Por: Ralf Dahrendorf *
Cualquiera que en 1995 se disponga a defender a los políticos en Europa (o en Estados Unidos, da lo mismo), o bien tiene algún interés particular o es un temerario. Yo no tengo ningún interés personal. Mi propia carrera política ha quedado muy atrás, y un miembro de la civilizada y suave Cámara de los Lores difícilmente puede ser calificado de político. ¿Soy, pues, un temerario? Porque me parece que los políticos están recibiendo estos días una indebida mala prensa y merecen unas palabras en su defensa. Ésta, por supuesto, debe empezar por una o dos admisiones de culpabilidad. Muchos partidos políticos y sus principales exponentes llevan ya mucho tiempo en el poder, demasiado bajo cualquier criterio. Resulta despiadado decir esto del presidente Mitterrand al término de sus 14 años de mandato -y posiblemente de su vida-, pero, no obstante, es cierto. Los socialistas españoles con Felipe González, los conservadores británicos con Margaret Thatcher y John Major, los demócrata-cristianos alemanes, así como los liberales, con Helmut Kohl y Hans-Dietrich Genscher y Klaus Kinkel: no hay escasez de ejemplos. El poder, como señaló lord Acton, corrompe, y, nuevamente, los ejemplos son numerosos. ¿Pero de quién es la culpa de que los dirigentes europeos hayan permanecido tanto tiempo en el poder? ¿Por qué no los retiró el electorado y los reemplazó tal como es posible hacer en todos los países democráticos?