Por: Arantzazu Amezaga Iribarren. Bibliotecaria y escritora.
Trajinando siete décadas en la tierra, toca turno de rememorar las vivencias que nos han conformado en lo que somos, lo que resulta dulce porque aparecen los seres perdidos en el recorrido y doloroso por el vacío irreparable que han dejado en el corazón. Nacida en el Exilio de mis padres, tras una guerra civil y en el entremedio de una conflagración mundial en la que las fuerzas del mal, tras bombardear ciudades y masacrar pueblos, entre ellos Gernika, incineraron la Libertad, junto a los judíos, en los hornos de los campos de exterminio, atomizadas la Igualdad y Fraternidad.
Peregrinando por América, fui amando países que no iban a ser míos, queriendo amigos que habría de dejar, cerrando puertas que jamás volvería a abrir. En Venezuela encontré mi compañero de andadura y al impulso de la empresa de ilusión y trabajo que fue el Grupo EGI Caracas, del que él formó parte, llegó el complejo momento de retornar a un país del cual no habíamos partido, y abandonar otro en el que nos educamos en los momentos fulgurantes de su desarrollo democrático.
La opción fue por una Euskadi libre y en paz. Durante décadas no pudimos ver cumplido el objetivo de la paz, sin desmayar en la determinación de la libertad. Contemplo, como el mejor don a ofrecer a las generaciones siguientes, el Proceso de Paz que debe ser trabajado hasta su final, con justicia y compasión, mediante el pacto y logrando la reconciliación. Desde el retorno de los presos y la revisión de sus causas. No hablo en vano: si la generación de mis padres no hubieran perdonado la afrenta, la semilla del odio perduraría, para mal de todos, en sus descendientes. La sal de sus lágrimas depuró la amargura de su inmenso dolor por la guerra perdida, el hogar destruido, el patrimonio arrebatado, las bibliotecas calcinadas, el honor mancillado y la forzada expatriación.
Observo el estuario del futuro a través de la espesa niebla de la crisis económica, política y social circundante. No puedo admitir como parte de una sociedad civilizada, con el esfuerzo común que implica serlo, ni quiero trasmitir a hijos y nietos apatía alguna en lo concerniente a que la política, parte vital de nuestras vidas, se convierta en un torneo de ávidos corruptos/as, ni que gente inculpada acceda, degradando o sorteando a la Justicia, a cargos públicos. O que se mantenga en ellos sin dar explicación válida de sus presuntas conductas depravadas.
Clamo por una exhaustiva investigación parlamentaria del desastre de Can, patrimonio de Nabarra, perdido en la marisma bancaria antes que pactar con las Cajas vascas. Que quienes lo perdieron, sean juzgados en su honor y en sus cuentas. No puedo entender que quien preside Nabarra, incluida en el asunto, prosiga en su gobernanza y en su autismo político, extendiendo puentes más allá del Ebro sin percatarse que los óptimos, y en economía, están cercanos. Bilbao tienen déficit 0. En Arrasate la tasa de desempleo es mínima.
Contemplo con horror los recortes de los principios básicos para una sociedad en marcha: Educación y Salud. Con indignación los desahucios, con dolor los suicidios. Soporto impaciente que nuestros hijos, educados en nuestras universidades, partan al extranjero, revirtiendo sus conocimientos en sociedades competentes que diseñan su futuro con sagacidad. Que los que se quedan, sin acceder a un trabajo, supongan carga para los jubilados desmochados.
Rehúso, mirando más allá de los límites de nuestra comunidad, que un jefe de estado, a quien no alcanza el retiro laboral, amañe respuestas para recuperar ranking. Rechazo que se califique a los catalanes de ilusos por pretender independencia, algunos militares enarbolando estandartes que recuerdan fétidos pretéritos, algunos sacerdotes que, en vez de hablar de misericordia y amor según obligado ministerio, van derrochando diatribas contra los hijos de Dios. Sea por su inclinación sexual o por su inclinación política. Que lo mismo les da. Ni que no clamen por las mujeres sometidas a violencia y muerte, que comienza la cuenta anual.
Hace setenta años los personajes del mal intentaron borrar de la faz de la tierra la Libertad, Igualdad y Fraternidad. Hoy, sus herederos, las bombardean a golpe de baja de Bolsa, estafa bancaria, inobservancia de programas electorales, de millonarios emolumentos, derivados de fondos públicos, de unos pocos frente a la pobreza generalizada de los demás. Como bueno podemos reseñar que la prensa, artillería de la libertad, nos trae el conocimiento de semejantes comportamientos, a debate y juicio.
Para advertir y delimitar tales agravios, votamos a los políticos/as, como vigías y portavoces del buen funcionamiento social y económico. Pero ante tanto desvarío de unos, los ciudadanos/as debemos exigir castigo extremado y sin dilación, porque quizá nos toque enderezar nuevamente la estructura democrática, remediando las fugas infamantes, reconociendo a quienes en el cargo de dirigir comprendan que son ellos los servidores públicos, ya que corremos el terrible riesgo de perder además de bienestar, soberanía y dignidad. Menguada la Libertad que consigue la Igualdad que logra la Fraternidad.
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