Por: Inma Sanchís
Ameneh Bahrami, que ha conseguido que se aplique en Irán la ley del talión.
Tengo 34 años. Soltera. Nací en Teherán y vivo en Barcelona. Estudiaba Electrónica, pero no pude acabar; el próximo año intentaré estudiar Derecho. En España una mujer vale lo mismo que un hombre; en Irán, legalmente una mujer vale la mitad que un hombre. Soy musulmana.
Era usted una mujer muy bella.
Tenía 26 años y muchos planes. Un buen trabajo me permitía pagarme los estudios en una universidad privada de Teherán. Quería ser culta y libre.
•••
En clase, un chico me acosó un par de veces y le paré los pies. Poco después, me llamó una mujer para proponerme que me casara con su hijo.
¿La madre del que la había molestado?
Sí, yo no sabía ni su nombre. Le dije que no. Luego me llamó él para decirme que si no me casaba con él, me mataría.
¿Se asustó?
No. Yo siempre estaba con gente y me desplazaba en autobuses atiborrados, ¿qué me podía hacer? Pero volvió a llamarme: "Lo he pensado mejor. Si no te casas conmigo, te haré algo que te convertirá en una desgraciada para toda la vida". Al cabo de unos días, al salir del trabajo oí unos pasos detrás de mí.
¿El maníaco?
Vi sus ojos risueños antes de que me lanzara algo caliente a la cara, mil agujas me perforaron el rostro, la cabeza, las manos. El ácido sulfúrico eliminó casi por completo mis ojos. Se acabaron los planes de estudiar, de trabajar, de sacarme el carnet de conducir, y empezó el dolor y el sufrimiento.
¿Desde entonces vive en Barcelona?
Sí, vine para intentar recuperar la visión, sin éxito: me he sometido a muchas intervenciones quirúrgicas. No ha sido fácil, entre otras cosas por la falta de recursos económicos.
¿La familia de Majid Movahedi la indemnizó?
No, y yo quería algo más que la cárcel para él; quería que la sentencia tuviera efecto disuasorio, que ningún hombre volviera a hacerle eso a una chica. Pedí la ley del talión.
En su caso, ojos por ojos.
Era la primera vez que una mujer pedía algo así en Irán. Según la legislación iraní, una mujer vale la mitad que un hombre, así que mis dos ojos equivalían a uno suyo y doce años de cárcel.
Qué injusto, ¿por qué no salen las mujeres a gritar a la calle?
Las que se atreven a hacerlo acaban detenidas, y en la cárcel, muchas violadas. En mi país no hay ni una sola mujer juez. Para llegar a la presidencia del Gobierno harían falta dos mujeres, ya que valemos la mitad.
Qué cosa.
Por las calles patrullan de paisano los vigilantes de las buenas costumbres; si no llevas bien puesto el pañuelo o te has maquillado te llevan a la cárcel o te flagelan.
Entonces, un ojo era una conquista.
No estuve de acuerdo con la sentencia y decidí hablar con todas las autoridades judiciales a las que tuve acceso y exponer mi caso a la prensa occidental, que me dio su apoyo. Conseguí que el caso se reabriera.
Para que le cegaran los dos ojos.
Sí, y que me indemnizara con 150.000 euros, porque el daño que yo le infligía privándole de la vista era todavía menor al que me había infligido él a mí: me dejó sin pelo, sin dientes, sin cara; no tenía ni nariz, la gente me tenía miedo. El día que se iba a aplica la sentencia estaba satisfecha porque sabía que estaba abriendo una vía legal para la víctimas de ese tipo de agresiones.
¿Y?
En el último momento, cuando todo estaba listo y mi hermano iba a verter el ácido sobre los ojos de aquel hombre desgraciado me planteé que, habiendo sufrido yo tanto cómo podía causarle sufrimiento a otro, y decidí perdonarlo. El juez se enfadó muchísimo, me dijo que era una mujer débil y tonta.
¿Arrepentida de haber perdonado?
Era la primera vez que se aplicaba esta ley; yo renuncié. Por un lado, pienso que la venganza no conduce a nada; por otro, que era necesaria. No hace mucho, una chica a la que le sucedió lo mismo que a mí pidió la ley del talión y no se la concedieron.
Usted podía haber sentado un precedente.
Sí, y no haberlo hecho me hace sentir fatal Además, a Majid le perdoné los dos ojos, pero no la indemnización, que no ha pagado. Yo pensaba que como eran pobres nunca podría pagarme ese dinero y se quedaría en h cárcel, pero tras siete años ya está en la calle y, además, me sigue amenazando.
¿Qué piensa hacer?
Dado que no me ha pagado la indemnización y no ha cumplido toda la condena, voy a pedir reabrir el caso. Si vuelven a darme la oportunidad de cegarlo, esta vez lo haré.
¿Ahora sí?
Fui la segunda persona que sufrió este ataque en Irán, pero después ha habido alrededor de quince casos. Cuando yo lo perdone se tiró al suelo y besó mis pies, pensaba que eso era suficiente. Y también amenaza a la editorial iraní que ha publicado mi historia. El perdón no ha tenido ningún efecto en él y temo que vuelva a agredir a otras mujeres
¿Es usted feliz?
Tengo una vida muy difícil; sin embargo, he perdido el miedo, ahora soy más fuerte. No me he casado, pero a mis amigas sus maridos no les dan permiso para venir a verme. Si puedo, estudiaré Derecho. Me siento libre.
El valor de la justicia
Podría decirles que esta es una bonita historia de perdón. Que pidiendo, con la ley en la mano, cegar al hombre que la dejó ciega arrojándole ácido a la cara, en el último momento decidió perdonarle y que él está agradecido. Pero la verdad es que ese perdón llevó consigo más ataques a mujeres con ácido y que el perdonado, tras siete años de cárcel, volvió a amenazar a Ameneh y a la editorial iraní que ha publicado su historia, Ojo por ojo (en español, Planeta). Era la primera de la clase, tenía un futuro brillante, sigue siendo dulce y buena, incapaz de matar una mosca. Bondad que ahora ella lee como lo hacen los hombres de su país, como debilidad. ¡Qué importante es la justicia!
Comentarios