Arantzazu Amezaga Iribarren*
PARECE como si el día de difuntos extendiera su sudario desde el primer día de noviembre y va uno recordando a sus muertos, los que tuvieron un fin violento. Como son dados los 50 años del asesinato de John F. Kennedy, revivo aquellos años en que, en Caracas, trabajé como bibliotecaria para su proyecto de la Alianza para el Progreso, cuya andadura comenzó en Punta del Este, Uruguay, en 1961.
Estábamos situados en el edificio Atlantic, construido sobre un pantano, de los pocos que tenían cimientos antisísmicos, por lo que solía removerse a menudo, resistiendo incólume el terremoto de 1967 que provocó tantos daños en la zona este de Caracas, especialmente Palos Grandes, donde estábamos situados. Pienso que como el edificio, aquel programa idealista cuya finalidad era mejorar las condiciones de vida de los campesinos, instruyendo a los niños en la cultura general y en la agrícola pecuaria en particular, fue como el tiempo áureo de Camelot, en que gracias a las palabras de Kennedy parecía que todo era posible con tan solo quererlo: desde conquistar las estrellas hasta imponer paz en el mundo. Pero vivíamos sobre el inestable pantano.
Kennedy no pudo evitar el desastre de Vietnam ni el de Bahía de Cochinos, pero logró parar una tercera guerra mundial... "Tres veces en el curso de mi vida, nuestro país y Europa se han visto envueltos en guerras importantes. En cada paso se cometieron serios errores por ambos bandos sobre las intenciones de los demás, lo cual produjo una catástrofe. Hoy, en la era termonuclear, cualquier juicio erróneo de un bando sobre las intenciones del otro podría acarrear, en unas horas, más devastación de la que han producido cuantas guerras registra la historia del hombre". Y añadió, en concreta advertencia: "El hombre tiene que establecer un final para la guerra, si no ésta establecerá un final para la Humanidad".
Respiramos con alivio cuando los misiles dejaron de apuntarnos. Cuando los hombres de la guerra acallaron la amenaza. Los hijos de los exiliados vascos conocíamos el dolor que causa la expatriación en sus vertientes anímicas, políticas y económicas, consecuencias de una guerra. Kennedy lo llevaba aprendido de sus ancestros irlandeses.
La violenta muerte de Kennedy nos fue anunciada entre sollozos por los directivos de la embajada americana. Aquel día iba a enviar un importante alijo de libros a la Biblioteca de la Escuela Granja El Mácaro, por los lados de Maracay, y se detuvo la acción. Era también, ahora que lo recuerdo, como el pronóstico del porvenir. La dorada burbuja de Camelot estalló y la humanidad conoció un retroceso. Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas de inefable y deliciosa compañía, nos dijo aquel hombre espléndido, de cabello rojizo y gestos desenvueltos, tendiéndonos la mano a bibliotecarios y maestros de la Escuela, traspasándonos su energía… pero el 22 de noviembre se apagó la luz de la biblioteca, se canceló la puerta, impidiéndonos el paso hacia el rutilante futuro.
La democracia es una forma superior de gobierno porque se basa en el respeto del hombre, expresó el joven presidente y en esa consecuencia trabajó, convocando al mundo a una nueva era. La justicia se defiende con la razón y no con las armas. "No se pierde nada con la paz y puede perderse todo con la guerra", conciliaba el Papa Juan XXIII, el Papa bueno, desde el ámbito vaticano. Ambos apuraban a una humanización de la sociedad global, en la que las mujeres exponían su lucha igualitaria, en que la música era innovada por los Beatles de Liverpool, y el mensaje del reverendo King removía las humillaciones de la sociedad negra, que era las de todos, pero exponía en su frase "Anoche tuve un sueño…" lo que sentimos todos, desolados, ante tantos asesinatos y violencia desbordada.
Queríamos la paz y aprobábamos los pasos que se daban en Europa para formar una comunidad, entonces pensábamos que de los pueblos, para evitar enfrentamientos bélicos. Queríamos que nuestra generación y la de nuestros hijos se levantara sin quebrantos, que no se escucharan tambores de guerra. De eso hablábamos Joseba Goikoetxea y yo, en el intermedio en que saliendo de la cárcel por sus ideas libertarias, por las que trabajaba desde la resolución de un partido político, EAJ/PNV, aún en la clandestinidad, hasta 1976 en que se le volvió a encarcelar, inculpado de la distribución del boletín Euzkadi. Con lágrimas en los ojos, quemamos por aquellos días ejemplares del Euzkadi, que tanto trabajo costaba publicar, por miedo a represalias. Recibimos después a Joseba para continuar, sin pausa, la tarea de manifestar nuestra esperanza en la paz, pese a la violencia que nos rodeaba. Pude conocer su condición humana intachable y su sólida ideología nacionalista. Su trabajo por forjar, junto a otros, nuestra Ertzaintza, un viejo sueño nacional, roto tras la guerra civil. Me resultó, como en el caso del presidente Kennedy, muy difícil aceptar su muerte violenta.
Ningún ser humano merece ser abatido a tiros -y menos quienes no habían incurrido en la violencia- por expresar sus opiniones. Joseba nos dejó el recuerdo de una vida honrada, dedicada a un partido y a un ideal. El hizo práctica de la frase con que Kennedy hizo estremecer el mundo el día de su juramento como presidente: "… no preguntes qué puede hacer tu país por tí, sino lo que puedes hacer tú por tu país". Jamás pensaron ni el presidente Kennedy ni el ertzaina Goikoetxea que el precio pudiese ser tan alto.
* Bibliotecaria y escritora
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