Por: Jorge Edwards*
Los chilenos ya conocen los aspectos de la visita de Ricardo Lagos a España. No hay ninguna necesidad de agregar conceptos de orden general. Las grandes pautas ya se han transmitido de diversas maneras, en la letra impresa y a través de las imágenes pero quizás sea interesante dar una impresión personal, que viene de adentro y que además representó para mí, sin haberlo buscado, en cierto modo por azar, una vuelta al cabo de los años a la diplomacia activa. A mí se me había olvidado ya, supongo que felizmente, esto de salir corriendo a las nueve de la mañana en un vehículo oficial, de ser observado desde atrás de cordones policiales, de asistir a una colocación de ofrendas florales en medio de salvas de ordenanza, de escuchar discursos, bregando contra las estrecheces de un frac de alquiler y de un cuello duro implacable, o de hacerle conversación a las vecinas y a los vecinos asignados por el protocolo. Uno estudia el mapa de una mesa, busca su asiento, mira de reojo los nombres de los que están al lado, y de pronto descubre un matiz, un detalle que ignoraba, una salida que podría ser ingeniosa. En síntesis, la visita oficial del presidente Lagos a Madrid y Barcelona representó dos cosas: una superación de la situación incómoda, fuente de conflictos, creada por el intento de enjuiciar a Pinochet en Madrid, y un conjunto de contactos y de conversaciones destinados a desarrollar las relaciones de todo orden entre los dos países.