutores de los otros partidos y coaliciones presentes en el próximo Parlamento es indicativo de su cabal comprensión de la realidad del país, de sus retos como sociedad y de la voluntad de acuerdo con la que se abordan.
Pero no solo depende de Urkullu y del PNV. Con toda seguridad, nadie mostrará una actitud previa contraria, que recibiría el rechazo de la ciudadanía, pero ante una negociación caben siempre dos actitudes: el mantenimiento inmutable de las posiciones propias, imposibilitando todo acuerdo, o la actitud positiva que, por encima de declaraciones, todo proceso de negociación real exige, si de verdad se cree en él, para desde la propia posición confluir en un espacio común.
Esperamos que esta sea la actitud general en la negociación que comienza. Es la hora de la responsabilidad, de afrontar con espíritu constructivo la nueva, difícil y trascendental etapa. Por tanto, el objetivo debe ser ambicioso, acorde con las dificultades actuales y con el nuevo tiempo político: la consecución de ese acuerdo nacional que, además, supondría, por encima de cualquier otra iniciativa, la garantía del asentamiento definitivo de la paz y la convivencia.
Pello Gonzalez, Inaxio Oliveri y Eneko Oregi firman este artículo como miembros de la asociación Zabaldu
Publicado por: eneko Oregi | 11/26/2012 en 03:40 p.m.