Por: César Coca
Alcanzó en vida la categoría de gloria nacional pese a que, en un arranque de arrogancia, había rechazado la distinción de Caballero de la Legión de Honor, tan querida a los franceses. Fue durante décadas un dandy, una de esas figuras que destilan elegancia pese a su baja estatura y mínima corpulencia, tan reducidas que el Ejército rechazó su alistamiento como voluntario en la Primera Guerra Mundial. Muchos lo consideran el compositor más genuinamente francés del siglo XX aunque en su música hay influencias de la cultura rusa, la gitana, el soul, el jazz y, por supuesto, el folclore vasco que su madre le transmitió desde la cuna. El próximo viernes se cumplirán 75 años de la muerte de Maurice Ravel, nacido el 7 de marzo de 1875 en la localidad de Ciboure, frente a San Juan de Luz. Un genio del color y la sutileza que creó una música embriagadora.
Ravel disfrutó los 62 años de su vida de una buena posición social. Su padre, de origen suizo, era un conocido ingeniero; su madre venía de una pudiente familia vasco española. Durante su adolescencia y juventud, tuvo contacto con la crema del mundo artístico francés, leyó a los poetas más importantes y transgresores del XIX, de Baudelaire a Mallarmé, y recibió lecciones de los mejores compositores de su tiempo, como Fauré. Su enorme talento suplía con creces su escasa predisposición al trabajo y su arrojo a la hora de someterse a la crítica de sus contemporáneos no se vio disminuido ni siquiera por una sucesión de fracasos, como los cuatro consecutivos en el Premio Roma, que fue ganado en esos años por piezas casi inmediatamente olvidadas.
Antes de la Primera Guerra Mundial, había escrito ya algunas partituras memorables: la “Pavana para una infanta difunta” (primero para piano y luego orquestada), la Sonatina, “Ma mère l’oye”, “Gaspard de la nuit” y el monumental ballet “Daphnis y Chloé”. También había cosechado algún sonoro fracaso, como el habido con la ópera “La hora española”.
La muerte de su madre y la guerra causaron un corte radical en su obra: el músico elegante y afectado dio paso a un compositor más tenso y dramático, más lírico también, y mucho más permeable a influencias exteriores. Y esas le llegaban de todas partes, porque la casa que se compró a Montfort-l'Amaury, cerca de París, se convirtió en punto de paso de músicos, artistas plásticos, escritores e intelectuales de todo origen. Si a eso se suman sus largas giras tanto por el Reino Unido como Estados Unidos, España y otros países, se completa el ámbito de sus influencias.
Su célebre “Bolero”, estrenado con gran escándalo en 1928, fue un encargo de Ida Rubinstein para el que acudió a un ritmo de la tradición musical andaluza. El año antes, en la Sonata para violín y piano había recurrido al blues, y el jazz -que conoció en un viaje a América en el que tuvo mucho contacto con Gershwin- está presente en sus dos conciertos para piano. El carácter bárbaro de la música rusa se muestra en su orquestación de “Cuadros de una exposición” de Mussorgski.
La carrera de Ravel quedó truncada por una enfermedad neurológica agravada por un accidente automovilístico. A partir de 1933, cuando apenas tenía 58 años, fue incapaz de tocar el piano y sus problemas para articular el lenguaje, tanto oral como escrito, eran tan grandes que no podía trasladar al papel la gran cantidad de música que había en su cerebro. El compositor solitario aunque su casa fuera siempre como un hotel para los amigos, que había jugado con éxito a la provocación -cuando una mujer, en el estreno del “Bolero”, gritó: “¡Este hombre está loco!”, él se limitó a comentar que era la única persona que había entendido la obra-, vivía encerrado en su propia cárcel, sin una persona amada que mitigara la soledad. Una biografía reciente especula sobre su posible homosexualidad, pero no hay pruebas concluyentes de ello ni de relaciones con mujeres.
Fin de una etapa
Falleció tras una operación concebida como el último recurso para tratar de revitalizar su cerebro. Apenas medio año antes, su admirado Gershwin había muerto de forma casi idéntica: no había superado una intervención quirúrgica para extirparle un tumor cerebral.
Con su muerte, la música francesa cerró un capítulo muy importante: el del impresionismo, movimiento al que Ravel era reacio a inscribirse aunque todos los historiadores lo sitúen como uno de sus grandes protagonistas, junto a Debussy. Es cierto que el músico de Ciboure escribió partituras en estilos diversos, incluso siguiendo la tradición barroca. Y también lo es que en algunos momentos llevó al límite el lenguaje clásico, aunque sin renunciar a la tonalidad, como a apenas mil kilómetros hacían Schónberg y sus seguidores. Pero es dentro de esa experimentación con el timbre y el color propias del impresionismo donde se encuentra la mayoría de sus obras, al menos de las más importantes.
En todas, las piezas mayores y las menores, trató Ravel de conseguir una perfección técnica que persiguió toda su vida, porque consideraba que ese, y no otro, es el objetivo de un artista. Sin duda, lo consiguió. No hay más que escuchar el “Bolero” para entenderlo. Solo con ese afán se explica que consiguiera una obra que, a partir de una idea tan simple, consiga un efecto tan hipnótico.
Hombre, Coca.
Otro que me echó de su Blog en El Correazo.
Publicado por: Dóra Lang | 02/16/2013 en 10:30 a.m.