El mes que viene la Constitución española cumple 34 años. Es un traje que se ha hecho viejo y cuyas costuras estallan.
En condiciones normales, sin prensa delante, con un vaso de whisky en la mano, el Madrid político, el Madrid empresarial y el Madrid inquieto, suele asomarse, a la verdad, mucho más ahora tras la debacle actual del estado autonómico. Con esa actitud suelen ponerte la mano encima del hombro y paternalmente te dicen: "Mira, yo soy gallego como Franco y creo que éste tenía razón sobre la unidad de España. Ya sé que esto no se puede decir hoy en día en público, cuando la crisis va a llevarse por delante tantas cosas, pero reconozco que el diseño del 78 se hizo mal. Aquí había solo dos demandas autonómicas de autogobierno o como las queráis llamar, que eran la vasca y la catalana, pero no sé por qué se generalizó el proceso y al invento se lo ha llevado el diablo. No se resolvieron dos problemas y se crearon 17”.
No es la primera vez que me han hecho este comentario que no hace justicia a Galicia. Y sobre el no saber porqué, extraña ya que la cuestión tiene nombre y apellido: la presión militar que incluso en el debate estatutario vasco en el 79, sacó a Navarra de Euzkadi. “Si a las tres provincias vascas se le une Navarra, el país resultante tendría frontera, dimensión y granero y el siguiente paso sería la independencia". Me lo comentó Iñigo Cavero, ministro de Justicia con Suárez, un buen día de pleno, en el fondo del hemiciclo dándome una de las claves de oro de lo que había pasado. Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón en su ibro “Memorias de estío” cuenta como él mismo llevó a la ponencia constitucional el artículo 8, el del ejército guardián de la unidad de España.
Cada año los ponentes constitucionales salen en diciembre de paseo a glosar sobre las bondades de la llamada Carta Magna. Incluso se les ha dedicado una sala a cada uno en el Congreso a los siete “padres” constitucionales como así, en un acto de demasía, se les llama. Falta lógicamente la sala dedicada a Xabier Arzalluz, que fue excluido de la ponencia constitucional para no darle a Tierno Galván, que estaba en el Grupo Mixto, y con un diputado más, la presea de llevar a su currículum de profesor de Derecho Constitucional, el haber sido uno de los “padres constitucionales”. Y con este criterio meramente de partido y sin visión de futuro se evitó la presencia vasca.
De aquellos ponentes han fallecido Gregorio Peces Barba, Gabriel Cisneros, Jordi Solé Tura y Manuel Fraga. Quedan vivos Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez Llorca y Miquel Roca, pero por muchos homenajes que reciban ellos fueron tan solo los amanuenses de aquellos acuerdos. Quienes llevaron la responsabilidad de las decisiones de fondo fueron Alfonso Guerra por el PSOE y Fernando Abril Martorell por UCD, actuando como comisionados de Felipe González y de Adolfo Suárez quienes siguieron los trabajos constitucionales desde el mando a distancia.
En el caso del PNV, además de la exclusión de la ponencia, hubo momentos de tensión y momentos de acuerdo. Y reuniones significativas como una con el Rey en el despacho de los monitores de esquí en Candanchú el 16 de abril de 1978, o la visita de dos representantes del PNV a D. Juan de Borbón en Estoril como cortesía, o una entrevista con Adolfo Suárez explicándole la situación vasca y, en plena bronca, una reunión fallida con el presidente del gobierno que no le recibió a Arzalluz, sino lo hizo su secretario particular Aurelio Delgado.
¿Estaba muy presionando Adolfo Suárez por los militares para no haber abordado inteligente y singularmente la cuestión catalana y vasca?. Sin lugar a dudas, pero en este tiempo se juntó además el haber querido darle equivocadamente a Miquel Roca el protagonismo autonómico de marcar pautas y señalar límites, la tortuosa acción negociadora de Abril Martorell un ingeniero agrónomo amigo del presidente que nada sabía de historia foral, un Alfonso Guerra muy ideologizado con su internacionalismo proletario de fachada y perteneciente a los no alineados de la época, el deseo nacionalista de no prestarse, con la figura del Lehendakari Leizaola, a una operación del tipo que Tarradellas había hecho en Catalunya trayéndole de su exilio en París, una desconfianza cerval hacia la figura del Concierto Económico, la acción terrorista de ETA y el apoyo de una Herri Batasuna que consideraba que negociar en Madrid era humillarse y perder el tiempo y un rey que solo se movió un poquito cuando le oyó a Xabier Arzalluz plantear el Pacto con la Corona (con el Estado) y no la reivindicación del derecho de autodeterminación planteado por Francisco Letamendia "Ortzi” quien antes de dimitir levantó su puño cerrado en la tribuna.
Se desaprovechó una oportunidad única y es que ni el rey ni Suárez, tenían las coordenadas precisas de lo que se estaba cocinando y aunque lo aprobado fue para muchos un exceso, para otros quedó en un “quiero y no puedo” que no resolvió de verdad los problemas de fondo. Estoy absolutamente seguro que hoy en día Roca no hubiera sido tan extremadamente tibio, Suárez hubiera sido más valiente y el rey hubiera actuado con mayor empeño. Pero esto es ya agua pasada. Al final el PNV se abstuvo ante el texto constitucional, CIU lo aprobó, y cada año nos siguen recordando que aquello fue un pacto histórico donde no hubo exclusiones, sino valentía y puntos de encuentro. Y todos tan felices y comiendo cada vez más perdices.
Desmiente esto la situación actual catalana que arde por todas partes, pero lo malo es que, como en 1978, no se quiere y no se atreven a coger el toro por los cuernos. Solo por la cola.
Se buscaba una continuidad de poder para los que siempre lo han detentado en España: capital, iglesia y ejército bajo la batuta de un hombre de la plena confianza del asesino Franco como era el Borbón dócil a la espera de trono, educado e instruido personalmente por el sanguinario terrorista.
El maquillaje para adaptase a la nueva situación tenía varias capas. La de la organización teritorial fue un reconocimeinto de la enorme presión que hicieron sobre todo los vascos, con ETA como vanguardia armada durante el franquismo.
Para que se aceptara ese cambio mínimo por los militares golpistas, sobre esa capa de imprimación se dieron toscos brocazos craendo autonomías más propias de las aventuras de Tintín que de un estado serio.
Los pintores tipo Pepe Gotera y Otilio fueron Suárez, falangista a quien se cepillaron cuando quisieron los militares y por extensión el Borbón, y los mamporreros del PSOE siempre solícitos para echar una mano a los ultras, bien con leyes, bien con cal viva, en lo que respecta a la unidad de España.
Lo que mal se comenzó y mal se hizo no tiene más solución que una regeneración total, pero eso adía de hoy es socialmente imposible.No hay masa crítica para cambiar nada.Y lo saben y están crecidos.
Publicado por: Vasco malo | 12/04/2012 en 07:39 a.m.
Siguiendo el hilo de frases geniales del inicio y como diría aquel:
"Sarna con gusto no pica pero mortifica".
Publicado por: ocasional | 12/04/2012 en 08:31 a.m.