Por: Rafael Conte
La suerte de Arthur Rimbaud en español ha sido excelsa y ambigua a la vez. No desde el principio, desde luego, dadas las habituales barreras que nuestra sensibilidad literaria social ha impuesto a experimentos y rebeldías de toda clase, pero sí en los últimos años, en los que su escasa y deslumbrante obra ha contado con traductores como Gabriel Celaya, Cintio Vitier, Vicente Gaos, Luisa Sofovich, Díez-Canedo, hasta las más recientes versiones de Ramón Buenaventura en Hiperión —con Juan Abeleira para los poemas sueltos— y Carlos L. Barbáchano. Y sin embargo, como el propio Buenaventura reconoció con su habitual desenvoltura y potencia, estas versiones son siempre en su mayor parte discutibles.
Esta monumental biografía de Enid Starkie, cuya primera versión apareció en 1938, la segunda en 1947 y la tercera y definitiva en 1961 —que es la que ahora se presenta en castellano en magnífica versión de José Luis López Muñoz (Siruela, Madrid, 1990)— tampoco viene a resolver muchos problemas, aunque nos concede el mejor de los libros que existen sobre el gran poeta de las Ardenas. En efecto, esta biografía fue escrita por una irlandesa, y el traductor, con su astucia y rigor pero también lavándose las manos, ha decidido no traducir los textos rimbaldianos, dejándolos en francés pura y simplemente. Que el lector —cada lector— arree por su cuenta, pues Arthur Rimbaud seguirá siendo no sólo el enigma que ya se sabe, sino una legión de enigmas permanentes.
Revolución completa
Ya es sabido hasta la saciedad que Rimbaud completó la revolución poética universal que Baudelaire inició; éste revolucionó los mensajes, respetando las formas hasta una perfección inaudita, mientras aquél renunció con toda rapidez a todos los modelos. La poesía moderna ya estaba en su lugar, y hay que reconocer que desde entonces poco más se ha avanzado. La biografía de la Starkie es serena, no se asusta ante las peores hipótesis —las citas todas, aun cuando no las comparta— e intenta comprender al poeta desde dentro, desde su propia concepción del mundo y de la poesía, que además estaban estrechamente unidas. Un esfuerzo tal es de agradecer en un escritor tan profundo como misterioso, reconociendo además sus innegables aportaciones, sobre todo al explicar el pensamiento rimbaldiano desde el ocultismo y la magia, o al esta¬blecer las fechas de escritura del segundo y último libro del poeta, Iluminaciones, escrito antes y después de Una temporada en el infierno, pero que no fue publicado por Rimbaud.
Sin embargo, como buena anglosajona, Enid Starkie intenta sobre todo normalizar a Rimbaud, rebajar como sea sus rebeldías y furores, lo que acerca curiosamente sus tesis a las místicas interpretaciones de un Claudel. Para Paul Claudel, Rimbaud fue sobre todo un místico, un santo laico, y la ventaja para Enid Starkie es la de haber inscrito las experiencias del gran poeta adolescente en una mística heterodoxa, como la del pensamiento ocultista. Starkie retoma la bandera de Claudel y la limpia de adherencias religiosas, lo que, al fin y al cabo, resulta ser mucho más correcto.
Pero ello le lleva también a separar a Rimbaud de la Comuna, y sobre todo, ya en la última parte, cuando describe los viajes y negocios del maduro comerciante Arthur Rimbaud en Abisinia, a purificarlo de todas las tormentas y huracanes posibles. Comerciante, traficante en armas y posiblemente implicado en la trata de negros, la figura del Arthur Rimbaud maduro resulta ser en manos de Enid Starkie la de un santo varón, bueno, generoso, profundamente moral y cívico. Del antiguo rebelde ya no ha quedado nada.
¿Nada? Salvo sus 123 poemas, claro está, pues todo lo demás fue silencio. La impecable decisión de José Luis López Muñoz de no traducir los textos del poeta —hasta cuando figuran como cabezas de capítulo— sólo alcanza a los poemas, pues las cartas y documentos se traducen normalmente. Ello permite al lector que sepa francés conectar directamente con el magistral texto rimbaldiano, para luego tomar partido entre las diferentes traducciones anteriores, resolviendo por su cuenta los múltiples problemas que le saldrán continuamente al paso. Y, colmo del rigor y la astucia, las citas de los poemas no son exactamente las que figuraban originariamente en el libro de la Starkie, sino que se ha utilizado la edición de Oeuvres completes, de Rimbaud, que preparó para La Pléiade Antoine Adam y que se publicó 11 años después, en 1972. Tampoco a Antoine Adam le gustan nada las interpretaciones ocultistas o religiosas, y prefiere —como Buenaventura— las basadas en la voluntad, la energía y lo social.
Un ejemplo de enigma que a todo el mundo molesta. ¿Fue objeto el casi niño Rimbaud, en una de sus fugas a París, poco antes de la Comuna, de violencia sexual en el cuartel de Babylone por un grupo de soldados? Antoine Adam lo niega obstina¬damente, Enid Starkie lo cita de pasada, otros lo ignoran. El suceso —si lo fue— dio lugar a un célebre poema, donde estalla el asco y la rebeldía del poeta frente al mundo. Hay varias versiones de esta obra atroz, con títu¬los diferentes —El corazón torturado, El corazón robado. El corazón de payaso—, como si el propio poeta suavizara el conteni¬do, frente a la bisexualidad que practicaría después, con Verlaine o sin él. Sólo en Abisinia tendría relaciones seguidas con alguna mujer.
Gran enigma
Pero el gran enigma rimbaldiano roza el milagro o el misterio. Es el de un niño brillante y deslumbrador, que a los 15 años es¬cribe uno de los poemas más perfectos y asombrosos de toda la historia literaria universal —El barco ebrio—, con una rebeldía y heterodoxia unidas en una implacable perfección formal. Tras las andanzas sabidas, donde la historia con Verlaine no es sino un episodio, aunque fundamental, cuatro años después, y tras escribir dos libros míticos, el poeta se calló para siempre, viajó, se hizo comerciante en África y murió a los 37 años sin haber vuelto jamás a la poesía. A veces la literatura roza el misterio, se convierte en milagro y llega a la locura -Nietzsehe, Hölderlin, Artaud-, pero lo más cierto es que Arthur Rimbaud nunca estuvo loco, siempre fue normal, y resultó al final ser el más fuerte.
Iñaki, no has actualizado mi comentario en el tema del TAV, en él aclaro un error y es que la carga máxima que puede llevar un tren de mercancías de alta velocidad por una línea de alta velocidad de pasajeros es de 17 toneladas por eje yo puse 25, el error tiene su sentido ya que un tren de mercancías por una línea de alta velocidad mixta, pasajeros y mercancías puede llevar un máximo de 25 toneladas por eje, pido disculpas por el error.
El sentido de esto es explicar que las líneas de alta velocidad para pasajeros no pueden llevar material industrial, lo que pueden llevar es únicamente paquetería, otra cosa, Francia no ha apostado por las líneas de alta velocidad para el transporte de mercancías, si se ve mi intervención en el tema se entenderá la razón, ya que el transporte de mercancías por alta velocidad no es competitivo y cuando se meta la alta velocidad hasta la muga dudo mucho que sea una línea mixta, digo cuando meta ya que para ellos no es prioridad, hollande ha dicho que apostará por las líneas que puedan dar servicio de cercanías.
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Publicado por: sozialismorantz | 07/29/2013 en 08:54 p.m.