Veinte veces ministro y siete primer ministro, su historia quizás sea la de la misma República. O, al menos, la de aquella Italia que se estremecía entre las Brigadas Rojas, la Logia P2 y la mafia y ofrecía un horizonte aterrador, el de un gobierno comunista, a EE.UU.
Por Txema Montero, * Abogado
SE puede ser gris, pero honrado; gris, pero bueno; gris, pero benevolente. Pues bien, honorable Andreotti, precisamente esto es lo que le falta. Usted ha podido navegar tranquilamente entre Zaccagnini y Fanfani, imitando a un De Gasperi inimitable, que estaba a millones de años luz de usted. Le falta precisamente la humanidad. Le falta ese conjunto de bondad, sabiduría, flexibilidad y transparencia que caracterizan sin reservas a los pocos demócrata-cristianos que hay en el mundo. Usted no es uno de ellos. Durará un poco más, un poco menos, pero pasará sin dejar huella". Quien escribía tan duras palabras al recientemente fallecido Andreotti era Aldo Moro, su compañero de militancia en la Democracia Cristiana, partido que vertebró la política italiana durante la segunda mitad del pasado siglo.
Moro había sido secuestrado por las Brigadas Rojas en marzo de 1978. Durante los 54 días que duró su secuestro escribió diversas cartas a sus hijos, a Cossiga, ministro del Interior y luego presidente de la República; a Zaccagnini, presidente de su partido; a Taviani y Fanfani, destacados militantes y ministros. En todas sus cartas imploraba por un acuerdo entre el Estado y los terroristas que salvara su vida. Andreotti fue destinatario del texto, en su día no publicado, que da comienzo el presente artículo. Sin hacer mención al mismo, contestó declarando en televisión: "¿Cómo reaccionarían los carabineros, los policías, los agentes de seguridad, si el gobierno, a sus espaldas y violando la ley, negociase con quienes no respetan esa misma ley? ¿Y qué dirían las viudas, los huérfanos, las madres de quienes han caído cumpliendo su deber?". El cadáver de Moro apareció en el maletero de un Renault 4 en una calle a medio camino entre Via delle Botteghe Oscure, donde se encontraba la sede del Partido Comunista italiano, y la plaza del Gesú, sede de la Democracia Cristiana. Las Brigadas Rojas pretendían de esta forma simbólica corresponsabilizar del asesinato a los dos grandes partidos.
Las conjeturas sobre la relación entre el asesinato de Moro y la pasividad de Andreotti levantaron vuelo desde un inicio. Comenzando por la propia familia del asesinado, que emitió el siguiente comunicado: "La familia desea que no haya manifestaciones, ceremonias, discursos, ni luto nacional ni funerales de Estado ni medallas póstumas. La familia se encierra en el silencio y pide el silencio. La historia juzgará la vida y la muerte de Aldo Moro".
Las conjeturas, a la altura del año 1993, tomaron cuerpo de indicios criminales cuando Tomasso Buscetta, primer capo de la mafia arrepentido, comenzó a colaborar con los jueces después de que gran parte de su familia resultara exterminada a manos de la Cosa Nostra. Y lo que relató Buscetta fue espantoso. Andreotti, también apodado Belcebú, habría solicitado de la mafia siciliana el asesinato en 1979 del periodista Mino Pecorelli, ligado a los servicios secretos, quien le pretendía chantajear haciendo públicos determinados documentos que probarían el interés de Andreotti en la muerte de Moro. Más aún, Andreotti sería el representante y protector en Roma de los mafiosos y socio de estos en Sicilia, donde la Democracia Cristiana tenía su particular granero electoral y donde sus subordinados, en particular Salvo Lima -alcalde de Palermo del partido de Andreotti y eurodiputado- concedían ilegales licencias de obras a las empresas de la mafia a cambio de votos que aquella obtenía. Aún más, Andreotti ordenaba las ejecuciones de aquellos que podrían comprometer los turbios manejos de la Banca del Vaticano, como el banquero Sindona, envenenado en la cárcel; o Giorgio Ambroselli, administrador de la liquidación de la Banca Privata, quien ante la magnitud de la corrupción que estaba descubriendo y que afectaba a las instancias más elevadas del Estado había tomado la precaución de grabar las llamadas telefónicas que recibía. Entre otras, la siguiente conversación:
-Anónimo: "Estoy en Roma y te están señalando con el dedo porque no quieres cooperar".
-Ambroselli: "¿A quién se refiere?".
-Anónimo: "Al gran jefe".
-Ambroselli: "¿Quién es el gran jefe?".
-Anónimo: "Ya me entiendes. El gran jefe y el pequeño jefe, todos te echan la culpa".
-Ambroselli. "Supongo que el gran jefe es Sindona".
-Anónimo: "¡No, es Andreotti!".
-Ambroselli. "¿Cómo? ¿Andreotti?".
-Anónimo: "Exacto, llamó y dijo que se había ocupado de todo, pero la culpa es tuya, así que ten cuidado".
No lo tuvo porque la grabación llegó a manos indeseadas y Ambroselli fue asesinado en julio de 1979. Resultó el año de los ajustes de cuentas. El periodista Mino Pecorelli, ya lo hemos dicho, murió de cinco balazos, uno elocuente por su ubicación: en plena boca. Pecorelli, periodista de extrema derecha y en absoluto querido por sus colegas, tenía acceso a material reservado de los servicios secretos. Sostenía que Andreotti era el líder de facto de la Logia Propaganda 2 que, so pretexto de defender la democracia ante el ascenso del Partido Comunista, coordinaba todos los movimientos parapoliciales e instigaba y manipulaba el terrorismo de extrema derecha. También se le suponía inmejorables relaciones con la CIA americana. Italia era por la época el único país europeo donde los comunistas hubiesen alcanzado el poder por las urnas. Uno de cada tres electores italianos llegó a votarlos. Tal caudal de votos se aproximaba a la mayoría electoral si el llamado Compromiso Histórico entre comunistas y la izquierda de la Democracia Cristiana se hubiese hecho realidad. Panorama aterrador para EE.UU.: el comunismo gobernando la tercera potencia económica de Europa y la séptima del mundo. Las Brigadas Rojas tampoco estaban por el acuerdo que domesticaría definitivamente a la clase obrera italiana, instalado en el poder burgués el partido que representaba sus intereses. Moro estaba sentenciado nada más secuestrado.
¿Y Andreotti? Su carrera alcanzó, casi, la cumbre cuando aspiró a la Presidencia de la República en 1992, único cargo esquivo pues había sido 20 veces ministro y 7 primer ministro. La bomba que mató al juez Falcone y su esposa, accionada por un mafioso de apodo Matacristianos, se entendió como una señal de la mafia para que todo el mundo entendiera que Andreotti ya no era de los suyos y que como presidente de la República sería rehén de su pasado y por tanto vulnerable. El casi cénit de su carrera dio paso a su largo y agónico final. Juzgado por el Tribunal de Palermo, fue absuelto por prescripción de sus delitos de asociación con la mafia, si bien obligado a pagar una indemnización. Procesado por el Tribunal de Peruggia por el asesinato de Pecorelli, resultó consecutivamente absuelto, condenado a 27 años de prisión y vuelto a absolver por el Tribunal Supremo. Durante las maratonianas sesiones, Andreotti, impávido y ausente de lo que se decía en la sala, se dedicaba a leer a Santa Teresita de Lisieux. Me lo contó mi amigo Alessandro Benedetti, abogado del despacho Galasso de Roma, acusador de Andreotti en la causa. Benedetti, por la época en la mitad de sus treinta años, era y es un católico practicante de izquierdas, hijo de un general de carabineros y el caso Pecorelli fue su primer gran juicio como letrado asistente. Su adscripción ideológica no era del gusto del presidente Cossiga, quien al conocer mi relación con Benedetti con motivo de la presentación que hice de su persona en una conferencia de la Fundación Sabino Arana en Bilbao, no tuvo empacho en decirme: "Su amigo es un cato-comunista", retruécano muy italiano, a mi parecer. Pues bien, durante el descanso de una de las sesiones del juicio, Andreotti, saliendo de su ensimismamiento, se dirigió a Benedetti: "Joven abogado, ¿se imagina lo que hubiera ocurrido en Italia de triunfar el Compromiso Histórico? Lo sucedido en Chile, una anécdota".
Si non e vero ben trovato, que dicen los mismos italianos. Y quizás esa sea la verdadera historia de Italia, la que se ocultó, la recogida por Giancarlo Caselli en su documentado La vera Storia D'Italia, compendio de interrogatorios, testimonios, análisis y resoluciones judiciales, aún sin traducir al castellano, un paseo por el resplandor y la muerte, increíble en su enormidad y con el fallecido Andreotti como actor principal. Si prefieren algo más ligero pero igualmente demoledor, háganse con la película de Paolo Sorrentino, El Divo; quien sea capaz de aguantar más de dos horas de emoción incontenible tendrá ocasión de conocer al Divino Andreotti. Tal cual.
En cierta ocasión, una periodista le preguntó: "¿Cree usted que irá al Paraíso?". Andreotti contestó: "Ciertamente, pero más por la bondad de la Divina Providencia que por méritos propios". ¿Belcebú? ¿El Divino? Elijan a discreción. En cualquier caso, el malogrado Moro se equivocó: Andreotti pasó dejando profunda y oscura huella.
Respecto al caso Urdangarin, no creo que llegue a ir a prisión, pero en caso de que vaya (que supongo que no será por mucho tiempo y en una prisión de lujo y régimen semiabierto), además de que será por poco tiempo (y por que se lo merece), irá a la carcel para evitar que los escándalos económicos salpiquen al resto de toda la familia real, es decir pese a su culpabilidad, irá a prisión como mal menor a sacrificar.
Publicado por: Ray | 05/16/2013 en 11:28 a.m.
Andreotti es el " Italiano vero" del sur de Italia y no de la Italia productiva que ha hecho que se reconozca a la península no solo por Pizza Napolitana, Cosa Nostra y música folclórica sino por su empuje industrial en todos los ordenes.
Italia estará mejor sin los Andreottis de turno.
Publicado por: Cangorileiro | 05/16/2013 en 06:24 p.m.